La nueva película sobre el activista chicano César Chávez, dirigida por el actor mexicano Diego Luna, ha decepcionado a los cinéfilos más sofisticados. Rotten Tomatoes, el sitio que agrupa las reseñas publicadas en Estado Unidos, calcula una recepción positiva de sólo 40%. Las reseñas de críticos mexicanos han mostrado una tendencia igual de negativa o aún peor.
Por otro lado, este largometraje biográfico—que narra una etapa clave en la vida de Chávez de su activismo entre los campesinos californianos en los años 60—ha gustado a la mayoría del público. De más de seis mil espectadores que registraron sus votos en Rotten Tomatoes, a más del 70% les gustó la cinta, mientras en el Internet Movie Database unos ochocientos votos han producido un juicio promedio positivo. Valdría la pena contemplar la diferencia entre la recepción crítica y pública.
Ciertamente César Chávez tiene sus limitaciones artísticas. Sobre todo, el hombre se ve más mesías que ser humano. La única falta en su vida, al parecer, fue la distante relación con su hijo mayor. Sus colegas son bosquejados superficialmente, sin suficiente atención al trabajo de Chávez con ellos en equipo. El guion, a veces difícil de entender, falla en construir una historia de gran resonancia emocional para los que no participamos en la huelga de campesinos y el famoso boicot internacional de uvas californianas.
Aún así, concuerdo con muchos espectadores que César Chávez merece una oportunidad. He aquí cuatro razones por qué:
Primero, en lo básico, es verídica. Estos eventos sí sucedieron, y la narración que ofrece Luna, a pesar de sus omisiones, es en gran medida fiel. Chávez y su equipo sí agruparon a miles de trabajadores en una pelea larga pero pacífica. Sus esfuerzos sí resultaron en mejores salarios para más de diez mil, una famosa victoria para los derechos civiles en Estados Unidos (entre ellos el derecho de huelga para campesinos), y un parteaguas en la lucha más amplia de los mexicano-estadounidenses para una mayor dignidad y una presencia política.
Segundo, cuenta un tipo de historia poco contado, el de los hispanos en Estados Unidos. Como recién me dijo el escritor Alfredo Corchado, “Creo que es importante apoyar esta cinta. Puede ser que los mexicano-estadounidenses somos muchos, pero hasta que votemos y hasta que se cuenten nuestras historias, nos quedamos invisibles”.
Tercero, y para retomar uno de los temas de este blog, evita maniqueísmos. Este no es un mero cuento de chicanos buenos contra gringos malvados. Sí, muestra los villanos obvios: los latifundistas racistas, policías brutales, Ronald Reagan (el entonces gobernador de California, que calificó el boicot como “inmoral”), y el Presidente Nixon, que trató de romper el boicot mediante la exportación de uvas a Europa. Pero incluye alianzas entre hispanos, filipinos y blancos (el abogado de Chávez, el senador Robert Kennedy, líderes sindicales en Estados Unidos y Gran Bretaña). También evidencia como entre los latifundistas se encontraron hombres visionarios, algunos de ellos inmigrantes en sí mismos, que lucharon para crear algo desde cero.
Finalmente, y para retomar otro tema de este blog (como escribí la semana pasada sobre la democracia “en las calles”), la cinta muestra el poder de los aparentemente impotentes. Es decir, demuestra su capacidad de cambiar su mundo, una vez que se den cuenta que las cosas no tienen que seguir igual y se unen pacíficamente bajo líderes altruistas. Fue el mismo Chávez que dijo—y tantas veces que se convirtió en lema que persiste hasta nuestros días—“¡Sí se puede!”.