Cuando la ONU recién publicó su segundo Estudio mundial sobre el homicidio—que indica que América Latina ha rebasado a África como el continente más violenta—pocos medios y columnistas mexicanos prestaron atención. Quizás no era de sorprender. El homicidio es un aspecto tan cotidiano en la realidad mexicana, ¿por qué hacer caso a un reporte más sobre ello?
Sin embargo, lo valioso de este estudio es su dimensión comparativa—a largo plazo e internacionalmente—la cual sugiere tendencias importantes sobre las raíces de la violencia. No todo es cuestión de narcotráfico y la “Guerra contra las Drogas”.
Comentando sobre el reporte al Wall Street Journal, Alejandro Hope (del Instituto Mexicano para la Competitividad) dijo que la violencia en México se debe a muchos factores, entre ellos una urbanización caótica, instituciones de seguridad débiles, la desigualdad económica, y “una cultura de la violencia”.
¿A qué se refiere una cultura de la violencia? Consideramos los siguientes puntos del reporte, los cuales se basan en cifras per cápita:
- Los países del mundo que sufrieron más homicidios en 2012 son Honduras seguido por Venezuela; México, aún con sus 26 mil homicidios, queda en 18º lugar.
- Desde mediados de los 90, el único país americano que ha mostrado un aumento consistente en homicidios es Venezuela.
El caso de Venezuela—país relativamente marginal al narcotráfico—es especialmente sugerente. ¿Cómo explicar un tasa de homicidio que se ha más que triplicado en los últimos veinte años?
El reporte de la ONU no lo dice, pero ese aumento paralela la época de Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro. Primero, hay que reconocer que los esfuerzos de Chávez y Maduro por resolver las grandes deficiencias en la distribución de la riqueza han sido resistidos por una oposición a veces intolerante e incluso ilegal, sobre todo en el fallido golpe contra Chávez del 2002.
Pero el chavismo ha empleado una retórica sumamente polarizante, según la cual los pobres son los verdaderos venezolanos y los de clase media para arriba conforman una población sospechosa. El problema de exaltar una clase sobre otras es que cultiva en esta clase un sentido de autoridad moral automática, bajo la cual las leyes y el derecho a la propiedad privada ya no importan tanto, y la mera condición de vivir en la pobreza justifica la toma de cualquiera medida para sobrevivir. De allí, la ruta a la violencia es muy corta.
Jon Lee Anderson, periodista veterano que ha escrito con gran simpatía sobre la izquierda latinoamericana, observó esta tendencia en un triste resumen del violento legado de Chávez. Apuntó: “Caracas is a failed city.”
El fenómeno venezolano se debe de tomar en cuenta cuando consideramos el Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) de Andrés Manuel López Obrador, pronto por convertirse en partido, al parecer. El mero nombre MORENA evoca una división socio-racial y huele a chavismo.
La histórica y actual marginación de la mayoría de la población que es de tez morena sí es una gravísima preocupación. (Además, concuerdo con muchas de las sugerencias iniciales del movimiento, como están descritos en su libro Nuevo proyecto de nación.) Sin embargo, un partido populista cuya postura le podría dar a esa mayoría una autoridad moral a expensas de los demás, ofrecería un dudoso camino a seguir.
Ayer el Papa Francisco tocó el tema de la violencia en México, insistiendo en un “espíritu de concordia a través de la cultura del encuentro, del diálogo y de la paz”. Como reconoce el Papa, la paz social depende de una sociedad dispuesta a dialogar y entender. Una cultura de confrontación, que busca explotar diferencias de clase, no va a sacar adelante a un país; una cultura de educación, que busca reconocerlas y superarlas, sí.