Cuando Eduardo Suárez negoció asuntos económicos de México con Estados Unidos, reconoció en el segundo a un gobierno complejo, con múltiples intereses y coaliciones. Suárez, entendió la importancia de conocer a fondo los procesos y el lenguaje del vecino, los actores clave, así como de una estrategia proactiva y anticipada para negociar. El Secretario de Hacienda de Cárdenas y de Ávila Camacho –junto con sus colaboradores y aliados- logró regularizar las relaciones económicas entre ambos países y solucionar la deuda externa de México con un éxito único en la historia.
Las memorias de Suárez narran cómo aquél trance fue largo e incierto. En los años antes de la Segunda Guerra, el mundo era un polvorín, Estados Unidos redefinía su pacto social, y México tenía un gobierno capturado por intereses privados y coaliciones político-militares.
¿A qué viene esto al caso? Un financiero me preguntó qué podía informarnos “la historia” sobre nuestra coyuntura ante el gobierno estadounidense entrante. Hay buen material.
Ciertamente una de las lecturas más elocuentes y rigurosas al respecto es el libro ¿Reciprocidad imposible? de Paolo Riguzzi, sobre la historia de las relaciones comerciales con nuestro vecino – hasta le tomé prestado el título.
La relación económica México-EUA históricamente ha sido asimétrica, pero siempre un juego dinámico. Riguzzi muestra cómo la asimetría se ha compensado por varios factores. El principal es nuestra inevitable vecindad: la geopolítica nos ha favorecido como recurso estratégico, cuando lo sabemos utilizar. La vecindad también se manifiesta en una red de interconexiones económicas, sociales y culturales, que se traducen en interdependencia; en nuestros días son inmensas.
Otro aspecto es la conformación del Estado del país vecino: las políticas no necesariamente muestran cohesión, hay fisuras y discrepancias. No se diga hoy, cuando un gran porcentaje de ciudadanos y grupos de ese país dará una batalla feroz.
Riguzzi también señala el contrapeso que pueden ejercer actores económicos internacionales, como fueron las trasnacionales a lo largo de la historia, hoy son además los mercados globales (sí, esa corriente podría ir a nuestro favor).
Los vínculos económicos actuales son mucho más complejos que antaño. Si bien la relación comercial va a ser afectada -no queda duda-, desmantelar cadenas productivas y suprimir el TLCAN sería una empresa costosísima, muy difícil e infructuosa para el vecino (como lo señala Chad Brown de Peterson Institute). Lo mismo buscar soluciones de quince minutos al enredo migratorio que compartimos (véase la nota de Richard Epstein de Hoover Institution y NYU).
Ante los tantos frentes de batalla que seguramente esa nueva administración tendrá abiertos, e irá abriendo, esperemos que las promesas hacia México vayan quedando en un segundo plano.
En el análisis sobre nuestra economía es necesario desvincular el ruido de esas elecciones, de los fundamentales macroeconómicos y del entorno internacional (véase la nota de Fausto Hernández). Ya veremos las medidas concretas de aquellos. Internamente nosotros tenemos un verdadero quilombo.
En breve, la historia permite algunas moralejas: el brete puede ser mucho más prolongado de lo que deseamos, pero tenemos cartas que jugar con Estados Unidos -en particular nuestra situación geopolítica. México, tropiezos más o tropiezos menos, seguirá en su suerte de subdesarrollado. No habrá soluciones fáciles, ni balas de plata. El país prosperará mientras se logren utilizar herramientas adecuadas para la economía, fortalecer el estado de derecho y el funcionamiento institucional; en general, mejorar los fundamentales. Esto no es mi ocurrencia, ahí está en libros de historia económica.
¿Por qué este país se muestra tan vulnerable? Las líneas siguientes van de mi ronco pecho:
Indiscutiblemente ya nos llueven sapos. En el discurso de odio del presidente estadounidense entrante, México tiene un lugar especial: somos la Polonia de ese nazi de cuello blanco, somos sus judíos y sus gitanos. El manipulador maestro supo lo útil que le era ponernos arriba en su lista de chivos expiatorios.
Pero nuestra pueril obsesión sobre cómo nos perciben los vecinos –que más bien es cómo creemos que nos perciben- es también reflejo de nuestra condición precaria. Una trampa de la ignorancia que nos distrae de lo esencial: fortalecer sociedad e instituciones.
La vulnerabilidad emana de nuestra precariedad, de una sociedad disfuncional e instituciones débiles. Un peor escenario, de llegar de fuera o de dentro, nos tomará perdidos en nuestros propios laberintos.
A pesar de todo, otro financiero –europeo radicado acá- me decía con optimismo que en estas encrucijadas es cuando el Estado mexicano suele ser más creativo (para bien), ya ha ocurrido en el pasado. La historia confirmará si tuvo razón para esta ocasión. El futuro ofrece una plétora de posibilidades abiertas, pero nunca soluciones inmediatas.