¿Qué sigue después de esta crisis bancaria?

Es sorprendente que aceptemos como inevitable la necesidad de financiar rescates multimillonarios, sin mostrar un mínimo interés en soluciones sostenibles que aborden las causas fundamentales de nuestras crisis recurrentes.
11 Abril, 2023

En el mar de noticias que han acaparado nuestra atención recientemente, desde el juicio del presidente Trump hasta la visita de Macron a China y los acuerdos financieros entre los BRICs, pareciera que hemos pasado por alto una nueva crisis bancaria que se ha gestado ante nuestros ojos.

Vivimos en un mundo donde lo inesperado se ha vuelto cotidiano, y, aun así, es sorprendente que aceptemos como inevitable la necesidad de financiar rescates multimillonarios, sin mostrar un mínimo interés en soluciones sostenibles que aborden las causas fundamentales de nuestras crisis recurrentes.

 

En mi casa todos teníamos un cobertor San Marcos. Mis padres, hermana, abuela, todos, con diseños de caballos, felinos e incluso un oso panda. Mi cobertor tenía la figura de un tigre. Un cobertor San Marcos, para aquellos que no lo saben, eran cobijas fabricadas en Aguascalientes por la fábrica de Don Jesús Rivera Franco, jalisciense, quien en los años setenta inventó una cobija hecha de poliéster que terminaría por ocupar un entrañable lugar en los hogares del país.

El cobertor San Marcos fue uno de los inventos que nos dejó el México pre-TLCAN Los legendarios cobertores terminarían sus días desplazados por una feroz competencia de productos asiáticos cuando México se abrió a los mercados internaciones. Materiales modernos, más ligeros y económicos, una logística revolucionaria capaz de mover contenedores desde China al otro lado del mundo, en fin, la innovación y la tecnología terminaron por matar a la empresa mexicana.

La innovación es el motor de una economía de mercado. La investigación, el desarrollo de nuevas ideas y su materialización en nuevos productos y servicios, es lo que mantiene andando la máquina del crecimiento. Sin embargo, esto viene a un costo. Con la innovación llega la competencia y fuerzas que destruyen lo viejo para dar espacio a lo nuevo. La cobija de Shanghai destruye al cobertor de Aguascalientes.

Joseph Schumpeter, economista austriaco, llamó a este proceso destrucción creativa. La destrucción creativa implica la desaparición de productos poco innovadores y empresas ineficientes para dar paso a nuevos actores más productivos que aportan soluciones creativas para los consumidores. Son las fuerzas del mercado libre las que sostienen este proceso, siendo la intervención del Estado un obstáculo que, en el mejor de los casos, entorpece la destrucción creativa y, en el peor, mantiene a flote empresas y productos obsoletos, impidiendo el paso a lo nuevo.

Sin embargo, hay ocasiones en las que incluso los más convencidos de la virtud de la destrucción creativa dudan en dejar actuar al mercado con todas sus fuerzas. Por ejemplo, el 15 de septiembre de 2008, la administración del presidente Bush dejó que operaran las fuerzas del mercado dejando quebrar al banco de inversión Lehman Brothers. Sin embargo, un par de días más tarde, cuando la aseguradora AIG peligraba y, con ello, la integridad de la economía global, no se dudó ni por un momento en rescatar el sistema financiero a un costo que ascendería a casi 500 mil millones de dólares. Una crónica excepcional de ese momento en la historia se puede revivir en la película "Too Big to Fail" de 2011.

¿Por qué los bancos merecen un trato especial y son rescatados por los gobiernos cuando las cosas van mal? A diferencia de las fábricas de cobertores, si un banco quiebra, las consecuencias son desastrosas. El banco tiene los ahorros de las personas, por lo que si este cierra, sea la razón que sea, se pierde el patrimonio de las personas llevando a una crisis enorme. De hecho, existe casi un consenso entre los economistas quienes reconocen que la mayor crisis económica de la que se tenga registro, la Gran Depresión de 1929, tuvo su origen en la quiebra del sistema financiero norteamericano.

La integridad del sistema financiero podemos entenderla como un bien público. Esto es, algo que todos podemos disfrutar y que los gobiernos tienen la responsabilidad de proveer. Sin embargo, no es un bien público convencional, como lo puede ser una calle o un faro; este es un bien público a escala global, en el que las naciones del mundo y las instituciones financieras internacionales tienen un interés y papel en su preservación.

Desde la crisis de 2008, esta idea ha sido ampliamente aceptada. Existen reglas prudenciales que rigen el actuar de los bancos a nivel global y cuya vigilancia y cumplimiento es supervisado por autoridades nacionales y supranacionales. Estas reglas se materializan en Basilea III, un conjunto de normas que buscan fortalecer la regulación bancaria en pro de una mayor resiliencia del sistema financiero.

Sin embargo, en toda esta historia no deja de haber una contradicción evidente. ¿Cómo conciliar las fuerzas de la destrucción creativa del mercado con el escenario impensable de una quiebra bancaria? Si no se puede dejar quebrar a un banco, ¿qué impide que estos no se involucren en todo tipo de conducta agresiva con tal de mejorar sus márgenes? La respuesta obvia es la regulación. Y, aun así, a pesar de todo, seguimos expuestos a escenarios impensables y rescates millonarios, como lo que estamos viviendo en Estados Unidos con Silicon Valley Bank y en Europa con UBS.

Hace dos semanas, el reportero financiero de Bloomberg Matt Levine escribió un inquietante artículo sobre los desarrollos más recientes de la crisis del Silicon Valley Bank. Todo indica que no fue una conducta criminal o la voluntad de violentar la regulación prudencial la razón de la quiebra del banco. Todo señala más bien a la incompetencia de la administración y la ignorancia sobre cómo lidiar con escenarios de riesgos como el que actualmente se vive en Estados Unidos. Irónicamente, apunta Levine en su columna, cualquier analista financiero latinoamericano, acostumbrado a las emociones fuertes y movimientos violentos en los mercados, hubiera sido más apto para manejar el riesgo del banco.

¿Y por qué pienso que esto es inquietante? Pues si el problema realmente hubiera sido regulatorio, como lo había sugerido Oliver Blanchard y muchos otros analistas, este se resuelve con más reglas. Pero al ser un problema de gestión del negocio, resulta que el único instrumento que realmente tienen los mercados para castigar la ineptitud es la destrucción creativa de Schumpeter, algo que ya dijimos está fuera de la mesa para la banca.

Claro que siempre podemos escribir más y más regulaciones, tratando de pensar en todas las posibilidades y escenarios. Lamentablemente, parece que estas medidas nunca serán suficientes. ¿Qué nos queda?

El polémico Yanis Varoufakis, quien fuera ministro de finanzas en Grecia durante la peor parte de la crisis financiera hace 15 años y recientemente visitara nuestro país, pone una idea sobre la mesa. Si el problema es garantizar los ahorros de las personas, ¿no sería más fácil ofrecer una cuenta bancaria a los ciudadanos, independiente de la banca comercial, que pague cero interés, en la que el gobierno garantice el 100% de los ahorros? Parece una locura socialista, propia de Varoufakis, pero ¡esa garantía fue exactamente lo que ofreció el Tesoro y la Banca Central de los Estados Unidos el mes pasado!

A pesar de lo radical que parece, la propuesta tiene elementos interesantes que vale la pena considerar. El principal es que todos los depósitos que se hagan en la banca comercial tradicional dejarían de ser considerados inversiones libres de riesgo, y ante cualquier problema los gobiernos podrían, ahora sí, dejar quebrar libremente a esas instituciones, sabiendo que los ahorros libres de riesgo de las personas están a salvo en las cuentas con garantía pública. Los bancos mal gestionados compartirían el destino de los cobertores San Marcos.

Este era el propósito original del seguro de depósitos, el FDIC norteamericano o nuestro propio IPAB. Sin embargo, con la quiebra del Silicon Valley Bank, ese seguro mostró sus limitaciones al ser insuficiente para detener la amenaza de una corrida bancaria, razón por la cual la Fed y el Tesoro tuvieron que salir y anunciar la garantía incondicional.

Claro que el diablo está en los detalles y habría que responder preguntas como: ¿dónde estarían esas cuentas?, ¿en un banco público o privado?, ¿qué restricciones enfrentarían?, ¿cuál sería el modelo de gestión de riesgos? En todo caso, parece que la solución a nuestro problema de crisis bancarias recurrentes y la meta de un sistema financiero resiliente sigue siendo elusiva.

Es interesante que este caso ilustre una gran paradoja en las políticas públicas. Por un lado, las soluciones a los complejos problemas que enfrentamos son simples. En este caso, las finanzas creativas e innovadoras, sujetas a las fuerzas de la destrucción creativa, simplemente no deberían administrar ahorros libres de riesgo. Sin embargo, el diseño e implementación de soluciones es sumamente complejo y requiere de gran inteligencia y creatividad. Una paradoja que encontramos en casi todos los grandes problemas que enfrentamos hoy en día.

 

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.

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