Hace doce años Steven Levitt y Stephen Dubner causaron un fenómeno editorial con la publicación de Freakonomics, que no solo empleó los principios económicos para profundizar en cuestiones sociales, desde la educación al crimen urbano, sino lo hizo de una manera digerible para un público amplio. Ahora Tom Wainwright ha creado una guía parecida enfocada en el narcotráfico: Narconomics. Cómo administrar un cártel de drogas (Debate).
El resultado es bien informado, entretenido, raramente cuestionable y a menudo provocador.
El subtítulo es un ejemplo de lo último. En el fondo, el libro ofrece una serie de argumentos sobre cómo acabar con los cárteles, pero lo de “cómo administrar” alude—con la ironía típicamente británica del autor—a cómo los regímenes regulatorios vigentes fomentan incentivos tan grandes que traficar drogas se vuelve una práctica empresarialmente racional.
Gran parte de la culpa se debe a lo que Wainwright llama “una obsesión con la oferta” de las drogas por parte de los gobiernos, a diferencia de la demanda por ellas.
Calcula por ejemplo que, como los cárteles que compran hojas de coca en Bolivia se comportan como monopsonios (compradores dominantes en regiones distintas), la destrucción anual de cientos de miles de hectáreas cultivadas no tiene ningún efecto en el precio que pagan.Los que sufren el impacto de tales campañas son los pobres campesinos.
En otros casos, como el del tráfico de cocaína o marihuana a Estados Unidos, la inelasticidad de la demanda de las drogas hace que intentos por reducir la oferta—por medio de grandes confiscaciones a cargo de las fuerzas mexicanas—impacten poco a los cárteles o a los comerciantes a quienes venden.
Simplemente aumentan los precios a los consumidores, de quienes muy pocos dejarán de comprar.
Según Wainwright, la mayoría de las políticas antidrogas son igualmente cortoplacistas, tendencia que se debe en turno a la conveniencia política.
Un clásico estudio estadounidense (y este libro está repleto de estudios amenamente resumidos) cuenta que cada millón de dólares gastado en suprimir la oferta de cocaína en sus países de origen resulta en una baja del consumo total de sólo 10 kilos; cuando se gasta la misma suma en tratar a los adictos, se evita el consumo de 100 kilos.
Wainwright era corresponsal en México de The Economist, y el escenario mexicano forma la columna vertebral de su libro. Por lo tanto, mucho de lo que describe sobre El Chapo, Los Zetas, las narcomantas, etcétera, le va a parecer familiar al lector nacional.
Sin embargo, el marco económico del análisis es tan claro y original que uno siente que está visitando de nuevo un terreno conocido donde las vistas ya no están obstaculizadas por neblina.
Otras secciones, como una que trata de una costosa pero exitosa reforma del sistema penal en la República Dominicana, ofrecen ideas que posiblemente reducirían la criminalidad y la reincidencia en México.
Cada capítulo se enfoca en una faceta económica del narcotráfico, incluyendo el reclutamiento de personal, el uso de las franquicias (aquí los Zetas proveen el estudio de caso) y la diversificación de fuentes de ingreso.
Cada capítulo luego ofrece sugerencias, y hay que decir que algunas son tan inviables en términos políticos que pueden parecer un poco ingenuas, como la de abrir más cruces de frontera con fines de reducir las luchas entre cárteles por ciudades como Juárez.
No obstante, este ejercicio general de considerar a los cárteles como si fueran empresas transnacionales como cualquier otra—respondiendo al mismo tipo de incentivos económicos, enfrentando a problemas parecidos y empleando una mezcla de emprendimiento y captura de reguladores (se pudo haber examinado el cabildeo político también)—resulta muy valiosa. Aclara nuestro entendimiento de un fenómeno a menudo hecho nebuloso por las falacias comunes y la retórica estridente de políticos en campaña.