La estanflación inevitable
El peor de los escenarios para la economía mundial (y la mexicana): estancamiento económico con inflación. Un crecimiento pobre, estancado o en contracción al mismo tiempo que los precios suben con fuerza, en tanto que el desempleo aumenta y los salarios también se estancan o caen en términos reales.
Por décadas se pensó que la inflación se había desterrado para siempre, al menos entre las naciones avanzadas y muchas emergentes. Eso de problemas inflacionarios era algo para Zimbabue, Venezuela, Argentina o Turquía, pero no para Estados Unidos, Europa y tampoco, por supuesto para países como México o Brasil. Si acaso, las crisis globales, destacadamente la de 2008-09 (Crisis Financiera Global) o la de 2020-21 (Pandemia) desataron serios temores sobre una contracción económica con deflación.
Inflación: aumento sostenido y generalizado, los dos
La inflación se define como un aumento sostenido y generalizado de los precios. Las dos palabras son clave. Es sostenido porque los aumentos se dan en forma recurrente, una constante a lo largo del tiempo, no una sola vez. Y obviamente es generalizado porque afecta a la gran mayoría de bienes y servicios en la economía. (Casi) todo sube todo el tiempo, siendo las principales excepciones productos en que la tecnología avanza, y se abarata, constantemente (siendo los teléfonos inteligentes el mejor ejemplo).
Por ello, puede parecer extraño, un aumento fuerte en el precio de la gasolina no se considera inflacionario (al menos por muchos economistas). Sin duda trae aumentos “en cascada” y por ello es (algo) generalizado, pero no es algo constante: es un incremento que tiene impacto una sola vez, y después desaparece, con el nivel inflacionario regresando a los niveles originales cuando ese aumento deja de ser considerado en el acumulado anual (esto es, precisamente, al cabo de un año). Lo que se observa es un “chipotazo” o inflación transitoria. Al inicio de 2017, por ejemplo, hubo un fuerte aumento en el precio de la gasolina en México, y el efecto sobre la inflación anual desapareció, precisamente, al principio del año siguiente.
La puerta inflacionaria: ¿oferta (empuje) o demanda (jale)?
¿Pero qué causa ese aumento constante y generalizado de los precios? Un problema de oferta que se contrae o de demanda excesiva, o por supuesto ambos a la vez. Cuando se trata de la oferta, hay un impacto en los costos que “empuja” a los precios, lo que en inglés se conoce como “cost-push inflation”. Cuando hay un exceso de demanda, este “jala” a los precios, esto es, conocido como “demand-pull”.
Generalmente se piensa en la demanda, puesto que las contracciones de oferta son mucho más raras, y además no suelen ser recurrentes. Pero 2020-22 es un tiempo extraño por la pandemia y la recuperación que todavía no es plena. La súbita y brutal contracción de la oferta no ha sido plenamente reconstruida. Además, hubo un fuerte empujón a la demanda por parte de gobiernos en economías avanzadas, particularmente la administración Trump en su cierre y la de Joseph Biden al arrancar. Como hubiera advertido Milton Friedman, la combinación resultó en mucho dinero persiguiendo pocos bienes.
Recesión y estanflación inevitables
El problema es que los choques de oferta siguen, uno tras otro, y son de enorme magnitud, destacando los encierros en China y la guerra de Rusia con Ucrania. Lo primero daña cadenas de suministros a nivel global y la segunda fuertes aumentos en los precios de energía y alimentos. No hay forma de subsanar uno u otra con rapidez, y aparte la inflación acaba por enquistarse vía aumentos salariales, como ya está ocurriendo.
Se puede esperar, ilusoriamente, a que los problemas de oferta desaparezcan, y que además no surjan otros nuevos. Se puede esperar, también ilusoriamente, a que las demandas de aumento salarial a la par de la inflación no tengan lugar. En extremo, se podrían tratar de controlar precios y salarios por decreto, una receta que se mostró fallida una y otra vez.
Para bajar la inflación con cierta rapidez, el único camino es atacar por el lado de la demanda, aunque los problemas de origen sean de oferta. Y eso tiene un nombre que pocos quieren pronunciar: recesión, llevar a que las personas compren (demanden) menos, para así ayudar a frenar los aumentos de precios. Es lo que hizo Paul Volcker en 1979 al subir fuertemente las tasas de interés en Estados Unidos, y dado lo enquistado de la inflación, tardó casi tres años en tener éxito. No debe tomar tanto tiempo ahora, pero pueden pensarse en poco más de un año o hasta dos, y eso asumiendo que no haya más problemas de oferta. Al frente de la Reserva Federal, es el turno de Jerome Powell de liderar la ofensiva contra la inflación.
No hay alternativa y hablar de evitar una recesión, como hacen ciertos políticos, es ilusorio. Entre más pronto se ataque el cáncer inflacionario, más rápido llegará la remisión. Mientras tanto, se tendrá la detestada estanflación.