¿Se nos está olvidando por qué es importante la autonomía del banco central?

En los últimos meses, Jerome Powell —presidente de la Reserva Federal— ha sido el blanco de críticas cada vez más intensas. Que si actuó tarde contra la inflación, que si ahora está saboteando al gobierno con fines políticos. Las acusaciones vienen de todos lados y con todos los tonos. Aunque cuestionar a un banquero central es legítimo —de hecho, sano en una democracia— lo inquietante es lo que parece diluirse en medio del ruido: el principio que justifica su cargo, y que trasciende al personaje de turno. Me refiero a la autonomía del banco central como pilar de estabilidad económica.
No importa si uno cree que Powell lo ha hecho bien o mal. El debate actual debería servirnos para mirar más allá del individuo y recordar por qué se diseñaron los bancos centrales autónomos, qué riesgos buscan evitar… y por qué conviene defenderlos, incluso cuando sus decisiones no nos gustan.
¿Qué significa que un banco central sea autónomo?
Significa que no obedece instrucciones del presidente, del Congreso ni de ningún partido. Tiene un mandato —usualmente, estabilidad de precios y en algunos casos también empleo, como es el caso de la Fed— y las herramientas para cumplirlo sin pedir permiso al poder político.
Pero esto no es tecnocracia sin control. Es un diseño institucional pensado para proteger a la economía de la tentación constante de manipular el corto plazo con fines políticos. Como ha dicho el FMI, más que independencia, lo relevante es la autonomía con responsabilidad: capacidad real de actuar sin injerencias, pero con mecanismos de rendición de cuentas.
El viejo problema: prometer hoy, traicionar mañana
El corazón del asunto está en un viejo dilema económico: la inconsistencia intertemporal. Dicho simple: los gobiernos pueden prometer que controlarán la inflación, pero cuando llega una elección o una crisis, les gana la tentación de relajar la política monetaria.
El problema es que los mercados y ciudadanos aprenden. Si saben que las promesas no se sostienen, ajustan sus expectativas… y la inflación sube sin que nadie haga nada. Por eso necesitamos instituciones que hagan creíbles los compromisos. Un banco central autónomo sirve justo para eso.
Esto ya lo habíamos vivido (y aprendido)
No es teoría importada ni capricho neoliberal. Muchas regiones en el mundo aprendieron por las malas que la política monetaria sin autonomía termina mal y por eso se generó un consenso en la última década del siglo pasado sobre la necesidad de dotar de autonomía a los organismos centrales.
¿El objetivo? Evitar que el gobierno pudiera financiarse imprimiendo dinero y devolverle credibilidad al valor de la moneda. No fue fácil ni popular. Pero funcionó.
Lo que pasa cuando se olvida
La historia económica varios capítulos en los que una contracción es generada o exacerbada por un desorden monetario:
Gran Depresión (1929-33): La Reserva Federal permitió una contracción dramática de la oferta monetaria. Según Milton Friedman y Anna Schwartz, esta fue una falla monumental de política monetaria.
Recesión de 1981-82: Paul Volcker, con una Fed autónoma, subió fuertemente las tasas para frenar la inflación. Provocó una recesión profunda, pero salvó la credibilidad del dólar.
Gran Recesión (2007-09): Aunque la crisis fue financiera, el problema no fue la velocidad en que actuó la Fed sino probablemente los límites institucionales y políticos que enfrentó. En este momento, las herramientas no convencionales como la expansión cuantitativa (QE) eran altamente controvertidas y carecían de consenso político y académico. Su uso generaba escepticismo tanto en el Congreso como en los mercados, lo que dificultaba una implementación más contundente desde el inicio.
Detrás de cada una de estas crisis hubo, en mayor o menor medida, vacilaciones, presiones o errores que un banco central con menos autonomía podría no haber resistido.
No toda autonomía es igual
Existen distintos modelos:
- Autonomía de objetivos: el banco define qué metas perseguir (Fed).
- De metas: el objetivo está en la ley, pero el banco decide cómo llegar (Banxico, BCE).
- Instrumental: el gobierno define la meta y el banco elige las herramientas (Nueva Zelanda).
- Limitada: el banco central depende directamente del Ejecutivo.
Lo importante no es el modelo en abstracto, sino que el banco tenga espacio técnico para operar sin ser rehén del cálculo electoral.
Gobernanza, transparencia… y personas
Una ley que dice “el banco es autónomo” no basta. La autonomía se construye —y se protege— con gobernanza institucional: procesos de nombramiento blindados del ciclo político, criterios objetivos para la remoción, control presupuestario propio y prohibiciones explícitas de financiar al gobierno.
Pero hay otro factor igual de importante que a menudo se pasa por alto: la calidad de las personas al frente. No basta con que sean nombradas fuera del ciclo electoral. ¿Cómo saber si alguien tiene realmente credenciales de independencia?
La ley no puede legislar la integridad. Pero sí puede exigir trayectorias profesionales limpias, experiencia técnica demostrable y mecanismos de auditoría ex ante y rendición de cuentas ex post que hagan más difícil —y más costoso— nombrar a alguien sin el perfil adecuado.
¿Autonomía o inflación?
La autonomía del banco central no es un lujo de economistas ni un fetiche tecnocrático. Es un escudo institucional para proteger a la ciudadanía —sobre todo a los más vulnerables— del costo de las malas decisiones de corto plazo.
Defender la autonomía no significa dar carta blanca ni excluir al banco del debate público. Significa exigirle resultados, transparencia y profesionalismo… sin permitir que sea cooptado por el ciclo electoral o la urgencia fiscal.
Cuando la política monetaria se vuelve un instrumento más del juego político, los que pagan la cuenta no están en el Congreso ni en la presidencia. Están en la calle. Son los hogares que pierden poder adquisitivo. Las empresas que no pueden planear. Los jóvenes que heredan incertidumbre.
La próxima vez que escuchemos un ataque a Powell —o a cualquier banquero central— vale la pena preguntarse: ¿estamos discutiendo su decisión… o intentando debilitar a una institución que existe precisamente para resistir esas presiones?
