Cambio en el reglamento del SNI: ¿Son sinónimos 'calidad' y 'mérito'?

El cambio de palabra en el reglamento que rige el Sistema Nacional de Investigadores no es cosmético.
18 Marzo, 2021

“Hacer ciencia” se ha traducido en innovación, que en turno ha sido el motor de incrementos en la productividad factorial, la que a su vez ha posibilitado el crecimiento económico de largo plazo. Y la ciencia la hace en su mayor parte los investigadores. En México éstos cuentan con un Sistema Nacional de Investigadores (SNI), que maneja el Conacyt.

El Conacyt ha modificado el reglamento que rige el Sistema Nacional de Investigadores y ha argumentado en diversos foros que la esencia del mismo se mantiene. Quiero referirme a dos “pequeños cambios”. El primero es el que sustituye la palabra calidad por mérito.

Comencemos con la palabra calidad, cuya definición en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española se lee así: Propiedad o conjunto de propiedades inherentes a algo, que permiten juzgar su valor.

Por su parte mérito se lee de la manera que sigue: Acción o conducta que hace a una persona digna de premio o alabanza.

La acción o conducta que hace a una persona digna de premio puede ser la publicación de artículos, pero también puede ser el mérito de la obediencia, una hija obediente tiene su mérito. Alternativamente, se puede tener el mérito de hacer muchos favores; un hijo que va por las tortillas, tiene su mérito. O de ser una buena persona.

La calidad en cambio se juzga sobre algo, no sobre una persona, como lo sugiere la definición de la RAE.

Por ello, se puede juzgar el trabajo del investigador con base en sus aportaciones, sobre las que puede medirse si hay calidad o no. Es cierto que esta última es subjetiva, pero después de más de 100 años la ciencia ha encontrado la manera de medirla de manera aceptable, y hoy hay ya estándares internacionales. Lo hemos visto con las vacunas contra el COVID.

En general, la calidad se mide con el producto, que no siempre es tangible. Por ello, la evaluación de pares es la que ha prevalecido a lo largo del tiempo para juzgar ese “algo” que es la aportación o trabajo del investigador. En las revistas científicas se selecciona un “par” experto en el tema -generalmente de manera anónima- para que juzgue si se trata de una contribución a la ciencia o disciplina o no.

Así se ha ido produciendo el conocimiento universal a lo largo de más de un siglo. El hecho de que sea una evaluación ciega, en principio, remueve el problema de juzgar el mérito, que es la acción o conducta que hace a una persona digna de premio o alabanza. Es decir, la evaluación de pares no evalúa a la persona sino su trabajo.

La persona que realizó la investigación pudo haber hecho un gran esfuerzo, tardándose incluso años, pero infortunadamente su contribución a la ciencia resultó nula. Es parte del proceso científico (¡díganmelo a mí!). Aquí la persona puede tener el mérito por su arduo trabajo pero no por su investigación, la que puede no reunir la calidad.

Entonces, el cambio de palabra en el reglamento no es cosmético. Será mucho más subjetivo evaluar el mérito, lo que en adición implica definir ¿mérito de qué? ¿De trabajar duro aunque no sea observable?, ¿de seguir la receta del Conacyt en su delimitación de “agenda de estado”?

Esto me lleva a un segundo problema. El reglamento señala que se priorizará “Programas Nacionales Estratégicos que impulsa el Conacyt”.

Acá déjeme comenzar con una anécdota. En alguna ocasión, en el año 2008, mi entonces jefe académico en mi institución de adscripción me comentó que si él no hacía consultoría al gobierno, no podría acceder a la información que necesitaba y, por ello, no podría publicar de la manera exitosa que lo hacía.

Mi respuesta fue que, idealmente, la labor del académico es pensar lo que el político no puede pensar por distintos motivos (por estar inmerso en la cotidaneidad de los problemas burocráticos, por ejemplo). Desde el momento en que el propio gobierno le pedía una “investigación”, significaba que parte de la esencia de su labor la estaba abandonando. Al menos en ciencias sociales, el investigador tiene la obligación de pensar en los problemas universales y no aquéllos en los que el político necesita resolver en la inmediatez. Para eso están los think tanks, que resuelven el problema por “encimita” dada la inmediatez.

Estrictamente la contribución científica es una que añade algo al conocimiento universal. No quito que una petición gubernamental pueda a la postre convertirse, si se realiza rigurosamente, en un producto científico. Pero son las excepciones. Desde el momento en que introduce como parte de una política científica, tenemos una inconsistencia.

Quiero aclarar que no me opongo a que exista una agenda estratégica en ciencia, pero existen instrumentos muy específicos para fomentarla, y ese instrumento NO es el SNI. Aquí es donde está equivocado el Conacyt. Para promover su agenda puede emitir muchas convocatorias con su temática a impulsar y que participen aquellos investigadores que sean los expertos en esos temas. No tiene porqué imponerla al universo de los investigadores, que es el SNI.

Estoy seguro que uno de los artículos más citados de la Dra. Alvarez Buylla [1] no fue objeto de una imposición por motivos de agenda por parte del Conacyt. Lo realizó muy exitosamente con dos coautores de la Universidad Estatal de Oregón en Corvalis, Oregón, de manera independiente. Esta libertad de investigación la ejerció de manera tan exitosa, que obtuvo el Premio Nacional de Ciencias. ¿Por qué querer quitar la libertad de investigación de la que ella gozó y le redituó grandes frutos? Es pregunta.

 


[1] Aaron Liston, William A.Robinson, DanielPiñero, Elena R.Alvarez-Buylla, Phylogenetics of Pinus(Pinaceae) Based on Nuclear Ribosomal DNA Internal Transcribed Spacer Region Sequences  En Molecular Phylogenetics and Evolution Volume 11, Issue 1, February 1999, Pages 95-109.

Fausto Hernández Trillo Fausto Hernández Trillo Investigador y académico del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Experto en finanzas públicas, macroeconomía y sistema financiero. Investigador Nacional Nivel III. Doctor en Economía por la Universidad Estatal de Ohio, EU, y profesor visitante en universidades de México y Estados Unidos. Autor de 3 libros y de decenas de artículos académicos. Conferencista y consultor de organismos internacionales y del gobierno mexicano y galardonado con el Premio de Economía Latinoamericana "Daniel Cosío Villegas".

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