La estrategia de Banxico: ¿flexibilidad o complacencia?

Banxico sigue bajando la tasa de referencia a un ritmo que, para muchos, empieza a parecer apresurado. El pasado 15 de mayo, por tercera vez en lo que va del año, el banco central recortó en 50 puntos base su tasa de referencia, dejándola en 8.5%. Lo más llamativo no fue el recorte en sí, sino el mensaje que dejó entre líneas: están abiertos a seguir por ese camino, con por lo menos un recorte adicional de la misma magnitud.
El tono del comunicado fue claramente más dovish: Banxico se muestra más confiado en que la inflación va por buen camino y argumenta que los choques globales se han ido resolviendo, allanado el terreno para un proceso desinflacionario. Desde su perspectiva, el peor momento inflacionario ya quedó atrás, y ahora toca llevar la tasa de variación de los precios desde los niveles actuales hacia el objetivo de 3%, con tasas de interés más bajas. La narrativa también se apoya en un tipo de cambio estable y una economía que “nuevamente exhibió debilidad” en el primer trimestre del año.
El propio Banxico, en su comunicado, revisó al alza sus estimaciones de inflación subyacente para los próximos trimestres. Ahora prevé que ésta se mantenga por encima del 4% hasta, al menos, mediados de 2025. Entonces, ¿cómo se justifica una postura más relajada cuando la inflación subyacente no solo está lejos del objetivo, sino que incluso se ajusta al alza?
Ahí está el dilema
Algunos analistas empiezan a preguntarse si Banxico está cambiando, de facto, su objetivo implícito de inflación. ¿Estamos viendo una tolerancia creciente a un 4% que antes se consideraba inaceptable? La crítica no es menor: el banco ha construido su credibilidad precisamente sobre la idea de que el 3% no es solo una aspiración, sino un objetivo puntual. Si la inflación no da señales claras de convergencia y, aun así, se opta por recortes agresivos, se rompe con el patrón de cautela que siempre lo ha caracterizado.
El riesgo es claro: el mercado puede interpretar que Banxico está priorizando otros objetivos. Eso puede alterar las expectativas de inflación, y una vez que eso pasa, volver a anclarlas suele salir caro. En este contexto, los recortes grandes no solo son decisiones técnicas: también son apuestas de reputación.
El otro lado de la moneda: la postura monetaria sigue siendo restrictiva
Si bien el tono es más dovish, la postura monetaria sigue siendo bastante contractiva. La tasa real ex ante, es decir, la tasa nominal menos la inflación esperada, ronda el 5%. Esta cifra está por encima de lo que se considera una política monetaria neutral en términos reales (alrededor del 2%). En otras palabras, aún con los recortes, el dinero sigue siendo caro, de manera que no estamos viendo realmente una política monetaria que estimule el crecimiento todavía. Se podría argumentar, entonces, que Banxico está simplemente normalizando desde una postura extremadamente restrictiva.
Además, hay que reconocer algo: el contexto económico no ayuda. El consumo se está debilitando, la inversión no levanta, y la economía crece a paso lento. Con una Fed que probablemente recorte tasas hacia finales 2025, la presión por normalizar también se siente desde fuera. Bajo esta lupa, Banxico no se ve tanto como imprudente, sino más bien como un banco que se anticipa.
Un aspecto clave que debe considerarse es el contexto fiscal. El gobierno federal ha planteado una reducción del déficit público en 3 puntos porcentuales del PIB. Esta consolidación fiscal representa factor restrictivo relevante, con posibles efectos adversos sobre la demanda agregada. Además, la sostenibilidad del ajuste depende críticamente del costo financiero de la deuda. El presupuesto contempla una tasa nominal de Cetes (28 días) a finales del año de 8% y de 7% en 2026.
¿Entonces?
Hasta aquí, el argumento del “recorte con cautela” se sostiene. Pero la preocupación está en el ritmo y en el discurso. Recortar a un ritmo de 50 puntos en un entorno donde la inflación subyacente no cede —y se revisa al alza— es una apuesta arriesgada. Si esa apuesta no se explica con claridad, el mensaje que recibe el mercado es otro: que Banxico estaría dispuesto a tolerar inflaciones más elevadas por más tiempo.
Aquí es donde la comunicación se vuelve crítica. La política monetaria, en México, se transmite principalmente por el canal de expectativas. No basta con ajustar la tasa: el banco necesita convencer al mercado de que tiene el control del proceso. Si el tono del comunicado genera ambigüedad, o si las acciones contradicen su marco analítico, el canal de expectativas pierde potencia.
Además, muchos de los choques que han presionado la inflación —como los incrementos en salarios mínimos, los ajustes en precios administrados o ciertos efectos de segundo orden— no responden fácilmente a los movimientos de la tasa. Reconocer que la política monetaria tiene límites no implica renunciar a ella, sino evitar la ilusión de control absoluto. El banco puede, y debe, mantener su compromiso con el 3%, incluso si el camino para llegar ahí se vuelve más empedrado.
Banxico está en una encrucijada. Tiene razón en querer ajustar su postura al nuevo entorno, pero necesita hacerlo sin sacrificar la brújula. Su mejor activo es la credibilidad. Si bien los modelos pueden justificar recortes, el timing y la narrativa deben estar perfectamente alineados. Una credibilidad que se desgasta cuesta mucho recuperarla. Por ello, es importante estar atento a las próximas decisiones y señales de Banxico, que serán clave para interpretar el rumbo de la política monetaria.
