De Galletas, eficiencia y la esquiva búsqueda de la equidad

¿Es realmente adecuado evaluar el rendimiento de una economía solo a través del prisma de la eficiencia económica?
7 Septiembre, 2023
De Galletas, eficiencia y la esquiva búsqueda de la equidad.
De Galletas, eficiencia y la esquiva búsqueda de la equidad.

¿Existen leyes universales en la economía? ¿O dependen fundamentalmente de su contexto histórico y social? Dicho de otra manera, ¿es posible postular una serie de reglas económicas que sigan todas las sociedades en cualquier momento y lugar? ¿O cada sociedad desarrolla sus propias reglas económicas dependiendo de las experiencias que han vivido sus habitantes?

No es una pregunta fácil ahora, y tampoco lo era antes. A inicios del siglo XX, esta pregunta dominaba la discusión sobre la dirección que debería tomar la economía. Wilfredo Pareto, economista italiano y profesor en la Universidad de Lausana, Suiza, era un fiel defensor de la economía como una ciencia sustentada en leyes universales. Por otro lado, Gustav Schmoller, economista alemán de la Universidad de Berlín, pensaba que no era correcto despojar a la economía de su contexto histórico.

En una famosa anécdota reproducida en los libros de texto, se cuenta que Pareto y Schmoller se encontraban en una conferencia. Durante una intervención de Pareto, Schmoller lo increpó preguntando condescendientemente: "¿Pero realmente existen leyes económicas?" Se cuenta que Pareto, quien practicaba una austeridad franciscana, al día siguiente se disfrazó de pordiosero y se acercó a Schmoller. "Señor", dijo Pareto, "¿puede decirme si hay un lugar donde pueda comer sin pagar?" Schmoller le respondió: "Mi querido amigo, esos lugares no existen, pero puede comer por un precio muy bajo en la esquina". Triunfante, Pareto reveló su verdadera identidad exclamando: "¡Entonces sí hay leyes en economía!"

Hay quienes dicen que la anécdota no es verdadera. Sea verdad o mentira, la moraleja de la historia es que Pareto y su escuela de pensamiento ganaron este debate. La economía que estudiamos hoy en día en nuestras universidades y practicamos desde el gobierno parte de la premisa de que existen leyes universales que gobiernan la economía de las sociedades.

Pareto es una de las figuras más influyentes y controvertidas en la economía. Estudió la distribución de la riqueza, postulando el famoso Principio de Pareto o regla del 80/20, favorito de estudiantes de negocios y consultores. Pareto encontró en sus investigaciones que el 80% de la riqueza en Italia estaba concentrada en el 20% de las personas (hoy en Estados Unidos es el 85%). Esta distribución se observa en muchas otras situaciones: el 80% de la producción proviene del 20% de las empresas, el 80% de los ingresos proviene del 20% de los clientes y, en general, el 80% de los efectos dependen del 20% de las causas.

Además de su conocido principio, Pareto aportó a la economía otro concepto fundamental: el de la eficiencia económica. La eficiencia económica es el cimiento de la ciencia atemporal, no geográfica y ahistórica que defendía el economista italiano. Este concepto es necesario para valorar nuestras decisiones económicas, tanto a nivel individual como grupal, indicando cómo se están utilizando los recursos de la sociedad y si se están satisfaciendo los gustos y preferencias de sus habitantes.

Para entender qué es la eficiencia económica, primero hay que olvidar todo lo que sabemos sobre esta palabra. La “eficiencia económica” de Pareto no tiene nada que ver con la “eficiencia” que usamos en nuestro lenguaje cotidiano.

Pareto define que la eficiencia económica se presenta en una situación donde no es posible mejorar la situación de una persona sin empeorar la de otra. Es crucial entender que la eficiencia económica no sugiere que todos estén contentos, que sientan que lo que tienen es justo, o que la situación les agrade. Simplemente establece que no se puede mejorar la situación de un individuo sin afectar negativamente a otro. A continuación, ilustraré con un ejemplo.

Imagina a Alberto, Betty, Carlos y Daniel, cada uno con una galleta. Es una sociedad perfectamente igualitaria. Pero, ¿es también eficiente según Pareto? ¿Puede mejorar la situación de uno sin empeorar la de otro? Supongamos que decido que Betty debería tener más galletas, y tomo la de Alberto para dársela. Ahora, Betty está en mejor situación, pero Alberto no. Por ende, mejorar la situación de Betty empeoró la de Alberto. De esto concluimos que la distribución inicial, donde cada uno tenía una galleta, era eficiente en términos de Pareto.

Veamos otra situación: Alberto posee las cuatro galletas y los demás no tienen ninguna. Aunque sea una sociedad desigual, ¿es eficiente según Pareto? Si tomo tres galletas de Alberto y las distribuyo entre Betty, Carlos y Daniel, como si fuera Robin Hood, ellos estarán en mejor situación. Sin embargo, Alberto estará peor que antes. Así que no se podía mejorar la situación de Betty, Carlos y Daniel sin empeorar la de Alberto. Por lo tanto, la distribución inicial era eficiente en términos de Pareto.

¿Cómo es posible que una distribución de galletas tanto igualitaria como completamente desigual sean eficientes según Pareto? ¿Existen distribuciones que no sean Pareto eficientes? Analicemos: si hay 4 galletas en la alacena y, en vez de guardarlas, las reparto entre las personas, estaría mejorando la situación de aquellos que reciben las galletas sin perjudicar a nadie. Así, la situación inicial no era Pareto eficiente.

¿En qué otras circunstancias no se alcanza la eficiencia de Pareto? Imaginemos que Elsa llega con un litro de leche. Si las galletas saben mejor con leche, permitir que Elsa intercambie su leche por galletas haría posible que todos mejoren sin que nadie salga perjudicado. Un escenario aún más ventajoso sería ¡tener más galletas! ¿Se refleja esto en la vida real? Sí, el crecimiento económico y el comercio pueden aumentar la eficiencia económica, potenciando el bienestar sin perjudicar a nadie a priori.

A pesar de ello, sorprende a muchos que el concepto de eficiencia no revele si una sociedad es igualitaria, desigual, justa o injusta. En realidad, la eficiencia de Pareto solo señala que no se puede mejorar la situación de alguien sin empeorar la de otro. Sin embargo, sí garantiza una cosa: no hay desperdicio. Esta idea de eficiencia fundamenta el pensamiento económico contemporáneo. Es pertinente tener una mirada crítica y plantearnos las mismas preguntas que nos hacíamos hace 100 años. ¿Es realmente adecuado evaluar el rendimiento de una economía solo a través del prisma de la eficiencia económica? ¿No deberíamos también considerar criterios de equidad y sostenibilidad ambiental? ¿Es aconsejable juzgar el desempeño de toda una sociedad basándonos únicamente en este criterio?

Los economistas suelen afirmar que la eficiencia está al alcance del libre mercado. Sin embargo, es ampliamente reconocido que los mercados pueden fallar, lo que suscita la necesidad de un Estado que intervenga para regular y rectificar estas fallas en aras de la eficiencia. No obstante, esta es una visión limitada. Cada vez hay más voces que enfatizan la importancia de la equidad como condición sine qua non de una sociedad democrática y próspera. Asimismo, economistas como Mariana Mazzucato asegura que el gobierno puede desempeñar un rol para moldear los mercados, y en alianza con sociedad y empresa buscar el bien común.

Wilfredo Pareto generó controversia en su tiempo debido a sus perspectivas sobre la distribución del ingreso y la equidad. Rechazaba de forma enfática la idea de que la equidad fuese posible o incluso deseable. En el terreno político, mostraba reticencia hacia la democracia, sosteniendo que una sociedad requería de una élite selecta para garantizar el orden social y la estabilidad. Al analizar sus postulados, no resulta sorprendente que su noción de eficiencia económica carezca de contexto histórico y social y esté desvinculada de criterios normativos sobre justicia y equidad.

Más de un siglo después de que Pareto introdujera el concepto de eficiencia, todavía hay quienes argumentan que todos los aspectos de una sociedad, desde sus metas hasta su gestión, deben ser evaluados únicamente desde la perspectiva de la eficiencia, obviando otros factores cruciales. Algunas figuras incluso proclaman con fervor que los mercados no fallan, que la justicia social es una aberración y que cualquier intervención del Estado, especialmente la imposición de impuestos, es inmoral, llegando a compararla con un acto de robo. La realidad es mucho más compleja y, si bien el enfoque de Pareto y el concepto de eficiencia económica ofrecen una herramienta valiosa para analizar una faceta crucial de las sociedades, es fundamental adoptar una perspectiva más holística y crítica si aspiramos a crear sociedades más prósperas y equitativas.

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.

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