A diferencia de lo que sucede en Estados Unidos, en México, el cristianismo evangélico había sido histórica y mayoritariamente un defensor arduo de la separación entre iglesias y Estado.
Todos los 21 de marzo, fecha del nacimiento de Bénito Juárez, grupos de cristianos evangélicos se reúnen en el Hemiciclo a Juárez en la Ciudad de México para conmemorar la libertad religiosa y la separación “Iglesia - Estado” en México, inauguradas en la etapa de la Reforma (que quitó de la Constitución que la única religión permitida era la Católica).
Dichos esfuerzos han sido similares y coincidentes con los que la izquierda en el país ha celebrado durante años, defendiendo el laicismo y oponiéndose a la injerencia de poderes religiosos en la vida política.
En años recientes, no obstante, el énfasis de celebración de Juárez y separación iglesias – Estado parece estar cambiando en parte importante de las iglesias o grupos cristianos evangélicos del país, a la par que comienza a haber un claro movimiento hacia la derecha del espectro político.
Marcadamente, con los sexenios panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón, el cristianismo evangélico se vio dividido. La tendencia de valorar la separación iglesias – Estado, que había en las iglesias cristianas evangélicas históricas, como la bautista, metodista y presbiteriana, se vio confrontada con una renovada inquietud de participar más activamente en política.
Fueron temas moralmente polémicos para las iglesias, como el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo, los que impulsaron un alejamiento de posturas más, digamos “de izquierda”, y un acercamiento con las posturas del PAN, de quien paradójicamente las iglesias cristianas siempre han desconfiado por su inspiración católica y su papel en la presión a minorías religiosas en zonas como el Bajío.
Particularmente, la agresividad con la que el gobierno perredista de Ebrard y la Asamblea Legislativa del DF, enfrascado en pleito público de tonos lamentables con Norberto Rivera, líder de la Iglesia Católica en el DF, consideró las objeciones religiosas en esos debates (como sus fuertes negativas a la objeción de conciencia de los doctores para abstenerse de realizar personalmente un aborto o a que las iglesias siquiera expresaran su opinión) parecen haber sido claves para la polarización.
(De hecho la Ley prohíbe que los ministros religiosos sean votados y que hagan proselitismo electoral, pero de ninguna manera que las iglesias difundan su fe y expresen sus puntos de vista sobre temas públicos o sociales).
Principalmente en grupos neopentecostales (llamados frecuentemente grupos “carismáticos”), que habían tenido además un boom en los últimos años gracias al impacto de la nueva música cristiana contemporánea, comenzó a crecer y expresarse sin timidez la inquietud de participar más activamente en política y otras áreas de la arena pública.
Si bien esa tendencia venía creciendo de los años 90 (y en toda Latinoamérica), en los sexenios panistas la tendencia de grupos cristianos más interesados en la arena pública comenzó a tomar forma en posturas y acciones más concretas.
El sexenio de Fox apoyó el impulso de los “valores” morales. Grupos cristianos evangélicos que habían frecuentemente sentido persecución y discriminación política se sintieron ahora valorados y hasta impulsados para realizar iniciativas de beneficio social.
En tanto, Felipe Calderón gozó desde su campaña del proselitismo abierto de iglesias como “Casa sobre la Roca” (que por estar registrada como A.C. y no como A.R. técnicamente podía decir que no violaba la Ley) en donde se imprimieron materiales de apoyo a su candidatura y de denuesto a otros candidatos.
Margarita Zavala llegó a incluso a escribir reflexiones en los boletines internos de Casa sobre la Roca (cuyos líderes recibieron puestos políticos en el sexenio) y ella misma se enlazó telefónicamente a eventos masivos que cristianos evangélicos realizaron durante el sexenio llenando plazas como el Zócalo o la Macroplaza para orar por México.
Paralelamente, otras fuerzas políticas como Convergencia, ahora Movimiento Ciudadano, coquetearon con los cristianos evangélicos ofreciéndoles abiertamente candidaturas y generando spots y propaganda que incluso retomaba pasajes bíblicos, fácilmente reconocibles para los cristianos, aunque quizás no por personas no creyentes.
Ahora, en 2014, hay ya algunos partidos de inspiración cristiana evangélica en varios estados del país y si bien la posición de los grupos cristianos parece estar dividida, la tendencia del cristianismo evangélico histórico en México, parece haber perdido fuerza, frente a la de los nuevos grupos populares que buscan una mayor participación pública y política.
Al final, este cambio en las iglesias evangélicas cristianas es un buen pretexto para analizar y considerar el papel de los credos y los grupos religiosos en la democracia y nuestra sociedad, tema que se reactivó el año antepasado cuando el PRI cercano a Peña Nieto impulsó pasar de sólo “libertad de culto” a “libertad religiosa”.
La aprobación de la “libertad religiosa” pareció un claro regalo a la Iglesia Católica que había incansablemente pedido que se hiciera, tal como México se había comprometido en tratados internacionales hace 30 años, y que, según esos documentos, sí incluiría incluso, educación religiosa en escuelas públicas a petición de los padres.
La parte de la educación, sin embargo, no logró pasar explícitamente en las cámaras legislativas y en cambio, como para contrarrestar, también se aprobó por primera vez que México, es, como forma de gobierno, una República Laica, y que no sólo la educación pública lo es.
La reforma constitucional ocasionó, sin embargo, algo interesante: que grupos cristianos evangélicos que defienden al laicismo se reactivaran notablemente y se manifestaran en congresos estatales, tal como lo hacen los 21 de marzo.
Al final, esta división de posturas en el cristianismo evangélico apunta también a la búsqueda del balance preciso entre la tolerancia y límites en sociedades plurales, frente a las libertades y derechos religiosos.
No es un tema fácil porque, como puede verse en cualquier sección internacional, no es exclusivo de México, sino un reto importante para las sociedades con aspiraciones democráticas en este siglo XXI.