Ayer se celebraron las elecciones presidenciales en Argentina. En el momento de escribir esta nota ni siquiera se han cerrado las urnas, por lo que no sabemos quién fue el vencedor. Lo que sí sabemos de antemano es que, gane quien gane, el próximo presidente de Argentina, por primera vez en doce años, no portará el apellido Kirchner; y que sea quien sea, la gestión económica que tendrá que realizar no será precisamente un tango fácil de bailar.
El cuadro macreconómico que presenta Argentina no es el más propicio para afrontar un futuro complejo. Su economía está completamente parada y los precios por las nubes; el agujero fiscal es enorme y sólo lo supera, en Latinoamérica, la desastrosa Venezuela; llevan seis años con déficits por cuenta corriente, cuyo desbalance ha ido en aumento, algo que es anatema para un país que tiene el financiamiento externo cerrado; como consecuencia de lo anterior, y con el fin de poder pagar las importaciones y honrar su deuda externa, han echado mano de las reservas internacionales, las cuales están esquilmadas; finalmente, con pocos dólares en el mercado y problemas de deuda creciente, los argentinos buscan proteger sus ahorros comprando dólares en el mercado negro, cuyo tipo de cambio es mucho más alto que el oficial.
En efecto, la economía lleva ya cuatro años de estancamiento, y se teme que en 2016 entre en recesión. Tras crecer a una tasa de sólo 0.5% en el 2014, el FMI prevé una expansión de sólo el 0.4% para este año y una contracción económica de 0.7% para el año que viene. En lo que se refiere a la inflación, la tasa oficial es de 14.5%, pero las estimaciones privadas sitúan el nivel de precios en torno al 24%, una de las más altas del mundo.
Pero lo peor es que el próximo presidente de Argentina tendrá escaso margen para revertir esa situación. La familia Kirchner, primero a través de Néstor y luego de su esposa Cristina, ha dirigido prácticamente el destino de Argentina desde la devaluación del peso en el 2002, lo que provocó, por aquel entonces, la mayor cesación de pagos de la historia y una brutal crisis económica. La devaluación del peso junto con el auge de las materias primas agrícolas, especialmente la soja, permitió a Argentina salir de la crisis durante el mandato de Néstor (2003-2007). El crecimiento fue espectacular, con tasas que sólo se ven por China y la India: durante su etapa, el PIB argentino promedió una expansión del 8.7%, lo que permitió recortar la tasa de desempleo de 17.3% a 8.5% y reducir de forma abrupta los niveles de pobreza causados por los estragos de la devaluación.
Más complicada fue la llegada de Cristina, que coincidió con la Gran Recesión global. Aunque superada la crisis financiera la economía argentina volvió a despegar y promedió una tasa de crecimiento de 9.0% entre 2010 y 2011, desde el 2012 se ha estancado, coincidiendo con el inicio del retroceso en los precios de las materias primas y la insostenibilidad de sus políticas públicas.
Pese a que el kirchnerismo presume sus logros en materia de empleo, lo cierto es que muchos de ellos se generaron en el sector público, lo que incrementó enormemente la carga del gasto. A eso hay que sumar todo un colosal programa de bienestar, con una gran cobertura de pensiones y fuertes aumentos a la jubilación mínima, ayudas a argentinos de bajos recursos, subsidios y reajustes salariales conforme a una inflación cada vez más desbocada. Esa tendencia se ha podido exacerbar en este año electoral: el balance primario en el primer semestre, excluyendo el pago de intereses, pasó de un superávit de 2,200 millones de pesos a un déficit de 46,595 millones, y el déficit total casi se triplicó al pasar de 37,000 millones a 107,135 millones.
El financiamiento del explosivo crecimiento del gasto público se ha complicado ante el menor dinamismo de los ingresos derivado de la caída en el precio de las materias primas y del estancamiento de la economía. Así, mientras la presidencia del Néstor Kirchner terminó con un superávit fiscal del 1.2%, los analistas privados estiman que Cristina puede dejar como herencia un déficit fiscal que superaría el 6% del PIB.
Por tanto, el nuevo presidente tendrá que encarar, de nuevo, el problema de la deuda en un país que técnicamente ha caído en impago en dos ocasiones en este siglo: una en el 2001, cuando con la crisis no pudo pagar la deuda externa; y otra el año pasado, cuando se negó a pagar a los llamados “fondos buitre”.
El problema de la deuda interna el gobierno lo ha resuelto, de momento, no a través de un necesario ajuste fiscal (recorte del gasto y subida de impuestos), sino con la peligrosa y tajante fórmula de siempre: imprimiendo más pesos, lo que explica en buena parte los problemas inflacionarios del país.
El asunto de la deuda externa también es complejo: resultado de los recientes impagos, Argentina tiene el acceso al financiamiento externo prácticamente cerrado. Apenas recibe préstamos en dólares del exterior, por lo que no puede incurrir en déficits de cuenta corriente de forma recurrente al no contar con las suficientes divisas para poder pagar.
Sin embargo, la caída de las exportaciones, resultado del derrumbe del precio de las materias primas y de la debilidad de Brasil, su principal socio comercial, ha propiciado un deterioro de la cuenta corriente a partir de 2013. El año pasado el déficit corriente fue de 1.0% del PIB y para este año el FMI estima un desequilibrio del 1.8%. Para paliar ese desequilibrio, Argentina ha recurrido a controles en el mercado cambiario y restricciones a las importaciones. Pero no ha sido suficiente, de modo que para pagar sus déficits, Argentina ha tenido que recurrir a los pocos dólares que tiene guardados en el banco central.
El caso es que ya le quedan muy pocos dólares: las reservas internacionales ascienden actualmente a algo más de 27,000 millones de dólares, cuando a finales de 2012 superaban los 43,000 mdd. La solución del déficit externo pasa por una devaluación del peso argentino que vuelva a mejorar la competitividad del peso argentino, sobre todo respecto a su socio del Mercosur, Brasil: mientras el real, en lo que llevamos de año, se ha hundido un 32%, el peso argentino apenas lo ha hecho un 11%. Sin embargo, esa solución tiene un elevado costo político: más y más inflación, algo que está minando el poder adquisitivo de los argentinos y los está volviendo a empobrecer. La Universidad Católica Argentina estima la pobreza en un 29% de la población, mientras que el gobierno estima que es inferior al 5%.
La devaluación del peso es algo que los argentinos empiezan a considerar seriamente, y en el mercado negro compran dólares a destajo para preservar sus ahorros, presionando a la divisa argentina: allí cotiza a 16 pesos por dólar frente a 9.5 pesos que es el tipo oficial. Daniel Scioli, el candidato oficialista y el que más posibilidades tiene de llegar a la presidencia, no habla de devaluar al peso, y hasta prometió una bajada de impuestos. Si gana, ya veremos cómo baila ese tango de promesas.
INFOGRAFÍA
Tras la devaluación de 2002, el gobierno de Néstor Kirchner trajo una crecimiento explosivo a la economía argentina. El inicio del mandato de Cristina coincidió con la gran crisis global y dos años de fuerte crecimiento. Pero a partir de 2012, la economía argentina se ha estancado completamente y el año que viene, según el pronóstico del FMI, podría entrar en recesión. Al mismo tiempo, la economía sufre de una elevada inflación…
Fuente: FMI. En rojo, estimaciones del FMI
.. el próximo presidente tendrá que revertir esa situación de “estanflación”. Sin embargo, las políticas a seguir serán complicadas. Por un lado, es preciso realizar un importante ajuste fiscal tras años en los que el déficit fiscal se ha deteriorado, más en este año electoral. El sector privado estima que el déficit público, de 3.5% del PIB, supera el 6% excluyendo la asistencia de organismos públicos…
exacerbar en este año electoral: el balance primario en el primer semestre, excluyendo el pago de intereses, pasó de un superávit de 2,200 millones de pesos a un déficit de 46,595 millones, y el déficit total casi se triplicó al pasar de 37,000 millones a 107,135 millones.
El financiamiento del explosivo crecimiento del gasto público se ha complicado ante el menor dinamismo de los ingresos derivado de la caída en el precio de las materias primas y del estancamiento de la economía. Así, mientras la presidencia del Néstor Kirchner terminó con un superávit fiscal del 1.2%, los analistas privados estiman que Cristina puede dejar como herencia un déficit fiscal que superaría el 6% del PIB.
Por tanto, el nuevo presidente tendrá que encarar, de nuevo, el problema de la deuda en un país que técnicamente ha caído en impago en dos ocasiones en este siglo: una en el 2001, cuando con la crisis no pudo pagar la deuda externa; y otra el año pasado, cuando se negó a pagar a los llamados “fondos buitre”.
El problema de la deuda interna el gobierno lo ha resuelto, de momento, no a través de un necesario ajuste fiscal (recorte del gasto y subida de impuestos), sino con la peligrosa y tajante fórmula de siempre: imprimiendo más pesos, lo que explica en buena parte los problemas inflacionarios del país.
El asunto de la deuda externa también es complejo: resultado de los recientes impagos, Argentina tiene el acceso al financiamiento externo prácticamente cerrado. Apenas recibe préstamos en dólares del exterior, por lo que no puede incurrir en déficits de cuenta corriente de forma recurrente al no contar con las suficientes divisas para poder pagar.
Sin embargo, la caída de las exportaciones, resultado del derrumbe del precio de las materias primas y de la debilidad de Brasil, su principal socio comercial, ha propiciado un deterioro de la cuenta corriente a partir de 2013. El año pasado el déficit corriente fue de 1.0% del PIB y para este año el FMI estima un desequilibrio del 1.8%. Para paliar ese desequilibrio, Argentina ha recurrido a controles en el mercado cambiario y restricciones a las importaciones. Pero no ha sido suficiente, de modo que para pagar sus déficits, Argentina ha tenido que recurrir a los pocos dólares que tiene guardados en el banco central.
El caso es que ya le quedan muy pocos dólares: las reservas internacionales ascienden actualmente a algo más de 27,000 millones de dólares, cuando a finales de 2012 superaban los 43,000 mdd. La solución del déficit externo pasa por una devaluación del peso argentino que vuelva a mejorar la competitividad del peso argentino, sobre todo respecto a su socio del Mercosur, Brasil: mientras el real, en lo que llevamos de año, se ha hundido un 32%, el peso argentino apenas lo ha hecho un 11%. Sin embargo, esa solución tiene un elevado costo político: más y más inflación, algo que está minando el poder adquisitivo de los argentinos y los está volviendo a empobrecer. La Universidad Católica Argentina estima la pobreza en un 29% de la población, mientras que el gobierno estima que es inferior al 5%.
Fuente: Secretaría de Hacienda de Argentina
… al aumento de la deuda fiscal, el cual se ha financiado a través de una fuerte expansión monetaria que ha derivado en fuertes presiones inflacionarias, hay que sumar el incremento de la deuda externa ante el incremento del déficit por cuenta corriente…
Fuente: FMI. En rojo, pronósticos del FMI
…lo malo es que, ante la falta de acceso de Argentina a los mercados globales, el financiamiento del déficit corriente se ha realizado a través de las reservas internacionales en el banco central, las cuales empiezan a agotarse. La solución pasa por abrir a Argentina a los mercados internacionales o por devaluar el peso argentino para hacer a las exportaciones más competitivas, con el costo de que implicará una inflación mayor.
Fuente: Banco Central de Argentina