El petróleo ha sido, en los hechos, una maldición para los mexicanos. El país sería otro, mucho mejor, si en su territorio nunca hubiera existido una sola gota.
Encontrar un tesoro, ganarse la lotería, puede ser una maldición para quien no sabe manejar la riqueza, sea una persona, empresa o país. Como dijo José López Portillo en su Primer Informa de Gobierno en 1977: “Los países pueden dividirse entre los que tienen, y los que no tienen petróleo. Nosotros lo tenemos”. Y como diría Gabriel Zaid, así fue y así nos fue.
Cuatro problemas del petróleo (y Pemex)
El fetiche petrolero tiene varias facetas, cada una causando numerosos problemas.
La primera es el nacionalismo asociado. La acción de nacionalización por el presidente Lázaro Cárdenas es un fetiche dentro del fetiche. Un recurso natural transformado en sangre de la nación, un elemento intocable por esa imagen de un país que recuperó mucho de su soberanía arrebatando empresas ilegítimas a extranjeros rapaces. Los hidrocarburos pasaron de ser de unos pocos estadounidenses y británicos a ser propiedad de todos los mexicanos, esto es, el petróleo es nuestro.
Otro es la asociación entre petróleo y riqueza. Como implicó López Portillo, como también cree Andrés Manuel López Obrador, tener crudo es ser rico, es como haberse ganado la lotería. Y como el petróleo es nuestro, entonces la riqueza también es mía.
¿Cómo se materializa? Uno de los múltiples dividendos esperados por muchos, una noción además empujada por múltiples gobiernos, es la gasolina barata. Que llenar el tanque sea barato se convierte en prerrogativa por ser una especie de accionista de Petróleos Mexicanos. Una prerrogativa extraordinariamente costosa que, además, es regresiva: favorece más a los que más recursos tienen, porque lo primero es tener un tanque de gasolina para llenar (coche) y lo segundo es su tamaño.
Está además la dependencia creada de los ingresos petroleros. López Portillo petrolizó la economía a grado extremo. En el aspecto productivo y de comercio exterior, quedó superado en las dos décadas subsecuentes, pero no así en el de finanzas públicas. Hasta Peña Nieto, esa dependencia con respecto a los ingresos petroleros con respecto al total de ingresos presupuestales del sector público fue extrema, promediando 29.7% entre 1990 y 2014.
Y lo que redujo esa proporción fue la caída del precio internacional del crudo a partir de entonces, no una fuerte subida de la recaudación (como hubiera sido deseable). Los precios han mostrado extrema volatilidad desde entonces, pero muy lejos de los niveles de tres dígitos que prevalecieron en los años del boom petrolero (la mezcla mexicana de crudos cerró el 2 de julio a 70.76 dólares el barril). En 2020 la cifra correspondiente de ingresos petroleros con respecto al total fue de 11.3%, la más baja desde la década de 1970 (en los primeros cinco meses de 2021 es de 14.8%).

Finalmente, quizá el peor problema de todos es el propio Pemex: una empresa ineficiente con un sindicato que logró condiciones fuera de todo realismo financiero, y que hubiesen quebrado hace muchos años a una empresa privada, tanto por las prestaciones laborales mientras en activo como la generosa pensión en retiro. La empresa quizá tenga hoy un patrimonio (activos totales menos pasivos totales) negativo equivalente a 2.5-3.0 billones (12 ceros) de pesos, esto es, un mínimo de 11% del PIB de 2020.
Bajo ese parámetro, Pemex está quebrada desde 2014. El petróleo puede ser “el mejor negocio del mundo” en palabras de López Obrador (palabras que repitió a fines de mayo pasado al festejar la compra de la refinería de Deer Park a Shell), pero en manos del gobierno mexicano ha sido el peor, al menos para los contribuyentes en su conjunto.

La doble mentira de la gasolina
La dependencia con respecto a los ingresos petroleros ha caído enormemente, pero no ha sido al caso de la importancia tributaria del Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS) a las gasolinas desde que la caída del precio internacional en 2014 desapareció precisamente el subsidio a la gasolina.
Un subsidio que el candidato López Obrador se cansó implícitamente de ofrecer. Nunca dijo “mi gobierno va a subsidiar la gasolina”, pero sí que iba a reducir su precio –y eso incluso en 2016, antes del fuerte aumento que implementaría la administración Peña Nieto al iniciar el año 2017, y que fue duramente atacado por el ahora Presidente.
El hecho es que el actual inquilino de Palacio no puede darse el lujo de reducir el IEPS, que en el último año del sexenio peñista (2018) representó 6.1% del total de los ingresos tributarios, pasando a 9.3% en 2019 y 9.0% en 2020. Ante la leve contracción económica de 2019 y el desplome que se registró el año pasado por la pandemia, acrecentó su importancia. En 2020 el ingreso por ese IEPS representó 299.6 mil millones de pesos.
Una de las paradojas del obradorismo es que necesita del dinero de la gasolina para sostener a Pemex y el desarrollo de los elefantes blancos como Dos Bocas. La invariable respuesta presidencial cuando se le pregunta sobre el precio de la gasolina es mentir.
Por una parte, miente al decir que nunca se comprometió a bajar el precio de la gasolina, sino a mantenerlo en términos reales. La segunda mentira es precisamente insistir que no ha aumentado en términos reales (como lo hizo en su más reciente mensaje del primer día de julio). Entre diciembre 2018 y junio 2020, el precio de la gasolina Magna ha aumentado alrededor de 9.0% por encima de la inflación acumulada en el periodo, con la Premium subiendo alrededor de 5.0%.
La doble mentira en torno a la gasolina es una de las tantas paradojas que implica el fetiche del petróleo: un costo financiero y hasta político enormes en el afán de tratar de revivir una empresa por completo quebrada, con cantidades astronómicas de dinero que podrían usarse para medicinas (o reducir el precio de la gasolina) terminando en un agujero negro llamado Pemex o en elefantes blancos como la refinería de Dos Bocas, que supuestamente será inaugurada el 1 de julio de 2021, y que por lo menos costará 12 veces lo que costaría comprar una refinería equivalente en los Estados Unidos como Deer Park.
