El superpeso y la kriptonita roja

Una revaluación del peso no asegura que la economía mejore, así como una comida bien presentada, pero en posible mal estado, no es garantía de que nos hará bien.
25 Enero, 2023

La caída del precio del dólar a menos de 19 pesos se ha interpretado descuidadamente como una buena noticia para la economía mexicana. Sin embargo, debiera ser obvio que el tipo de cambio en si mismo no es un indicador de bienestar y que en caso de que tuviera un efecto perdurable deberían reunirse una serie de condiciones que están lejos de estar aseguradas.

Es comprensible que una apreciación del peso se interprete positivamente cuando en el pasado las devaluaciones abruptas se asociaron a elevada inflación, caída en la actividad económica y deterioro de las finanzas públicas. Pese a ello, una revaluación no asegura que la economía mejore, así como una comida bien presentada, pero en posible mal estado, no es garantía de que nos hará bien.

Una apreciación de corto plazo del peso no cambia las condiciones básicas del bienestar: no mejora la salud de las personas, ni aumenta sus años de escolaridad, ni genera empleos, ni reduce la pobreza ni nos hace más felices en promedio. Para que el tipo de cambio se traduzca en efectos apreciables requiere impulsar la actividad económica o que, directa o indirectamente, redistribuya el ingreso a favor de los que menos tienen.

Si los movimientos del tipo de cambio no son compensados por la inflación interna y el poder adquisitivo del peso se modifica sostenidamente, es decir se altera el tipo de cambio real, los efectos duraderos pueden comenzar a presentarse. Éstos, sin embargo, pueden ser muy pequeños. El estudio “Questioning the effects of the real exchange rate on growth: new evidence on Mexico” (Médici, Mario y Fiorito, 2021) muestra que el impulso o freno que el tipo de cambio real da a la actividad económica, principalmente vía las exportaciones, es prácticamente nulo.

Por otra parte, la apreciación cambiaria tiene efectos distributivos importantes. Ganan quienes tienen deudas en dólares, como el gobierno federal, al tener que desembolsar menos en su pago, así como los importadores de bienes y servicios, que pagan dólares por lo que consumen o usan como insumos productivos. Pierden los exportadores y los receptores de remesas, al recibir menos pesos por dólar captado.

El ahorro en pago de deuda federal es limitado, pues la mayoría está denominada en pesos, con lo que el servicio de la deuda externa representa cerca del 1% del PIB. Por el lado del comercio exterior el efecto favorable es mayor, aunque también pequeño, pues el déficit comercial representa poco más del 2% del PIB. Estos efectos son más que compensados contablemente por la pérdida de valor de las remesas, que representan cerca del 4% del PIB.

El resultado final de estos efectos no es tan simple como su suma, pues interactúan entre si de formas difíciles de prever. El ahorro en el pago de la deuda externa puede o no traducirse en gasto público que favorezca el desarrollo, el menor gasto en importaciones netas puede favorecer a algunos consumidores o empresas más que otras, y la menor recepción de remesas, medidas en pesos, puede traducirse en la caída de la demanda por ciertos bienes y servicios producidos en el país, o en el extranjero.

El estudio “Exchange rate changes and income distribution in 41 countries: asymmetry analysis”  (Bahmani-Oskooee y Motavallizadeh-Ardakani, 2018) muestra que México no altera su distribución del ingreso en el corto plazo por una apreciación del tipo de cambio real.  Se requiere más de un año de una revaluación real sostenida del peso para comenzar a observar un efecto significativo de reducción en la desigualdad del ingreso.

Alabar los poderes benéficos sin rival del peso se parece entonces a la lectura de los primeros ‘comics’ de Supermán de 1939 a 1949 el cual, en ese periodo, no tenía vulnerabilidad alguna. Sin embargo, en 1959, los escritores de las aventuras del superhéroe introdujeron la kriptonita roja, una sustancia que entre otras cosas lo privaba por completo de sus poderes.

Hoy el superpeso opera, por así decirlo, rodeado de ‘kriptonita cambiaria roja’, sin poder alguno, directo e indirecto, para afectar el nivel de ingreso o su distribución que podría modificar el bienestar social.

Rodolfo de la Torre Actualmente es Director de Movilidad Social del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). Ha sido coordinador de la Oficina de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Director del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad de la Universidad Iberoamericana, y Director de El Trimestre Económico, del Fondo de Cultura Económica (FCE). Fue parte del Comité Técnico para la Medición de la Pobreza en México. Es economista por el ITAM, y maestro en Filosofía de la Economía por la Universidad de Oxford.