El estreno reciente de la nueva temporada de Narcos, docudrama ficcionado de Netflix que sigue el auge y caída del capo colombiano Pablo Escobar, nos recuerda de nuevo del fenómeno del “bandido social”.
Inventado por el historiador inglés Eric Hobsbawm, el término se aplica a cualquier líder tan vilificado por políticos como es elogiado por su propia comunidad. Desde Robin Hood a Pancho Villa, estos hombres—casi siempre son hombres, ya que el machismo es parte de su encanto popular—reparten mucho de lo que roban entre los pobres. Por eso son tan difíciles de derrocar.
Ioan Grillo ofrece una interpretación similar en Caudillos del crimen (Grijalbo; en inglés, Gangster Warlords), que perfila líderes de organizaciones criminales en cuatro partes del hemisferio: Brasil, Jamaica, Centroamérica y México. Dicho eso, “interpretación” es quizás una palabra demasiada académica para un libro cuya autoridad y fascinación dependen más del reportaje osadamente amplio y de la narración de alta velocidad.
Autor del igualmente atrevido bestseller El narco (2011), Grillo está equipado con un olfato periodístico de primera, una prosa vívida y una conciencia del historiador de la importancia de los orígenes (en este caso, a menudo, la Guerra Fría, que destruyó algunas comunidades, polarizó otras y dejó en la región millones de armas). También tiene la rara capacidad de lanzarse a las zonas más peligrosas, desde los baluartes de la Mara Salvatrucha hasta las cárceles pululantes de Rio de Janeiro, y ganar suficiente confianza de sus entrevistados que le cuenten todo: sus inicios en el crimen, sus matanzas, sus amores, sus sueños, hasta sus temores.
Los retratos que resultan – el narco-filósofo-rey de la favela Antares (que mostró a Grillo su poesía), el “Presidente” del barrio Tivoli de Kingston, los jefes de pandillas en San Salvador y San Pedro Sula y Nazario Moreno de los Templarios (él que las fuerzas mexicanas famosamente mataron dos veces) – sirven para desenmascarar estos caudillos. Éstos “ya no sólo son narcotraficantes sino un híbrido extraño de CEO criminal, rockstar delictivo y general paramilitar”.
Como sugiere esta frase, su poder frecuentemente depende en gran medida en un culto local de la personalidad. Como ejemplo, es notable como el narcocorrido tiene paralelas en el funk brasileño y hasta en el reggae.
Los retratos también sirven para humanizar a sus sujetos. Esto no es para disculpar. No hay ningún intento aquí de ocultar las atrocidades que estos caudillos criminales han cometido, como el castigo brasileño de “la microonda”, cuyas víctimas son descuartizadas y luego quemadas. Pero humanizar sí es ayudar a explicar. Lo que El Chapo contó a Sean Penn, que había empezado como narco porque en el páramo olvidado del monte sinaloense no hubo otra opción, encuentra varios ecos aquí.
Y así, de manera acumulativa, Grillo convence al lector que una respuesta del gobierno al narco que depende sólo del uso del poder armado nunca va a tener un éxito duradero. Más que un argumento para la despenalización, es una llamada hacia el gasto público. No es ninguna casualidad que los cárteles prosperan más dónde la inversión en desarrollo social está casi ausente.
Aquí está lo más valioso de Caudillos del crimen para el lector mexicano, que se podría preguntar que tiene que ver lo que pasa en Brasil y otros países con su propia pesadilla nacional. Como cualquier buen estudio comparativo, confirma unas tendencias universales. Menciona, por ejemplo, como la tergiversada religiosidad de los Templarios no es una anomalía sino tiene paralelas en Rio, dónde la Iglesia Católica y el gobierno han perdido la autoridad de abogar por los pobres.
Entre otras paralelas llamativas: que no existe ninguna bala mágica (como la “estrategia kingpin”) para acabar con los cárteles; que las cárceles son centros de reclutamiento más que de rehabilitación; que cualquier “guerra contra las drogas” debe reconocer lo clave de la cuestión de los corazones y las mentes; y que la mejor estrategia para socavar la autoridad de los bandidos sociales es de proveer de manera formal y equitativa lo que ellos proveen de manera informal y selectiva: seguridad, justicia y empleo.