AMLO: el estilo personal de desatapar

López Obrador ha regresado al juego sucesorio de su juventud y temprana adultez; pero a su modo.
20 Febrero, 2023
López Obrador en gira por Sonora el 19 de febrero (Foto: lopezobrador.org.mx)
López Obrador en gira por Sonora el 19 de febrero (Foto: lopezobrador.org.mx)
Econokafka

Te habrás salido del PRI, pero el PRI nunca saldrá de ti. Menos todavía, si cabe, el viejo PRI, pilar del sistema político autoritario, brazo electoral (Secretaría de Elecciones, le llamaban) del Presidente de la República.

Nacido en 1953, Andrés Manuel López Obrador creció en el apogeo de ese sistema político y se afilió al tricolor a mediados de la década de 1970. Para los demócratas con ánimo de sacrificio estaba Acción Nacional (PAN). Para los que buscaban una opción de izquierda, por adosada al PRI que estuviera, el Partido Popular Socialista (PPS).

Imposible desentrañar razones para entrar al Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). Y hasta ahí llegaban las alternativas con registro legal (López Portillo abriría más el abanico, pero eso vendría a finales de la década de 1970). Para un joven ambicioso de poder como AMLO, había solo una opción.

 

Clímax del poder presidencial

Era un sistema político fuera de serie, que resistía clasificaciones. Había un marco legal democrático, elecciones en las fechas previstas y los militares en sus cuarteles, con el último Presidente-General habiendo sido Manuel Ávila Camacho (1940-1946).

Nada de golpes de estado y dictaduras con generales y coroneles al frente, como en tantas naciones de América Latina, sobre todo en las décadas de 1950 a 1980. En todo ese periodo, México era un país que destacaba por su estabilidad política y civilismo.

Estable, pero atípico. Como escribiría magistralmente Daniel Cosío Villegas en 1972, México era una monarquía, absoluta, sexenal y hereditaria por vía transversal. A diferencia del presidente Porfirio Díaz, el PRI acumulaba años, pero no envejecía. Como una serpiente, rejuvenecía ante el exterior mudando de piel, cada seis años.

La prohibición constitucional de “no reelección” no solo cortó el paso a aquellos que hubieran deseado perpetuarse en el poder, sino que además permitió presentar un rostro diferente a la ciudadanía. A veces era un rostro más viejo (como cuando Adolfo Ruiz Cortines sucedió a Miguel Alemán), pero ciertamente nuevo.

Una de las cúspides del poder presidencial era esa herencia transversal: la designación del sucesor por el Presidente saliente, el “dedazo”. Venía la larga campaña y transición en que el próximo mandatario conocía al país y el país algo lo conocía. Muy necesario porque, de Echeverría a Zedillo, ninguno había tenido cargo previo de elección popular. El último en haber sido gobernador de su estado había sido Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958).

 

Mejor que Hitchcock

Pero la etapa previa al dedazo era extraordinaria por un suspenso que habría envidiado Alfred Hitchcock. Desde años antes, circulaban entre la opinión pública los nombres de los miembros del Gabinete presidencial que podían ser señalados por el dedo omnipotente.

¿Cómo se llegaba a esa lista? Un poco misterioso, excepto en la sucesión de Luis Echeverría, en que el titular de Recursos Hidráulicos presentó ante periodistas una lista de siete, en que tuvo la gracia de no incluirse. Para suceder a Díaz Ordaz fueron cuatro los precandidatos siempre nombrados, con López Portillo fueron hasta ocho, con De la Madrid, seis (llamados a comparecer ante la cúpula del PRI, experimento que nunca se repitió).

A veces se colaba en la lista algún miembro del Gabinete Ampliado. En la relación para suceder a Echeverría estuvo el titular del IMSS (Carlos Gálvez Betancourt) y, en la correspondiente para seguir a López Portillo, el de Pemex (Jorge Díaz Serrano). Políticos destacados, pero con padre o madre extranjero quedaron fuera hasta 2000 (Jesús Reyes Heroles y Carlos Hank González).

Un juego sucesorio envuelto en las sombras y misterio, en que el Presidente en turno tenía margen de maniobra. Sin duda se jugaba sucio entre colegas y había muchas patadas bajo la mesa, pero primaba la regla que alguna vez dijo el eterno líder obrero y santón de la política nacional, Fidel Velázquez Sánchez: “el que se mueve no sale en la foto” (esto es, la foto oficial del Presidente).

De Cárdenas a Salinas, todos tuvieron sus “tapados” y destaparon. El haberles colocado una capucha fue un invento genial del caricaturista Abel Quezada, y se popularizó desde 1957 con la campaña publicitaria de los cigarros “Elegantes”. Resultaría que el destapado, Adolfo López Mateos, sí fumaba, aunque “Delicados”. No importó, claro, el tapado encapuchado había pasado al folclor nacional.

Del tapado a las corcholatas

López Obrador ha regresado al juego sucesorio de su juventud y temprana adultez. Pero a su modo, y el modo obradorista es un PRI degradado. No es el juego cerrado y en sombras, sino ostentando su poder. Dará el dedazo, claro, pero aparte lo presume. A plena luz, porque quiere los reflectores encima. Todo además envuelto en una farsa que nadie se cree, y que el tabasqueño no pretende que nadie se crea: que se determinará al candidato (o candidata) por medio de una encuesta.

Un juego que muestra por qué funcionaba tan bien el sistema del tapado priista. Hoy las patadas son sobre la mesa. La gran favorita, Claudia Sheinbaum, mejor se puso a hacer campaña, viajando incansable y con publicidad descarada por todo el país, pagada con recursos cuyo origen se desconoce pero se puede presumir que no muy limpios. Si fuera tapada, y no corcholata, estaría siendo discreta (y trabajando más).

El canciller Ebrard tiene un pecado de origen, y es que peleó la candidatura a López Obrador en 2012. El titular de Gobernación no despega, aunque, claro, eso no es obstáculo si su paisano tabasqueño lo quiere. Es el repuesto en caso de que Sheinbaum se estrelle (más).

Y se acabó la lista, por más que el senador Monreal suspire por ser corcholata (ya le dijeron que lo es, dudoso que se lo haya creído). El titular de Hacienda es invisible y obediente, al parecer muy contento de no salir de la sombra.

Lo mismo puede decirse del resto del Gabinete, evidentemente, pero hubiera agregado emoción que AMLO hubiese puesto también como corcholatas a la titular del Trabajo y Previsión Social (recién cumplidos los 35 años) y de la Comisión Federal de Electricidad, que fue tapado serio en 1987 y esta semana cumple, precisamente, 87 años de edad.

Haber sumado al General Secretario habría sido coherente con el sesgo tan militarista, y le habría permitido a Luis Cresencio Sandoval colgarse una medalla más (el último general tapado fue Alfonso Corona del Rosal, Regente capitalino con Díaz Ordaz). Eso sí, se corría el riesgo de un golpe militar si no era la corcholata ganadora.

Finalmente, un concurso que no lo es: predecible y por ello muy aburrido sobre el resultado (aunque las patadas sobre la mesa sean todo un espectáculo), pero sobre todo negativo para la gobernabilidad. Eso sí, AMLO con los reflectores encima y presumiendo su poder como el Gran Destapador.

Sergio Negrete Cárdenas Sergio Negrete Cárdenas Doctor en Economía por la Universidad de Essex, Reino Unido. Licenciado en Economía por el ITAM. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Profesor-Investigador en el ITESO. Fue funcionario en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en el Gobierno de México.

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