El Presidente se radicaliza en sus políticas y su autoritarismo, al parecer confiado que puede salirse con la suya y sin consecuencias, al menos graves, para su persona y gobierno, aparte del país.
Así ha ocurrido en el pasado y espera que se repita en el futuro. Ha sido su estilo invariable: estira la liga hasta que logra su objetivo, o cuando falla retrocede buscando evitar la impresión de una derrota, mucho menos de una humillación.
En días recientes van dos nuevos frentes que ha abierto. Por un lado, sus incesantes ataques a la Suprema Corte de Justicia de la Nación en general y a su presidente, Norma Piña, en particular. Por el otro, la “ocupación temporal” de vías ferroviarias concesionadas a Grupo México, una ocupación con personal armado y ante el fracaso de negociaciones. Por lo que se entiende, esto lleva la búsqueda de un acuerdo encuadrado en “me lo das en mis términos o te lo arrebato”.
El límite externo
Entre los retrocesos públicos notables está el diferendo con el gobierno Estados Unidos con respecto al tráfico de fentanilo. La sustancia y el tono de las palabras pasó de la petulancia habitual a proclamar una guerra contra la sustancia, aparte de buscar culpar a otros. En marzo decía que el problema del fentanilo en el vecino al norte era causado por la desintegración familiar y el individualismo, la falta de abrazos y de apapachos.
Todo cambió en cuestión de semanas ante las aguerridas declaraciones de legisladores estadounidenses, sobre todo republicanos, con la amenaza de clasificar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas. Trató de despertar un poco de fervor patrio al rechazar invasiones estadounidenses, pero la noción de defender de esa forma a organizaciones criminales no trajo la respuesta popular esperada. De ahí pasó a decir una y otra vez que México no produce fentanilo, y que la culpa es de China.
Ese último episodio presentó al Presidente que bate retirada cuando nota que lo mejor que puede hacer es no seguir estirando la liga con una actitud simplista, en el mejor de los casos, o abiertamente burlona o rijosa, en el peor.
Si López Obrador tiene un límite, es en el ámbito externo. Sea el T-MEC o evitar choques con el gobierno estadounidense, en esos territorios no puede imponer su voluntad como acostumbra. El cantar es muy distinto dentro del país.
Una economía resiliente
Tiene al Congreso bajo su control, al grado humillante de tener a los legisladores votando sus iniciativas hasta sin leerlas, ya no digamos debatirlas o cambiarles una coma. Pero además esa variable macroeconómica a la que otorga tanta importancia, el tipo de cambio, muestra una fortaleza sin precedentes. En días recientes llegó a un máximo nominal (17.42 pesos por dólar) no visto en más de siete años. Para quien la paridad representa signo de fortaleza o debilidad, la respuesta es clara.
La economía no crece en forma espectacular, pero sí más de lo esperado. ¿El flujo de inversión extranjera directa? Sigue en niveles relativamente elevados. Ciertamente no históricos ni crecientes, pero sí respetables. Pareciera que los ataques a capitales extranjeros, y “nuevas nacionalizaciones” como las de las plantas de generación de Iberdrola no hacen mella alguna en el ánimo de aquellos que quieren invertir en México.
Al parecer tampoco tiene impacto que se erige en una especie de autoridad suprema que decidirá discrecionalmente si una planta automotriz puede asentarse en Monterrey (Tesla, dijo finalmente que sí) o si extranjeros pueden adquirir un banco mexicano (Banamex, dijo que no). No es de sorprender que haya ocupado militarmente la propiedad ferroviaria de Grupo México y no espera pagar consecuencias por ello.
No pasa nada… hasta que pasa
El problema potencial es que la confianza nunca se compra, sino que se renta, y se puede perder de golpe. La arrogancia nunca es buena consejera, y menos en un gobernante. Uno se sale con la suya hasta que deja de hacerlo y se estira la liga hasta que, en forma inesperada, se rompe.
¿Qué puede salir mal? Mucho con una actitud de confrontación tan abierta con todos aquellos que son clasificados como enemigos de la llamada transformación. Quedan 16 meses de gobierno, y en un año tendrá lugar una elección presidencial que López Obrador hará todo lo posible por no perder. En ese “todo lo posible” caben muchas posibilidades que quizá tendrán consecuencias inesperadas.
Un gobierno exitoso por cinco años puede tropezarse y caer en el sexto. No es cuestión de ideología, como muestran los casos de José López Portillo y Carlos Salinas de Gortari, sino de evitar la acumulación de desequilibrios. Muy pocos más allá del propio interesado podrían decir que AMLO ha conducido un gobierno exitoso en estos cuatro años y medio, pero ciertamente no se ha cansado de acumular peligros potenciales mientras estira diferentes ligas.