¿Son los exhibidores los villanos del cine mexicano?

Reflexiones a raíz de una entrevista que realicé a Ramón Ramírez Guzmán, director de Relaciones Públicas de Cinépolis.
3 Junio, 2022
Sala Macro XE, de Cinépolis.
Sala Macro XE, de Cinépolis.
Cinetlán

Históricamente, los exhibidores han sido los “villanos” del melodrama nacional conocido como “la terrible y triste historia del cine mexicano”.

En este culebrón que lleva décadas, de productores y directores “mártires” y “santones” del cine nacional, desvalidos del gobierno, pobres de origen, sin pantallas para exhibir sus sufridas producciones, los “exhibidores” han sido la “abuela desalmada”. ¿Por qué?

El cineasta joven lo aprendía en la escuela: la primera clase de “Dirección” de Alfredo Joskowicz eran precisamente sus conclusiones sobre “El libro negro del cine mexicano” de Miguel Contreras Torres. Había un villano ahí. Se llamaba William O. Jenkins, un norteamericano que hizo el “sueño mexicano”. Según esta narrativa, Jenkins fincó una fortuna en torno al negocio de la exhibición cinematográfica, con prácticas gansteriles, y connivencia de gobiernos corruptos[i]. Así Jenkins construyó un monopolio de la exhibición en México, y llegó a tener poco más del 80 por ciento de las pantallas de todo el territorio nacional, y con este monopolio dictaba políticas industriales, a la producción y a la distribución.

Según Alfredo Joskowicz, este hombre, y solo este hombre, fue el principal responsable de la decadencia del cine mexicano después de la época de oro. No cabe duda de que se trata de una buena fábula, en la mejor tradición del chivo expiatorio mexicano. Siempre es más fácil echarle la culpa a un individuo que deshebrar la complejidad, o a que la asuma una colectividad[ii]. Así un solo individuo se vuelve responsable de todo un proceso histórico complejísimo. Y esta fábula, para un joven estudiante que no sabe nada de nada de la industria del cine, se la traga completa.  

Lo que no mencionaba Alfredo, es que Jenkins había dejado el negocio cinematográfico a finales de los años cincuenta, y había vendido la totalidad de sus salas al gobierno mexicano. Se pasó pues, de un monopolio privado a un monopolio estatal. Y este monopolio estatal se mantuvo vigente durante 30 años, hasta 1992, en que se promulgó una nueva ley de cine, la de Salinas.

Para 1996, cuando yo estudiaba mi primer semestre de cine en el CUEC, hoy ENAC, lo de Jenkins era historia vieja. No tenía ninguna importancia en el contexto cinematográfico de ese momento. Sería tanto como culpar a Edison de las malas prácticas de la industria americana actual. En la segunda parte de esta clase, Alfredo Joskowicz explicaba la distribución del peso de taquilla. Era el siguiente esquema, y quiero destacar que al parecer se ha mantenido así desde entonces[iii]:

¿Siendo los productores los que hacen las películas, o sea los que producen el “producto” en torno a la que gira toda la industria, no deberían tener una mejor renta? El sentido común diría que sí, y el joven estudiante de cine se va con la finta. La conclusión de esta clase es que los exhibidores eran unos gandallas y unos abusivos, y manejaban la industria a su antojo. Los malos del cuento.

Además, ese día Joskowicz nos dijo, a los 15 de la generación, en agosto de 1996, que dadas las condiciones actuales de la industria cinematográfica, nosotros seguramente nunca íbamos a hacer cine. Nunca, ninguno. Había un sadismo especial en que aquella fuera la primera clase de dirección cinematográfica. Nos estaba diciendo que íbamos a aprender algo que nunca íbamos a practicar[iv].

Quiero destacar que Alfredo dio la clase de dirección cinematográfica en el CUEC y en el CCC durante casi 40 años. Prácticamente hasta que murió en el año de 2012. Si inició con este relato tras la descentralización del cine, en 1993 o 94, 18 generaciones de cineastas egresaron con la convicción de que los exhibidores eran unos tales por cuales.

Bueno, esa era la narrativa de Alfredo, pero ¿Cuál es la realidad?

Alfredo se cuidó de no hablar de los 30 años de nacionalización del cine. Cuando el Estado tenía a las productoras, a las distribuidoras, un banco cinematográfico, estudios cinematográficos, y el 80 por ciento de las salas de cine de todo el país. El Estado pagaba sus películas, producía sus películas, distribuía sus películas y exhibía sus películas, y también premiaba sus películas: ¡Pues qué glorioso!

Este periodo de “bonanza” tuvo su apoteosis en el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, con leyes severísimas de apoyo al cine mexicano, había una “cuota de pantalla” del 50%, esto quería decir que la mitad de las pantallas cinematográficas de todo el país estaban obligadas a exhibir cine mexicano, además era obligatorio exhibir todas y cada una de las películas mexicanas producidas en el año, tuvieran la calidad que tuvieran, sin ningún tipo de filtro, y como puntada final metió la taquilla del cine “a la canasta básica”, esto significaba que los boletos del cine no podían costar más de ocho o nueve pesos[v].

Todo esto puede parecer magnífico, una era dorada del cine. En 1974 o 75 el crítico de cine Emilio García Riera, -en mi opinión, chayo de por medio- escribió, dijo y difundió que México vivía una nueva “época de oro”, con la generación de Felipe Cazals, Arturo Ripstein, Jorge Fons, Alberto Isaac, entre otros.

Justo por esos años inició operaciones Organización Ramirez, que inauguró el cine Morelia en 1971. En 1972 tuvo que adecuar sus instalaciones para hacer cines gemelos. O sea, dos salas en donde había una, para cumplir la ley del 50% de cuota de pantalla, es decir para dedicar una sala al cine mexicano, y la otra al cine internacional, principalmente americano. Y tuvo que acatar también la ley de taquilla, esto es cobrar la taquilla a costos irrisorios. Y un año después expandirse para crear un complejo, en lo que entonces se llamaban multicinemas: un cine con muchas salas.

Se podría decir que Organización Ramirez surgió en el peor contexto para iniciar un negocio cinematográfico en México, donde la principal competencia era el gobierno mismo, y todas las leyes eran totalmente desfavorables para solventar una inversión en la exhibición. Pero así es la vida. Organización Ramírez mostró dotes de supervivencia excepcionales.

¿En qué terminó esta segunda “época de oro” para el cine mexicano? En desastre absoluto. A finales de los ochenta la marca “cine mexicano” representaba para el mexicano promedio películas vulgares, groseras, chafas, de muy poco, o nulo valor. Los “productores” -así, entrecomillado- se aprovecharon de la obligación de las cadenas de cine para estrenar “cualquier película mexicana sin excepción y sin ningún filtro de calidad” para hacer películas que, hablando claro, eran francas porquerías. Estos “productores” sin escrúpulos, hacían películas centaveras, con ínfima inversión y como algunas de estas películas eran éxitos de taquilla, cada vez invertían menos dinero, y ofrecían menos y menos calidad. De malas, pasaron a peores, luego a míseras. Me consta.

Estaba un día en la empresa de don Jorge Rubio, que rentaba algunas de estas películas, en rollos cinematográficos, me quedé viendo el cartel de “Los Gatos de las Azoteas”, y don Jorge me dijo: No te imaginas la fortuna que hicieron los productores con esta película, el dineral. Pero sí me imaginaba, solo que no me lo explicaba. Y este dinero no se reinvertía en el cine para hacer mejores películas, al contrario. Como dije antes, la lógica de estos productores era estirar la liga a ver como podían reproducir la renta, gastando lo menos posible. 15 años de esto bastaron para enajenar a generaciones enteras de público en contra del cine de su país, acendrando la cinefilia al cine americano y al cine internacional.

La aversión al cine nacional por parte del público, a finales de los ochenta, fue tan grave para nuestro cine, que aún hoy, 2022, la marca “cine mexicano” no se recupera del todo de aquellos estigmas. Y por esta ínfima calidad fílmica a finales de los años ochenta, el cine mexicano había perdido prácticamente todas sus pantallas internacionales, su ascendente sobre América Latina, la población hispana de los Estados Unidos, y España. Solo algunos mexicanos en México consumían esas porquerías. Un cine chatarra de dos pesos[vi].

Mucha gente se sorprende cuando les platico que “La Risa en Vacaciones” (1991) de Rene Cardona Jr., llegó a tener el record de taquilla. Por unos meses fue la película más taquillera de la historia del cine mexicano. El record le duró poco por el estreno, meses después, de “Como agua para Chocolate” (1992) de Alfonso Arau. ¿Cuál es la razón de que una película francamente mala, aunque pueda haber resultado divertida para el espectador mexicano de ese entonces, alcance esos niveles de taquilla? Pues aquella película lamentable era de lo mejor que se podía ver entonces. Dice el refrán: en casa del ciego el tuerto es rey. Todas las prerrogativas que tuvo el cine mexicano en esta “época de oro” que solo duró el sexenio de Echeverria, las echaron a perder productores y directores mercernarios de aquellos años, por abusones.

Por eso cuando las majors americanas, encabezadas por Jack Valenti, solicitaron al gobierno mexicano, de Carlos Salinas de Gortari, que liberara el mercado del cine en México, simple y sencillamente se liberó. Todas las empresas públicas cinematográficas se extinguieron, con excepción de los Estudios Churubusco y del CCC. Se derogó la ley de cine de Echeverría y se promulgó la nueva ley de cine, la salinista, la de 1992 que sigue vigente aunque toda rayoneada, y ahora sin fideicomisos[vii], prácticamente inoperante.

Pero esto no se hizo sin un plan, no se hizo a la ligera. Quién diseñó, llevo a cabo y ejecutó dicho plan fue Rafael Tovar y de Teresa. El objetivo era precisamente limpiar un poco la marca “cine mexicano” con la marca “Nuevo Cine Mexicano”, concepto que ya se había utilizado muchas veces antes, pero ahora tenía un sentido muy claro: se trató de ofertar un cine de calidad, tanto técnica como temática, que pintara su raya con el cine que se iba a extinguir por decreto, el cine chafa.

El cine de ficheras, de luchadores, policíaco y del oeste de los hermanos Almada, de pandillas y de “acción” de Valentín Trujillo, todo aquel cine se extinguió por decreto, de un plumazo. De un día para otro. Ya no había prestamos públicos para financiar estas películas, ni distribuidoras públicas para colocarlas, ni salas de cine públicas para exhibirlas. Los cineastas quedaron a merced de la oferta y la demanda del mercado.

El gobierno no había reinvertido ni un peso, en sus precarias salas de cine, las salas de COTSA (Compañía Operadora de Teatros), presentaban al final de sus días un aspecto francamente lamentable, al grado que cuando fueron vendidas por el gobierno, se vendieron como terrenos, porque las construcciones no servían para nada. Un puñado se transformó temporalmente y por algunos años en “salas de eventos” de sectas religiosas.

Porque no solo se hacía un cine pésimo, se veía en condiciones lamentables. Al visitar cualquier sala de COTSA, la primera impresión que daba era la falta de mantenimiento, la pasta carcomida, la falta de pintura, etc. Al ingresar a la sala, la humedad, o el aroma a sudor humano, ha encerrado. Porque en aquellos años existía algo llamado “permanencia voluntaria”, lo que significaba que uno podía entrar a la sala en cualquier momento y permanecer en ella todo el día si así lo decidía. Al caminar para tomar tu butaca no numerada podías sentir el piso chicloso, se pegaba a las suelas de los zapatos haciendo el ruido que hace algo que se pega y se despega, era muy desagradable. Esto porque no lavaban bien los pisos cuando accidentalmente se derramaban bebidas gaseosas. Las butacas eran de fierro con respaldo y sillones plastificados, pero ya costaba trabajo encontrar butacas que no estuvieran rotas o en los resortes. La pantalla normalmente ya tenía remiendos y sobre la proyección de la película sobresalían los parches. Había gatos durante las funciones que eventualmente caminaban entre tus piernas y te pegaban grandes sustos, pero eran para evitar que ratas o ratones fueran los que caminaran por tus piernas.

Por eso cuando Salinas derogó la vieja ley de cine, y promulgó la nueva, realmente nadie dijo nada.

Bueno… hubo un pequeño movimiento llamado “La muerte del cine mexicano”. Hicieron una marcha en la que declararon muerto el cine mexicano, y luego organizaron algunos eventos. Una comunidad muy pequeña y marginal. Con esto no quiero decir que su protesta no fuera importante, pero sí quiero decir que no fue significativa, ni siquiera un poco. Después de todo ¿Qué cine querían salvar? Aquel cine de ficheras de dos pesos… ¡No gracias!

Las películas del Nuevo Cine Mexicano exhibidas entre 1992 y 1994, algunas fueron Óperas Primas de cineastas que mostraban que se podía hacer cine de calidad en México: Alfonso Cuarón debutó con la comedia “Solo con tu pareja” con éxito; Guillermo del Toro debutó con “La Invención de Cronos” mostrando su interés por el cine de género, el cine fantástico y de terror. Debutaron dos grandes talentos de la cinefotografía Guillermo Navarro y Emmanuel Lubezki.

Otros cineastas que tuvieron películas durante el periodo, y buena recepción fueron Luis Estrada, Francisco Athié, María Novaro, Alejandro Pelayo, Juan Mora Catletl, Nicolás Echeverría, Jorge Fons, Gabriel Retes, el ya mencionado Alfonso Arau, entre otros. Esta era la nueva apuesta del gobierno, el cine iba a ser patrocinado por el Estado a partir de Fideicomisos, el FOPROCINE, el fideicomiso dedicado al cine de calidad, el cine que el estado debe financiar, el de minorías, el cine de autor, el cine que la industria no va a producir; y FIDECINE, enfocado a todo tipo de cine, el cine comercial incluído.

Durante todo el sexenio de Ernesto Zedillo (1994-2000) la ley de cine permaneció en un limbo, por falta de reglamento. Fueron los años de verdadera crisis del cine nacional, se tocó fondo. En estos años se pueden hallar los niveles más bajos de producción anual desde los años 20. La devastadora crisis económica de 1994, el llamado “error de diciembre”, y el total desinterés de Zedillo por la industria cinematográfica nacional, abonaron para estas funestas estadísticas. Con Vicente Fox y la alternancia política, se promulgo el reglamento y el cine mexicano pudo iniciar su paulatina recuperación.                      

En 1992, cuando el cine mexicano quedó a expensas del libre mercado, la Organización Ramírez no perdió el tiempo y fundó “Cinépolis”, que ofrecía exhibición cinematográfica de alta calidad. Ahora se podía asistir a salas con butacas realmente cómodas, con una oferta atractiva en dulcería, con espacios cómodos y ventilados, y pantallas en buen estado, y buen sonido.

Desde entonces ha basado su competitividad en la calidad de la “experiencia cinematográfica”. Pero este estilo de exhibición de alta calidad también tiene alto costo. Quién quiera que haya tenido un negocio en el que se aglomeren grandes grupos de personas todos los días, conoce el alto costo de mantener las instalaciones en buen estado, comenzando por los baños. Organización Ramírez puso el listón muy alto, y pocas empresas pudieron competir. Una de ellas fue CINEMEX, y otra fue CINEMARK trasnacional de Roberto Jenkins, al parecer nieto de aquel viejo magnate del cine mexicano.  

Y pues bien llegando a 1996, Alfredo Joskowicz afirmaba que estos exhibidores tenían la culpa de la decadencia del cine mexicano por como distribuían el peso de taquilla.  

La distribución del peso en taquilla parece injusta a primera vista, pero no se pueden ofertar exhibiciones de alta calidad si no se invierte en dicha alta calidad. Se sabe que los ingresos por taquilla de Cinépolis, (y de otras salas de cine de México y el mundo) pagan únicamente el gasto corriente, y los costes de mantenimiento. De la taquilla no hay utilidad, las utilidades están en la venta de dulcería y mercadería. Pero si no llevas gente a las salas de cine no les puedes vender nada. Así que para mantener el negocio en buen estado lo más importante es llevar a la gente a las salas de cine.  ¿Y qué quiere ver el público mexicano? Principalmente cine americano. Hay innumerables estudios estadísticos que lo demuestran[viii]. No más de un 10 por ciento de los mexicanos que ven cine en el cine, ven cine mexicano. Y esa es una buena cifra. Realmente el trabajo que se debe hacer si se quiere recuperar al cine mexicano como industria, es recuperar al público mexicano para el cine mexicano. Que ese porcentaje crezca.

¿Esto es culpa de los exhibidores? No. De hecho, todo el 2022 ha habido películas mexicanas en cartelera. De hecho… siempre, siempre ha habido películas mexicanas en cartelera. Años anteriores no había en verano, que se supone la mejor época para programar cine. Pero no había porque programar una mexicana contra los blockbuster americanos, era tanto como mandarla el matadero. Los últimos años ha habido cine mexicano programado en el verano, cine mexicano que ha sido considerado competitivo, contra los trancazos americanos. Eso es crecimiento.

Fue en un evento organizado por ese pequeño grupo de activistas de “la muerte del cine mexicano” llamado “Los que no somos Hollywood” en el año 1998[ix], que comencé a tener serias dudas sobre la clase de Alfredo, ahí dictó una plática el entonces joven Alejandro Ramírez, en la cual a las acusaciones de que Cinépolis no apoyaba al cine mexicano, Alejandro leyó una larga lista de películas que habían estado programadas en sus salas. En aquel entonces, dichas películas, se sabía, seguramente iban a ser fracasos de taquilla. Aún así las programaban. Los pequeños exhibidores, en concreto un par de señores que estaban en el auditorio, le reclamaban que donde él ponía un Cinépolis, sus empresas ya no generaban renta. Obviamente la gente optaba por la mejor calidad en exhibición. Se estaban quejando de no tener público en sus viejas salas, en malas condiciones. En Cinépolis siempre se ha programado cine mexicano. Y en Cinemex también.

Se podría hacer con mucha paciencia y venia de estas empresas, una estadística de resultados de ese cine mexicano en su taquilla, los últimos treinta años, lo que nos daría una radiografía perfecta de si estas empresas apoyan o no al cine mexicano, pese a sus malos resultados. Obviamente con excepciones pues también ha habido taquillazos mexicanos.

También han sido acusados los exhibidores de programar mal las películas mexicanas, de que están en malos horarios, de que los taquilleros recomiendan ver otras películas, etc., teorías conspiratorias y paranoicas sin fundamento. Resulta que hay una saña malvada contra las películas mexicanas, ordenada por los altos mandos de la exhibición. Si así fuera, obviamente y de inicio, NO LAS PROGRAMARÍAN. ¿Para qué programarlas si luego las van a boicotear? Imagino a Darth Vader diciendo: “Te voy a programar en mi sala para destruirte, jajajaja”. Da risa, la verdad.      

Volviendo a la distribución del peso de taquilla. El cine americano paga 60% de cada peso de taquilla, a la sala de cine mexicanas, a empresarios mexicanos. Y recibe solo el 7% de utilidad para las productoras hollywodenses, mientras que el gobierno mexicano y todos los mexicanos, recibimos el 16% de IVA. Así que México gana, el empresario mexicano gana. ¿Y las empresas americanas se quedan solo con el 7%? A veces. Recordemos que el distribuidor se lleva el 17%. Por ello si el productor y el distribuidor son el mismo, suman sus porcentajes. Por poner un ejemplo, si es una producción de FOX, y la distribuye FOX, entonces está recuperando un nada despreciable 24% de cada peso de taquilla, 17% de distribución más 7% de producción.  Y finalmente al ser un mercado externo para los Estados Unidos ellos consideran que estas son ganancias adicionales a su mercado interno[x]. Al final también ganan. ¿Está mal el esquema? ¿Es abusivo? En mi opinión no. De hecho, está muy bien.

Ahora bien: este es el mismo trato para el cine mexicano. Aquí es donde podría haber algún reproche. ¿Por qué tener el mismo trato para el cine mexicano? Pero la pregunta importante es ¿Y por qué no?

Al final la película mexicana va a ocupar las mismas instalaciones de alta calidad, va a tener una proyección y una exhibición de primera, y va a ocupar su lugar en la cartelera. Desde 1992 las salas de cine tienen la libertad de manejar su negocio como mejor les parezca. ¿Por qué deberían tener un trato diferencial con respecto al cine mexicano? ¿Por qué son mexicanos? ¿Por qué el cine mexicano lo necesita? ¿Porque es pobre y menesteroso? Hay que entender que las salas de cine se manejan como un negocio, no como una beneficencia.

Quien debería poner empeño en solucionar los problemas del cine mexicano es el gobierno, no las salas de cine. De entrada, viendo esta distribución del peso en taquilla de las exhibidoras mexicanas, el gobierno podría devolver el IVA a los productores, con lo que pasarían de un 7% a un 23% de recuperación, con un IVA reembolsado. Pero estos son sueños guajiros. De hecho más que seguir quejándose, algunos productores mexicanos decidieron emprender también el negocio de la distribución cinematográfica, como las majors, así podrían cobrar no solo la parte de producción, sino también la parte de distribución: y no se quedarían con el 7% sino que alcanzarían el 24%. Así surgió Mantarraya[xi], Canana[xii], y otras.       

Otra solución en la que se ha pensado, es en fortalecer un circuito alternativo de exhibición: que haya una Cineteca o Cinemateca en cada estado, además de las salas Universitarias, y pantallas alternativas. Se fortalecería así, un circuito que aumentaría las pantallas no solo para el cine mexicano, sino para el cine de arte en general, de todas las nacionalidades. El cine que no llega a las cadenas privadas (aunque las cadenas grandes tienen “salas de arte”[xiii] donde programan estas películas, incluyendo las mexicanas de “arte”). Empero, estas salas no cobran el boleto al mismo precio que las cadenas privadas, normalmente ofrecen descuentos a estudiantes, maestros, y personas de la tercera edad. Su taquilla es más modesta. Y yo al menos, desconozco cómo se distribuye su peso de taquilla. Es uno de los grandes misterios contemporáneos, aunque la Cineteca Nacional llena sus salas continuamente a lo largo del año.    

Lo cierto es que ciertas películas mexicanas, aunque estuvieran en cartelera todo el año, no tendrían público. Quizá esporádico, aleatorio, meramente estadístico. No porque sean de mala calidad, sino porque ofrecen un cine para minorías, en amplio sentido y no cine para público general. Algunas de esta películas pueden resultar mortalmente aburridas, incompresibles, o francamente raras. Para críticos, intelectuales, artistas, gente del medio artístico y cinematográfico.         

Después de esta larga disertación, y dicho en pocas palabras, es mentira que sea culpa de los exhibidores la situación actual del cine mexicano. Como parte de la industria mexicana del cine podrían tener alguna corresponsabilidad. Eso pudiera ser, pero habría que analizar muy bien si realmente es así y su porcentaje de culpa. En mi opinión, es mínimo, insustancial o inexistente.  

Yo considero que la responsabilidad más importante es del gobierno mexicano, de pésimas administraciones, de una total falta de creatividad y voluntad política para encontrar buenas soluciones. Es un hecho que el repunte de los últimos años del cine mexicano se debe precisamente a que ha sido bien distribuido y bien exhibido en las cadenas privadas, Cinépolis y Cinemex. Se debe a las comedias románticas, y comedias televisuales, de Martha Higareda, Omar Chaparro, Eugenio Derbez, Mauricio Ochman, Vadir Derbez, etc.  Mi maestro Alfredo Joskowicz estaba completamente equivocado en esta cuestión y en muchas otras.    

La exhibición cinematográfica es el sector más importante, ya que ahí se consuma el ciclo del cine: ahí se ven las películas, ahí se manifiesta el buen o mal trabajo y esfuerzo de un gran conjunto de artistas diversos. Por otro lado, son los exhibidores los que recogen las utilidades y las distribuyen. Más que hacer telenovelas de buenos y malos, deberíamos considerarlos para crear políticas que fomenten el cine mexicano, para recuperar o mejorar su público. Una política integral, con la unidad de todos los sectores. Pero los sueños, sueños son.  

 


[i] Se puede leer el excelente libro del criminólogo, escritor e intelectual mexicano Rafael Ruíz Harrell, “El secuestro de William Jenkins. Una novela de intriga en el México bronco”. Recordar que son hechos que sucedieron en los estertores de la Revolución, bajo el régimen constitucionalista de entonces presidente Venustiano Carranza.

[ii] Así, la pérdida de Texas, y de la mitad del Territorio Nacional tras la guerra de 1847, es sólo culpa de Antonio López de Santa Anna. No de un conjunto de complejas circunstancias históricas, ni de ningún otro general, o militar, ni de ningún otro mexicano. Es solo culpa de un hombre.  

[iii] Aunque dice Ramón Ramírez en la entrevista que le realicé y que puede leer aquí en “Arena Pública” (LINK) que la negociación se hace película por película. Hace algunos años en una conferencia con distribuidores en la Universidad Anahuac, aceptaron que el porcentaje de los exhibidores difícilmente bajaba del 60%.

[iv] Los que nunca íbamos a hacer cine, hicimos cine. Casi toda mi generación, Ernesto Contreras ha dirigido ya más de cinco o seis película de largometraje, varias fotografiadas por Tonatiuh Martínez (recientemente alguien me hablaba de esa nueva estrella de la fotografía mexicana, un tal Tonatiuh), Erika Avila ha producido cualquier cantidad de películas y cortos, además de su trabajo como directora de arte en otro tanto de películas, Ariel Gordon tuvo éxito en un par de cortometrajes -e hizo una película modesta- ahora tiene una empresa muy exitosa de postproducción donde ha estado involucrado en innumerable cantidad de películas mexicanas… no los voy a mencionar a todos, pero es un hecho que aquellas terribles palabras con que Alfredo nos sentenció eran malas ondas, patrañas, nada más.

[v] En mi época de adolescencia, pero es una estimación que valdría hoy también

[vi] Con todo, y aunque parezca insólito, había público mexicano para este cine. Cuando Salinas terminó con él por decreto, estas producciones encontraron salida en los llamados “Videohomes” o “Videoscaseros”. Que tuvieron mucha demanda, todavía un par de décadas después.

[vii] El presidente López Obrador hizo tabula rasa de todos los fideicomisos del país entre 2020 y 2021.

[viii] Se puede ver el Anuario Estadístico del IMCINE en este link: http://anuariocinemx.imcine.gob.mx/ El maestro Dan Campos, en su vloger de youtube “The Dailies” hizo un análisis a fondo del Anuario estadístico: se puede ver en este link: https://youtu.be/YBP0W80b0sY

[ix] Las memorias del Simposio, se pueden consultar en bibliotecas públicas –incluyendo mi juvenil y seguramente inmadura ponencia, así como la ponencia que refiero de Alejandro Ramírez, CEO de Cinépolis – porque se editó. Supongo que pueden leerse en la Biblioteca de la Cineteca Nacional, del CCC, de la ENAC, de la Filmoteca de la UNAM.

[x] En los “box office” aparecen como “foreign” o “international” en contra de “domestic” que usan para su mercado interno

[xi] Se puede leer sobre este modelo de negocio aquí: https://hotbook.mx/mantarraya/

[xii] Se puede ver su catálogo y su página web aquí: http://www.canana.net/catalogo

[xiii] Sobre las salas de arte de las cadenas privadas, se puede ver su concepto en estos links: CINEMEX, https://api.cinemex.com/landing/casa-de-arte/casa-de-arte  , CINÉPOLIS: https://cinepolis.com/sala-de-arte

Luis F. Gallardo Luis F. Gallardo Nació en la Ciudad de México, en medio de los cohetones que echaban los suavos y zacapoaxtlas para conmemorar la batalla de Puebla, un 5 de mayo de 1975. Pertenece a la generación 1996 del CUEC, donde estudió Cinematografía, también estudio Letras Hispánica en la UNAM. Se especializa en guiones de programas de televisión cultural y educativa, de esos que pasan de madrugada. 18 años de experiencia en docencia, capacitación e investigación cinematográfica. Ha visto un par de películas. Baila salsa.