Covid-19 y el estilo improvisado de gobernar
OXFORD.- Cuando lleguen a escribir la historia de la pandemia de Covid-19 -la exportación china más lamentable desde la pólvora en el siglo 13- uno de los países que merecerá un estudio de caso de cómo hacer las cosas mal será el mío: el Reino Unido.
A pesar de contar con fronteras naturales por ser isla, a pesar de la ventaja del aviso previo del contagio, que pegó primero a Italia y Francia, y a pesar de ostentar uno de los servicios públicos de salud más amplios del mundo, el Reino Unido ha registrado más muertes debido al Coronavirus que cualquier otro país europeo y la quinta suma más grande del mundo. Las 117 mil registradas hasta el 14 de febrero son casi el doble de la suma en Alemania (65 mil), país con 25% más habitantes.
¿Cómo explicar el relativo fracaso británico? Cuando un país goza de condiciones estructurales parecidas a las de sus vecinos -riqueza económica, servicio de salud amplio- pero sufre desenlaces distintos, hay que analizar las diferencias culturales. Y la más llamativa se trata del liderazgo político. En pocas palabras, Boris Johnson no es Angela Merkel.
Hay tres características claves que definen a Johnson. Su ideología es de la ala libertaria del conservadurismo. Su actitud hacia el mundo es optimista al grado de la ingenuidad. Su personalidad es carismática. Ninguna de éstas ha servido bien al público británico en tiempos de Covid; todas han contribuido a una respuesta oficial que -excepto la estrategia de vacunación- se ve desastrosamente improvisada.
Sus instintos libertarios lo condicionaron a no aplicar restricciones a la población durante las primeras semanas del brote en febrero y marzo del 2020. Sus primeras declaraciones se trataron de sugerencias (“mejor no vayan al pub”), no de decretos. Había mucha discusión en su gabinete de aspirar a la inmunidad colectiva, una manera eufemística de decir: sacrificamos a los ancianos y los médicamente vulnerables para el bien de la economía. Luego negaron que este fue su plan, pero los debates sobre ello retrasaron la introducción de reglas concretas.
Cuando el gobierno por fin decidió hacer decretos, el optimismo de Johnson lo guió a hacer declaraciones ilusionadas que condujo a muchos a pensar en hacer sacrificios sólo a corto plazo. Así, cuando gradualmente levantaron la primera cuarentena nacional en junio, millones de británicos acudieron a la playa y a fiestas con poco distanciamiento social, sembrando así la segunda ola del brote a partir de agosto. Un parecido optimismo ingenuo (que tiende a menospreciar la ciencia) impulsó el levantamiento precipitado de una segunda cuarentena a principios de diciembre, política que se tuvo que revertir con una tercera cuarentena nacional a partir del 5 de enero.
Johnson llegó a ser primer ministro gracias, en gran parte, a su considerable magnetismo. Con su energético e irónico sentido del humor, su vocabulario amplísimo, su acento posh, y su aspecto de espantapájaros regordete y rubio, tiende a caer bien. Así, mucha gente le dicen “Boris”, no Mister Johnson. Y así, cuando por meses rehusaba usar cubrebocas e incluso hacía alarde de haber estrechado la mano con pacientes de Covid en un hospital, comunicó el mensaje que el contagio no era gran cosa -un mensaje sin duda del agrado de sus fans-.
El optimismo y el magnetismo de Johnson se ven unidos en su retórica, que aspira a emular a la de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Por eso su uso frecuente de metáforas medio bélicas: “this enemy can be deadly”, “we can turn the tide”, “we can send coronavirus packing”, “with a fair wind in our sails…”. Pero es una retórica churchilliana de segunda. Churchill dijo en 1940 a la nación británica: “No tengo nada que ofrecer, excepto sangre, trabajo arduo, lágrimas y sudor”.
Desde el inicio -no tarde, como Johnson- Churchill era realista. Desde el inicio, insistió que el pueblo hiciera sacrificios. Desde el inicio, puso la seguridad de la nación antes de su propia popularidad.