El Fin de la Pandemia: ¿cuál será su verdadero legado?

10 Mayo, 2023

¿Recuerda dónde estaba el 20 de enero de 2020? Ese día, tras una minuciosa evaluación, la Organización Mundial de la Salud declaraba al COVID-19 como una Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional, el mayor riesgo para una emergencia de salud. En México, aunque teníamos ya la experiencia de la pandemia de H1N1, aún observábamos el virus como algo bastante lejano. No duró mucho tiempo eso.

 

El 23 de enero de 2020, China aplicó sus primeros confinamientos. Una cuarentena en una región de 57 millones de habitantes era algo que excedía la imaginación; aun así, se veía como algo lejano, una medida desorbitada del Partido Comunista. Dos semanas después, las cosas cambiaron. El fin de semana del 14 de febrero, se supo que el virus ya se había esparcido en Corea del Sur e Italia con contagio local. Al lunes siguiente, los mercados financieros colapsaron. Una caída incluso mayor que la que se vivió el 11 de septiembre: algo muy grave estaba en camino.

En México, la realidad nos alcanzó en marzo. ¿Recuerda la marcha en conmemoración del Día Internacional de la Mujer del 8 de marzo? ¿La protesta de un día sin mujeres del 9 de marzo? Seguro que sí, pues esa semana solo se hablaba del movimiento y, de pronto, hacia el fin de semana largo, fue cuando tuvimos nuestra primera cuarentena. Los primeros en cerrar fueron las universidades; de ahí siguieron oficinas y, en menos de un abrir y cerrar de ojos, México, al igual que el resto del mundo, se paralizó.

¿Recuerda esas fotos en Facebook con Times Square, Trafalgar, el Vaticano y el Zócalo vacíos? ¿Recuerda cómo empezaron a subir los contagios? ¿Los desaciertos de autoridades en todas partes del mundo? ¿La incertidumbre? ¿Las imágenes dantescas de médicos vestidos como astronautas? ¿Los mensajes en los grupos de WhatsApp preguntando si alguien tenía un contacto en el IMSS? No ha pasado tanto tiempo, tres años, pero parece que todo eso es parte de otra vida.

La pandemia terminó oficialmente el 5 de mayo. El Dr. Tedros Adhanom anunció el fin de la Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional. No es que el COVID-19 haya desaparecido, ahora es una más de los males que tenemos que enfrentar, pero con esta declaratoria termina la emergencia de salud más importante de los últimos años.

¿Qué nos deja la pandemia? Primero, una deuda humana, económica y social enorme. La pandemia dejó un saldo de casi 15 millones de muertes en exceso y más de 10 millones de huérfanos. En el ámbito social, la pandemia arrojó a más de 100 millones de personas a la pobreza. Por primera vez, el mundo retrocedió en todos los indicadores de desarrollo social relevantes, incluyendo educación y salud. En el plano económico, se estiman costos de cerca de 14 billones de dólares, siendo la mayor caída en la economía global desde la Gran Depresión. Nos deja un rezago educativo que tardaremos décadas en revertir.

La pandemia nos mostró la vulnerabilidad de nuestros sistemas sociales. Resiliencia era una palabra que se había puesto de moda desde la crisis de 2009; sin embargo, desde 2020 tomó un significado más profundo. La globalización resultó ser demasiado frágil: ante una emergencia, las fronteras se cerraron, dislocando cadenas de valor y, con ellas, todo el comercio internacional. La crisis económica que ahora vivimos, inflación, tasas de interés altas, quiebras de bancos, todo es producto de la fragilidad del mundo ante la crisis sanitaria. La pandemia tal vez haya terminado, pero las consecuencias de la crisis aún perduran.

En nuestro imaginario nos gusta pensar que las crisis sacan lo mejor del ser humano; no queda claro que así haya sido durante la pandemia. Es verdad que la creatividad e innovación lograron desarrollar vacunas en un tiempo récord; sin embargo, también es cierto que fuimos incapaces de hacer llegar vacunas a todos. Con el fin de la pandemia, solo la mitad de la gente en África alcanzó a ponerse una vacuna.

Margaret Thatcher dijo hace más de treinta años que la sociedad no existía, solo los individuos. La pandemia demostró que la sociedad sí existía, que por mucho que creamos que solo el individuo importa, hay situaciones donde para salvar a uno hay que salvar a todos. La pandemia nos mostró que el bien común es una condición indispensable para desarrollarnos como individuos. Y algo fundamental, la equidad no es una aspiración abstracta, sino algo que demanda una sociedad verdaderamente resiliente.

Desafortunadamente, tres años de pandemia, estas lecciones han dejado poca huella en nuestra manera de hacer política. En cuanto nos quitamos el cubrebocas, la política regresó de inmediato en búsqueda de sus prioridades cortoplacistas, priorizando la coyuntura y olvidando el bienestar a largo plazo. Parece que seguimos sin querer entender que el valor de las cosas es más complejo que la maximización de ganancias, la preservación de la vida y la sociedad sigue sin tener un lugar en nuestra política. Peor aún, vemos sorprendidos cómo antiguos fantasmas, como la guerra y el hambre, rondan de nuevo por el mundo, sin darnos cuenta de que es consecuencia de estas sociedades frágiles que hemos permitido.

A pesar de este escenario, confío en que el impacto más grande de la pandemia no sean las muertes que ocasionó o las enormes pérdidas económicas y retrocesos sociales. Confío en que la pandemia termine por convertirse en una experiencia verdaderamente colectiva a nivel global que nos una sin importar fronteras o creencias. Está claro que no será así para quienes vivimos la pandemia siendo adultos; sin embargo, sí puede serlo para los más jóvenes.

En algunos años, esos niños y jóvenes serán adultos y se preguntarán: ¿dónde estabas en 2020? Sin importar su origen, credo y raza, todos recordarán la pandemia. Algunos recordarán que estuvieron protegidos, confinados en sus casas; otros que perdieron a un ser querido; todos, probablemente, la impotencia y frustración de no haber podido hacer nada.

Confío en que recuerden cómo les fallamos y por qué debe ser impensable fallar de nuevo. Confío en que la terrible experiencia formativa de la pandemia en las nuevas generaciones despierte una conciencia común a nivel global que nos mueva a crear sociedades más resilientes, más seguras y más equitativas. Confío en que, después de todo, algo bueno saldrá de esta tragedia.

 

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.

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