Primer semestre, muchos aranceles y pocas certezas

Parece increíble, pero apenas vamos a la mitad del año. Ha sido un semestre cargado, de esos que parecen dos. Entre la política internacional, las sorpresas económicas y el vaivén de los mercados, da la impresión de que el reloj va más rápido, pero con el freno de mano puesto. Lo que debería avanzar con claridad -crecimiento, inversión, consumo- sigue en pausa, mientras lo que preferiríamos evitar -tensiones, aranceles, inflación- no deja de moverse.
La segunda presidencia de Donald Trump arrancó sin tregua. Una de sus primeras señales fue clara: endurecer la política comercial. Aunque el discurso hable de renegociaciones, los números dicen otra cosa. Según Bloomberg, la tasa arancelaria efectiva en Estados Unidos subió de 2.3% a 7.1% en cuestión de meses. China no se quedó atrás: de 11% a un impresionante 38.6%. México también fue alcanzado por la ola: pasó de 0.3% a 4.1%. Alemania y Japón siguieron el mismo patrón. En resumen: un mundo más caro para comerciar.
Estas medidas están destinadas a frenar el comercio global, y con ello, el crecimiento. Los últimos estimados de la OCDE apuntan a un crecimiento de 2.9% este año, cuando el promedio de los últimos 10 años ha sido de 3.2%.
Aún no se manifiestan los efectos de estas políticas. Hasta ahora, los efectos más visibles se concentran en Estados Unidos. En el primer trimestre del año, su economía se contrajo 0.5% a tasa trimestral anualizada. ¿La causa? Muchos actores, desde consumidores hasta grandes empresas, adelantaron compras internacionales ante el temor de más restricciones comerciales. Esto elevó las importaciones y, con ellas, los inventarios. No es sostenible. Es el tipo de crecimiento que se adelanta al golpe, pero no lo evita.
Mientras tanto, otros países parecieron beneficiarse temporalmente. México, por ejemplo, logró evitar la recesión técnica gracias al impulso de las exportaciones netas. El PIB creció 0.8% anual. Pero el resto de la economía nacional se mantiene con signos vitales débiles. La inversión sigue en terreno negativo, el consumo no despega, y los motores internos aún no arrancan del todo. Estamos creciendo por rebote externo, no por fortaleza propia.
Esto es clave: lo que ganamos en el primer semestre podría esfumarse en el segundo. Las cifras adelantadas sugieren un panorama más complicado. Con menos demanda externa y sin impulso interno, el crecimiento difícilmente podrá sostenerse. Es como pedalear cuesta arriba con viento en contra.
La otra cara de esta historia está en los precios. Aunque la inflación global había mostrado una tendencia a la baja -lo que permitió a muchos bancos centrales bajar tasas-, el entorno está lejos de ser estable. Las tensiones geopolíticas, especialmente en Medio Oriente, y las políticas comerciales agresivas, agregan presión a los precios de alimentos, energéticos y bienes finales. No es casualidad que la mayoría de los bancos centrales estén actuando con cautela.
La Reserva Federal ha optado por una estrategia de paciencia. No ha movido tasas en lo que va del año, esperando tener más claridad sobre el impacto de los aranceles en la inflación. El mercado sigue apostando a que habrá al menos un recorte de 50 puntos base antes de que acabe el año. En contraste, el Banco de México ha sido más agresivo. Ha bajado su tasa de referencia en 50 puntos base en las últimas cuatro reuniones, cerrando el semestre en 8%. Aun así, la inflación no ha cedido como se esperaba: pasó de 4.2% en diciembre a 4.4% en mayo. El argumento del banco es que la tasa real ex ante sigue siendo elevada, y que las expectativas inflacionarias no se han desanclado. De momento.
El equilibrio es frágil. Los bancos centrales caminan por una cuerda floja: si aflojan demasiado, arriesgan su credibilidad; si aprietan de más, matan el poco crecimiento que queda. En este entorno, cada decisión pesa más, y cada omisión también.
¿Qué viene? La segunda mitad del año nos va a exigir atención: a los datos, sí, pero también a los gestos políticos, a los discursos, a los silencios. Porque hoy, más que nunca, la economía no se mueve solo por fundamentos, sino por intenciones.
Frente a eso, vale la pena hacer una pausa mental. No porque el mundo se haya detenido -todo lo contrario-, sino porque tomar un poco de distancia ayuda a procesar mejor lo que viene. Si tienen la oportunidad de descansar unos días este verano, háganlo. Lean, caminen, respiren. La claridad no siempre se encuentra en los datos, a veces se cultiva en el silencio. Recuperar perspectiva también es parte del análisis. La incertidumbre seguirá ahí la próxima semana, el próximo mes… pero nosotros también seguiremos observando, preguntando y tratando de entender.
