Atrapado en la crisis de sus cuarentas (sus bajos índices de popularidad no llegan ni al 50%), con la economía sin crecer, la ciudadanía molesta, los empresarios reclamándole y la violencia reactivándose, Peña Nieto se apega a su estilo: ignorar, evadir, y confiar en que la propaganda mediática arreglará todo.
Como aquel 11 de mayo en la Universidad Iberoamericana, Peña Nieto no puede responder, dialogar, argumentar, ni a los estudiantes que le pedían respuestas claras sobre Atenco, ni a los miles de ciudadanos que le piden cuentas por su ley regresiva de Telecomunicaciones, ni a Alfonso Cuarón que le pregunta sólo lo que su propaganda durante meses se supone que tenía resuelto.
Aquel día en la Ibero, Peña Nieto no escuchó. Insensible a las preguntas y tras mentir sobre el aval de la Suprema Corte a los excesos en Atenco, huyó y después dejó que sus aliados y su propio equipo electoral iniciaran la campaña para difamar y desacreditar a los ciudadanos que protestaban.
Luego vinieron esos 131 estudiantes con su credencial en mano y lo demás es historia. Miles de jóvenes de universidades públicas y privadas saldrían a protestar vs la manipulación mediática (que tanto se había visto en el sexenio con el ocultamiento de la violencia en varios estados) y vs Peña Nieto por basarse en ella, convirtiendo a la Internet y redes sociales en un dolor de cabeza y el mayor riesgo para su campaña.
Cualquier observador político diría que lo que iba a hacer Peña Nieto si lograba llegar al poder iba a ser crear poderes legales para limitar la libertad de expresión en Internet y dar más poder a sus aliados de la televisión: y eso es exactamente lo que la iniciativa de Ley de Telecomunicaciones busca hacer.
La “Ley Peña Televisa”, como tantos académicos y especialistas han documentado, representa en muchos puntos un gran salto hacia atrás en las reformas constitucionales que se habían logrado en materia de telecomunicaciones y en derechos ciudadanos de libertad de expresión y del uso de Internet.
Esto es tan evidente que no hay duda que Peña Nieto se ha quitado ya el maquillaje de “reformador” y desechado la escenografía del demócrata y el nuevo PRI. Su iniciativa de ley es regresiva y vergonzosa.
Frente al descontento social, pues, la falta de logros económicos, y tras haber logrado el cambio legal que realmente le importaba, la Reforma Energética, Peña Nieto se la juega no con los resultados y el diálogo a sus gobernados, sino con los poderes fácticos de la televisión, y busca más bien acotar los espacios libres donde se pueden reproducir más críticas.
La maniobra es tan burda que hasta genera escepticismo. Algunos piensan que la increíble propuesta de censura a Internet es un “señuelo” para distraer y que pasen libremente otras cosas. Lo cierto es que, de una u otra forma, el Presidente de la “imagen” ha decidido sacrificarla en aras de algún interés mayor para él.
Y lo que parece evidente también es que Peña no escuchó. No escuchó ni entendió a los jóvenes en la Ibero, no escuchó a los miles de #Yosoy132 protestando afuera de Televisa y no está escuchando a los miles de ciudadanos protestando ahora vs #EPNvsInternet y #LeyPeñaTelevisa, repitiendo la historia.
Tal como entonces, las voces y operadores afines al priísta buscan desacreditar, generalizar, difamar: que la indignación ciudadana no es genuina, que todo es guiado y manipulado, ahora por
Slim.
Quizás, al final, quién sabe, Peña Nieto se crea las propias versiones de sus propagandistas: que el #Yosoy132 era de jóvenes manipulados acríticamente por AMLO o #EPNvsInternet por Slim. Quizás entonces hasta crea que los empresarios que lo critican también están manipulados o que todo se puede cambiar con una buena promoción mediática.
Sería la visión de alguien que menosprecia a la ciudadanía y que piensa sólo en términos de un “público” acrítico, manipulable y “televidente”.
A esa lógica parece haberle siempre apostado y por lo visto nada ha cambiado ni cambiará, en ese sentido, durante este gobierno, en lo que de él dependa.