Cuando el final es realmente un inicio

A pesar de este momento de la historia que nos tocó vivir, aún es posible mover las cosas: Aún es posible hacerlas mejor, aún es posible mejorar la vida de las personas. Aún es posible poner nuestro conocimiento al servicio de la gente.
1 Septiembre, 2025
Cuando el final es realmente un inicio.
Cuando el final es realmente un inicio.

Habitamos la incertidumbre, atravesamos crisis que parecen no tener fin, convivimos con realidades que a veces tienen la textura de una pesadilla. Y, aun así, es en medio de esa sustancia difícil donde puede nacer lo que vale la pena: lo bello y lo perdurable.

 

Todo viaje es un viaje personal. El mío, por la economía, el gobierno y la transformación pública, empezó hace más de veinte años en el ITAM. Me formé bajo la tutela de una generación que buscaba transformar a México de un golpe heroico, una generación que vivió el colapso del socialismo soviético y veía en la economía aprendida en las mejores instituciones de Estados Unidos la alternativa más sólida para cambiar al país.

Me formé en un mundo muy diferente al que vivimos hoy. Un mundo de certezas, donde creíamos saber exactamente hacia dónde nos dirigíamos. Conocíamos las soluciones y estábamos convencidos de saber qué se necesitaba para mejorar las cosas: en México, en América Latina y en gran parte de Occidente.

Ese mundo en el que me formé era un mundo que preparaba a algunos privilegiados para gobernar. Sí, así de soberbio, sí, así de pretencioso. Un mundo que aspiraba a formarnos para tomar las decisiones que llevarían al país -y quizá al mundo- hacia un destino que nuestras teorías y conocimientos sabían dictar.

Pero ese mundo nunca sucedió. Algo salió terriblemente mal. Este no es el momento ni el lugar para discutirlo, aunque claramente es una conversación que en este país aún no hemos querido tener.

La prueba de que algo salió mal, en este viaje personal, no fue una anécdota lejana ni una nota de periódico: fue una vivencia directa. Durante varios años fui testigo de cómo los expertos perdimos relevancia. Cómo fuimos expulsados de la mesa en la que se tomaban las decisiones.

Soy parte de un grupo de profesionistas, técnicos, que creció pensando que tenía un lugar reservado desde el cual dictaría el destino del país. Convivimos con el poder, lo conocimos de cerca, crecimos junto a él, pero finalmente nunca lo ejercimos: salimos por la puerta trasera. Y todo lo que sabíamos fue relegado a la esquina de la irrelevancia.

Ese es el mundo que me tocó vivir. Esas son las circunstancias con las que llegué a Monterrey.

Dicen que Monterrey, tierra árida, dura y difícil, obliga a las personas a superarse a través del trabajo. El célebre emprendedurismo regio quizá tenga su raíz en esa geografía implacable.

Llegué a esta ciudad hace nueve años, sabiendo que el mundo para el cual me había formado jamás sucedería. Y fue, paradójicamente, lejos de la capital y de mi zona de confort donde tuve que reinventarme. Monterrey me obligó a salir adelante, sin darme tiempo de lamentar si haber sido expulsado de la mesa donde se toman las decisiones era una derrota personal o colectiva.

En ese proceso apareció una idea: quizá en toda esa formación, en todo lo que México había invertido en mis estudios, había todavía un valor de rescate. Tal vez algunas de esas lecciones podían transmitirse a la siguiente generación.

Así fue como entré al Tec. Esa experiencia me transformó. Ser profesor en el Tec me cambió la vida. Aprendí muchas cosas. Y quizá la más importante fue entender que la derrota no es un estado, sino una actitud. Que lo que parece el fin del mundo para algunos puede ser, en realidad, el inicio para otros. Que lo complejo, lo adverso, lo difícil, no son barreras definitivas, sino retos que esperan ser resueltos.

Y reconozco algo más: probablemente solo aquí, en Monterrey, en el Tec, lejos de aquel hábitat, pude vivir esa transformación. Solo en este entorno, exigente y ajeno al que me formó, encontré el espacio para reinventarme y redescubrir el verdadero sentido de mi vocación.

Este nuevo mundo, en el que viví desde el Tec, abrió nuevas puertas. Lo más inesperado fue que, en un mundo interconectado -donde las distancias se volvieron irrelevantes después de la pandemia-, el talento realmente dejó de tener fronteras.

Ya no importa estar en una esquina del mundo: el talento puede abrirse camino. Y así fue como, desde hace cinco años, desde este rincón del mundo, en paralelo a mi trabajo docente, pude empezar a colaborar directamente con el sistema de desarrollo multilateral.

Algo que hubiera sido imposible en el mundo en el que me había formado. Ese antiguo mundo donde pensaba que las cosas habían salido mal.

Esta semana termina mi ciclo en el Tec, como profesor e investigador. Me uno a un organismo internacional en Washington D.C., tratando de hacer un cambio -aunque sea pequeño- en nuestro continente.

No es un paso menor en este viaje personal. Es la oportunidad de llevar lo que sé, pero más importante, lo que aprendí aquí, a una escala distinta. De traducir la docencia, la investigación y las lecciones de resiliencia vividas en Monterrey en programas y proyectos que buscan mejorar la vida de las personas.

Porque lo que me enseñó el Tec, lo que aprendí en estas aulas, es que el cinismo no lleva a ningún lado. En cambio, la voluntad, la resiliencia -por pequeña que sea-, la posibilidad de un cambio verdadero, es la única llama que nos puede permitir mantener viva la esperanza de que este mundo pueda ser mejor.

Hay algunas cosas que no podemos escoger, y una de ellas es el momento en la historia en el que nos toca vivir. Yo no escogí vivir en este momento, en el que el mundo que pensamos que sería se derrumbó.

Tampoco me tocó escoger este tiempo, con retos enormes. Pero albergo la confianza de que, a pesar de este momento de la historia que nos tocó vivir, aún es posible mover las cosas. Aún es posible hacerlas mejor. Aún es posible mejorar la vida de las personas. Aún es posible poner nuestro conocimiento al servicio de la gente.

Salvador Alva, quien fuera rector del Tec, la semana en que nos fuimos a cuarentena en la pandemia de 2020 nos dijo a todo el cuerpo docente: no hay que tener miedo. Solo hay que recordar que este lugar donde estamos, el Tec de Monterrey, se fundó en medio de la Segunda Guerra Mundial. Y ochenta años después, aún seguimos acá.

Ese recuerdo me hace pensar en el momento difícil que nos tocó vivir, y en los muchos que seguramente vendrán. En el papel que nos ha tocado y nos tocará desempeñar frente a la adversidad, como individuos y como instituciones.

Porque al final, esta es la paradoja de nuestra época: vivimos en medio de la incertidumbre, de crisis que parecen interminables, de realidades que a veces tienen la textura de una pesadilla. Y sin embargo, ahí mismo, en esa sustancia difícil, también está la posibilidad de crear algo que valga la pena, algo duradero, algo bello.

Como decía Octavio Paz: “La realidad está hecha con la sustancia de una terrible pesadilla. La grandeza de las personas radica en poder hacer cosas bellas y perdurables con la sustancia real de esa pesadilla.”


Con esta contribución me despido de Arena Pública. Agradezco profundamente a mis lectores que me siguieron mes con mes con atención y paciencia, esperando haber aportado, aunque sea un poco, a enriquecer la conversación pública con una visión interesante sobre los asuntos económicos de nuestro tiempo.

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.

Archivado en