Temblores y pandemias: ¿Qué nos enseña la gestión de desastres para mejorar la respuesta ante pandemias?

Septiembre 19 de 1985. Creo que fue la primera vez que sentí un temblor. Me levantaba antes de la 7 de la mañana para ir al colegio cuando una fuerte sacudida movió toda la casa. Recuerdo perfectamente la televisión prendida y la presentadora diciendo que estaba temblando, acto seguido se fue la señal: todo el estudio de transmisión se había derrumbado. El temblor del 19 de septiembre de 1985 fue un desastre que quedó marcado en todos los que lo vivimos. Probablemente, nunca sabremos cuantas personas perdieron la vida gracias a un gobierno rebasado que buscaba ocultar las cifras verdaderas. En su momento la CEPAL estimó que el costo económico del temblor fue de USD 9,000 millones. ¿Qué tiene que ver un temblor con la pandemia del COVID-19? Sorprendentemente, la conexión no es obvia, pero ambos eventos comparten la misma naturaleza: son desastres
23 Noviembre, 2022

Mucho ha avanzado México en la gestión de desastres desde la trágica experiencia que nos han dejado eventos como el Sismo del 19 de septiembre de 1985 o el Huracán Gilberto de 1988. La lección ha sido amarga: es imperativo contar con un sistema público de gestión de desastres, un gobierno capaz de coordinar a los diferentes actores y un modelo de financiamiento con la flexibilidad suficiente para movilizar recursos donde más se necesitan. En el corazón de una gestión exitosa de este tipo de fenómeno, la clave ha sido invertir en una cultura de la prevención. La prevención es lo que nos ha permitido sortear ahora enormes desastres incluyendo, sismos, tormentas y huracanes. Existe un consenso amplio sobre la responsabilidad del estado en la prevención de desastres y la necesidad de contar con capacidades amplias públicas para la gestión de crisis. Todos creemos en el libre mercado, pero sabemos que ante un temblor, un huracán o cualquier otro desastre el Estado tiene el deber de intervenir para salvar vidas y coordinar nuestros esfuerzos para superar la emergencia.

¿Qué tiene que ver un temblor con la pandemia del COVID-19? Sorprendentemente, la conexión no es obvia, pero ambos eventos comparten la misma naturaleza: son desastres. Una emergencia o desastre, es un evento excepcional que excede las capacidades de la sociedad en términos de sus recursos materiales y organizacionales. Esta definición la cumple claramente la pandemia del COVID-19.

Desde la óptima de los desastres, la pandemia del COVID-19 ha sido uno de los eventos más catastróficos de la historia moderna. La OMS estima que han muerto un exceso de 14.9 millones de personas como consecuencia directa e indirecta de la pandemia. Probablemente, nunca sepamos el verdadero impacto económico de la pandemia. Sin embargo, a mediados de 2020 la firma de consultoría McKinsey & Co estimaba el costo entre US$9 y US$33 billones. La economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, Gita Gopinath, estimó el costo en US$13.8 billones a inicios de 2022. Estudios académicos más recientes como el de Larry Summers estima el costo únicamente para los EE.UU. en US$16 billones. El efecto más duradero de la pandemia vendrá por el lado de la pérdida de capital humano. El Banco Mundial estima que el porcentaje de niños de 10 años que no sabe leer se incrementó de 57% a 70% en los países de bajos ingresos tras la pandemia. Esto generará una pérdida potencial de US$ 21 billones durante la vida laboral de las personas afectadas.  El verdadero mensaje detrás de estas cifras es que el costo de la pandemia es enorme, prácticamente imposible de imaginar.

Es difícil encontrar algún otro desastre comparable con la pandemia del COVID-19. Incluso los mayores desastres en la historia reciente son órdenes de magnitud inferiores en términos de su impacto económico. Por ejemplo, de acuerdo con el Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos (NOOA) el Huracán Katrina ha sido el desastre natural más costoso en la historia de ese país, con un impacto estimado en US$178 mil millones a precios actuales. El desastre natural más costoso a nivel global ha sido el Terremoto de Kobe de 1995 con un impacto estimado en US$255 mil millones a precios de 2022. Ampliando la búsqueda, se estima que el accidente nuclear de Chernóbil tuvo un costo económico de US$790 mil millones ubicándose como uno de los desastres más costosos en la historia.

El impacto económico de la pandemia supera por varios órdenes de magnitud la dimensión de cualquier desastre previo. Por ejemplo, si tomamos como base el costo económico estimado por el FMI, el impacto de la pandemia sería 17 veces más alto que el desastre de Chernóbil, casi 60 veces mayor que el Terremoto de Kobe y 77 veces más que el Huracán Katrina.

Sin embargo, el enorme impacto humano, económico y social de la pandemia no es lo único que hace de este un desastre poco convencional. En general, los desastres son eventos locales, que raramente tiene repercusiones globales. Esto determina de manera fundamental la gestión de los desastres. En general, un desastre localizado requiere de la asistencia del siguiente nivel de jurisdicción para ser atendido. Es decir, un desastre local puede ser gestionado con recursos nacionales, pero un desastre de alcance nacional requiere asistencia internacional. Esto es así debido a que, ante estos eventos, las cadenas de valor locales se detienen o incluso quedan destruidas, por lo que son necesarios recursos del exterior para reabastecer a las comunidades afectados. La gran diferencia entre la pandemia del COVID-19 y cualquier emergencia previa, es que este desastre afectó a todo el planeta. No había alguien a salvo que pudiera rescatarnos como sucede generalmente.

Otra distinción es que la única herramienta con la que contábamos para hacer frente a la pandemia en un inicio, las cuarentenas y confinamientos, tuvieron un impacto enorme sobre la economía. Desde la perspectiva económica, los efectos de las medidas para aplanar la curva de casos provocaron choques en la economía real, de oferta y de demanda simultáneamente. Es decir, la pandemia tuvo un impacto generalizado con afectaciones internacionales e intersectoriales.

Nadie pudo anticipar los efectos de segundo orden de las acciones de respuesta ante el COVID-19. La crisis económica que resultó no fue un fenómeno de desequilibrio macroeconómico, sino una consecuencia microeconómica directa de la gestión de la emergencia sanitaria. Sin embargo, el manejo de la crisis económica se ha abordado hasta ahora, como un problema aislado de la emergencia, aplicando políticas de estabilización macroeconómica. Paradójicamente, la literatura sugiere que estas políticas de estabilización no son necesariamente óptimas en el corto plazo, en el contexto de un desastre. Esta ha sido probablemente la primera vez que una emergencia tiene este tipo de repercusiones.

Es increíble que a casi tres años de que se haya declarado el inicio de la pandemia, en realidad aún sabemos poco sobre este trágico hecho. No hemos comprendido del todo su naturaleza, la manera de gestionar una emergencia de este tipo. Lo más inquietante es que la pandemia puede ser la primera de muchas emergencias verdaderamente globales. ¿Qué es la crisis del cambio climático sino una emergencia global y generalizada al igual que la pandemia? La difícil realidad es que a pesar del enorme costo de la pandemia no hemos querido empezar la difícil tarea de invertir en prevención, sabiendo que esta funciona. El claro ejemplo, el éxito de los países en superar emergencias naturales como temblores y huracanes cuando la prevención es una prioridad de política pública.

Este es un tema que requiere mayor estudio. Esta y otras reflexiones la abordo con Alberto García-Huitrón, investigador en el Secretariado del Consejo de Economía Salud para Todos de la Organización Mundial de Salud, en el artículo ¿Qué falló en el manejo de la pandemia de COVID-19? la revista Este País.

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.

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