El impacto económico del conflicto entre Israel e Irán

La guerra que Israel e Irán evitaron durante décadas estalló la semana pasada, y sus consecuencias ya rebotan en los mercados globales. Tras el bombardeo israelí sobre instalaciones militares en Isfahán —parte de una campaña para frenar el programa nuclear iraní—, Teherán respondió con misiles y drones sobre objetivos estratégicos en Tel Aviv y Haifa. La guerra ya ha dejado decenas de muertos, infraestructura energética dañada y un alto costo económico para ambos países.
Los mercados, que suelen moverse entre la negación y la sobrerreacción, no han tardado en leer este episodio como algo más que un enfrentamiento puntual. Lo que está en juego no es solo la estabilidad de Medio Oriente. Este conflicto pone en entredicho algunos de los equilibrios más delicados del orden global: el acceso a energía, la confianza en los flujos comerciales y la ya tambaleante narrativa de recuperación económica post pandemia.
Una parte clave del problema tiene nombre y coordenadas: el Estrecho de Ormuz. No es simplemente una zona más del mapa. Es una válvula crítica por donde transita aproximadamente el 30% del petróleo y cerca del 20% del comercio marítimo mundial. Irán no necesita cerrarlo completamente para generar un impacto global: basta con tensarlo, militarizarlo o volverlo incierto. El resultado sería inmediato: alza en los precios del crudo, del transporte, y también de los alimentos. Porque, como suele pasar, cuando el petróleo sube, todo lo demás se encarece por arrastre.
La presión inflacionaria reconfigura de forma crítica el entorno macroeconómico y llega justo cuando los bancos centrales buscan declarar “victoria” sobre la inflación post-COVID, como es el caso de Banxico. Este nuevo choque externo revierte la narrativa y podría llevar a los bancos centrales a postergar —o cancelar— los recortes de tasas previstos para finales de 2025. En este contexto, las presiones inflacionarias eliminarían cualquier margen de acción de un buen número de bancos centrales para recortar tasas en 2025.
Todo este reacomodo —precios más altos, tasas persistentemente elevadas, cadenas logísticas tensas y aversión al riesgo— se traduce, al final del día, en una desaceleración de la actividad económica global. Las decisiones de consumo e inversión se posponen. Las empresas se vuelven más cautelosas. Los hogares ajustan su gasto. El crecimiento se enfría. El riesgo ahora no es solo una inflación más alta, sino algo más estructural: la posibilidad de un episodio de estanflación, es decir, crecimiento débil combinado con precios persistentemente altos.
Una de las mayores vulnerabilidades es el limitado margen fiscal con que muchos países enfrentarán esta coyuntura. Tras años de estímulos post pandemia, subsidios energéticos, y presiones por gasto social, las finanzas públicas están tensas. En América Latina, África y partes de Asia, responder con política contracíclica no será fácil. Incluso en economías avanzadas, la voluntad política para endeudarse más podría estar agotándose.
Además, como ocurre en toda crisis geopolítica de alto impacto, se tiende a generar aversión al riesgo lo que implica el fortalecimiento del dólar —contrario a lo que hemos presenciado en los últimos meses—, así como del oro y otros activos de refugio. En mercados emergentes, se pueden registrar salidas de capital y caídas de las bolsas de valores.
El conflicto podría llevar también a una reconfiguración del equilibrio geopolítico y comercial en Eurasia y el Golfo Pérsico. Entre otros, hay que estar atentos al rol que quiere jugar Estados Unidos en este conflicto mientras que, China, India y los países del Golfo tendrán que reevaluar sus alianzas energéticas y rutas comerciales. No se trata únicamente de petróleo. Se trata de cómo se reorganizan el comercio y el poder global en un entorno donde las certidumbres se han erosionado.
Si bien este no es un conflicto episódico, tampoco hay una estrategia de salida clara. Estados Unidos parece que aún no define su papel, pero su intervención —o su ausencia— cambiará las reglas del juego. Israel puede tener éxito parcial en su ofensiva, pero no lograr una destrucción completa del programa nuclear iraní. Irán, por su parte, mantiene capacidad de respuesta suficiente como para prolongar el conflicto.
En un mundo donde los mapas geopolíticos se redibujan en tiempo real, los mercados no solo cotizan datos. La economía global no es inmune a los conflictos: los amplifica, los distribuye de forma desigual y, a veces, los encubre con falsas narrativas de “resiliencia”.
Es por esto que, en los próximos días, será importante estar atentos a evidencia de disrupción o cierre del Estrecho de Ormuz, qué tipo de rol jugará Estados Unidos y la respuesta de los proxies regionales de Irán (Hezbolá, milicias en Irak o Yemen). Porque las consecuencias, tarde o temprano, pesarán sobre la perspectiva hacia la segunda mitad del año.
