¿Y si el mercado de bonos sí se rompe?

El Reagan National Economic Forum, organizado cada año por The Ronald Reagan Presidential Foundation & Institute, suele ser un espacio para discursos sobrios y optimistas sobre la economía estadounidense. Pero en su edición más reciente, celebrada en Simi Valley, California, hubo un cambio de tono. Uno de los invitados estrella, Jamie Dimon, CEO de JPMorgan Chase, no se anduvo con rodeos: “Va a haber una grieta en el mercado de bonos… y cuando ocurra, los reguladores van a entrar en pánico.”
Muchos podrían pensar que es una advertencia exagerada. Lo que Dimon plantea es incómodo, pero no fantasioso: el mercado más grande, líquido y aparentemente seguro del mundo —el de los bonos del Tesoro estadounidense— está mostrando señales de tensión. Y no es por un evento puntual, sino por años de acumulación de riesgos que hemos preferido ignorar.
¿Qué está en juego?
Recordemos que un bono es, en esencia, una promesa: alguien (gobierno, empresa, banco) recibe dinero hoy y promete devolverlo con intereses mañana. Los bonos del Tesoro de Estados Unidos han sido por décadas el estándar más alto. Sin embargo, el término 'libre de riesgo' se mantiene por su contexto institucional, en un entorno de tasas elevadas y deuda creciente, hasta las certezas necesitan ser reevaluadas.
Tres razones por las que Dimon prende las alarmas
La montaña de deuda. Desde 2020, la deuda pública estadounidense ha crecido en más de 10 mil millones de dólares desde finales de 2019. Mientras tanto, la Fed casi volvió a duplicar su balance con el programa de expansión cuantitativa (QE), aplicado a raíz de la pandemia. La deuda federal ronda ya el 120% del PIB.
Dimon lo ilustró con una metáfora visual: la trayectoria de la deuda se parece a un palo de hockey: largo y plano por un tiempo, hasta que se dispara en vertical. Ese disparo vendrá por compromisos como Medicare y Medicaid, cuyo peso sobre las finanzas públicas es creciente y difícil de recortar.
La necesidad constante de refinanciamiento. El Tesoro no solo emite deuda para cubrir déficits nuevos, también necesita refinanciar los que vencen. Esto requiere compradores dispuestos a seguir creyendo que Estados Unidos es un deudor confiable. Muchos inversionistas aún ven a Estados Unidos como el activo refugio global.
Pero esa confianza puede deteriorarse gradualmente, sin un solo evento gatillo, sino por erosión institucional. Si se acumulan señales de desorden —más deuda, estancamiento económico, polarización política—, los inversionistas exigirán mayores tasas para asumir ese riesgo. Resultado: el costo de la deuda aumenta.
- Un mercado con menos amortiguadores. Dimon señala que tras la crisis de 2008 las reglas de capital impuestas a los bancos redujeron su capacidad para actuar como intermediarios (market makers) en momentos de estrés. Es decir, si hay una venta masiva de bonos, ya no hay tantas contrapartes dispuestas a absorber el golpe. ¿Qué pasa si todos venden y nadie compra? El mercado se congela. Eso ya ocurrió, brevemente en marzo de 2020.
La crítica de Dimon sobre las reglas de capital tiene un punto válido, aunque no exento de controversia: flexibilizar esas reglas puede incrementar la liquidez, pero también el riesgo sistémico.
¿Quién manda en las tasas de largo plazo?
La Reserva Federal fija la tasa de corto plazo. Pero las tasas de 10, 20 o 30 años se mueven por fuerzas más grandes: expectativas de inflación, crecimiento, confianza institucional. Aquí viene otro punto incómodo que planteó Dimon: en un mercado que mueve billones de dólares diarios en bonos, derivados y divisas, incluso la Fed es solo un jugador más.
La ilusión de control tiene límites. En marzo de 2020, la Fed salvó el mercado de bonos. Pero si en el próximo episodio las tasas ya están elevadas, la inflación sigue alta y hay resistencia política a más estímulos, ¿tendrá margen para actuar?
¿Y si se rompe?
Si el mercado de bonos pierde liquidez o confianza, las tasas subirían. Las carteras institucionales perderían valor. Las hipotecas y los créditos serían más caros. El gobierno federal tendría que elegir entre recortar programas o subir impuestos. Además, el dólar podría perder parte de su atractivo como refugio seguro. Como una crisis de deuda emergente… solo que en Washington.
¿Qué propone Dimon?
A diferencia de otros, Dimon no se queda solo en la crítica. Plantea reformas serias: una reestructura del gasto público, una simplificación del sistema fiscal, más flexibilidad para que los bancos puedan volver a ser actores estabilizadores, y regulaciones que cuiden la liquidez en vez de ahogarla. También recomienda a las empresas que aprovechen las condiciones actuales (tasas aún razonables, 'spreads' bajos) para fondearse.
¿Estamos al borde o en un proceso de ajuste?
El alza reciente de las tasas de largo plazo —con el bono a 10 años rondando el 4.5% y el de 30 años en 5%— no es solo una señal de miedo. También puede ser parte de una normalización tras años de dinero barato. Durante más de una década, las tasas reales negativas y la expansión monetaria crearon un entorno artificialmente estable. Algunas correcciones eran inevitables. La velocidad del ajuste, la magnitud de la deuda y las fragilidades del sistema financiero sí aumentan el riesgo de disrupciones. Cuando los márgenes de maniobra fiscal y monetaria se reducen, la volatilidad se amplifica.
Por si hacía falta una señal, aquí está: el pasado 16 de mayo, Moody’s rebajó la calificación crediticia de Estados Unidos de Aaa a Aa1. Es la última de las tres grandes agencias en hacerlo. Nunca las tres habían coincidido en degradar la deuda estadounidense. El argumento de Moody’s fue directo: la incapacidad de Estados Unidos para frenar déficits crecientes.
Esta visión de que estamos al borde de un rompimiento puede ser que no esté generalizada. Algunos ven en el alza de tasas un síntoma de normalización. El punto es que el margen de error es más estrecho, y el costo de subestimar las señales —por más exageradas que parezcan— podría ser elevado. A veces, mirar el escenario más incómodo no es alarmismo, es prevención.
