Crisis bancaria a la vista ¿Y ahora quien tuvo la culpa?

28 Marzo, 2023

Sucedió nuevamente. Hace un par de semanas nos enteramos de que un banco regional, el Silicon Valley Bank en California, estaba en problemas. A pesar de todas las medidas prudenciales, regulatorias y de las lecciones aprendidas hace 15 años durante la Crisis Financiera Global de 2008, nuevamente un banco estaba siendo amenazado por el fantasma de la crisis. ¿Ya hora que hacemos?

 

Tras la sorpresiva noticia de una nueva crisis bancaria detonada por el Silicon Valley Bank, a la que se uniría solo un par de días después otro banco, el Signature Bank, el Departamento del Tesoro y la Reserva Federal anunciaron el "no-rescate" más grande de la historia.

A pesar de la contundente medida, el problema no quedó contenido en los Estados Unidos. La semana pasada, las acciones de Credit Suisse se desplomaron hasta que el banco fue adquirido por UBS, mediando una generosa garantía del gobierno suizo. El viernes, las acciones de Deutsche Bank cayeron y no queda claro en absoluto dónde estamos ahora.

¿Y ahora qué pasó? Sin entrar en detalles técnicos, el problema es la subida de las tasas de interés globales en respuesta a la alta inflación que experimentamos ya desde hace varios meses. Más o menos, la historia va así: cuando la tasa de interés aumenta, el precio de los bonos disminuye y viceversa. Esto ocurre porque los bonos son instrumentos de deuda que se emiten con una tasa de interés fija. Un inversionista recibe el pago por interés y el valor nominal del bono al momento del vencimiento. Si las tasas de interés suben, como lo han estado haciendo en los últimos meses, entonces un inversionista puede vender ese bono y utilizar el dinero para comprar un nuevo bono con la nueva tasa de interés más alta. Si los inversionistas venden sus bonos, entonces el precio de los bonos emitidos con la tasa anterior se reduce. Así, el valor de la deuda que se emitió antes de que subieran las tasas se reduce.

Los bancos reciben depósitos de sus clientes que pueden usar para dar créditos o invertirlos en instrumentos como los bonos. ¿Qué pasa si un banco usa los depósitos de sus ahorradores para comprar bonos y la tasa sube? Pues el valor de los bonos se reduce y no se pueden garantizar los ahorros de los clientes. Esto fue lo que le pasó al Silicon Valley Bank.

Esto es algo que cualquier financiero sabe, por eso gran parte del trabajo de los bancos consiste en tener un manejo de portafolios de inversiones que evite este problema. Mucho se ha dicho últimamente sobre el Silicon Valley Bank: que hizo un manejo irresponsable de sus inversiones, que no reveló que tenía un desbalance en su hoja de balance y que al servir un nicho muy compacto, la noticia se esparció como pólvora en redes sociales detonando la corrida.

Oliver Blanchard, ex-economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, dijo en su cuenta de Twitter que el problema es una regulación laxa y la falta de rigor en las pruebas de estrés que hubieran exigido mayor capitalización al banco.

Sin embargo, entre que sean peras o manzanas, la realidad es que el sistema bancario está inmerso, nuevamente, en un problema que potencialmente puede ser grave, y nuevamente el gobierno tiene que entrar con un cheque enorme para pagar los errores.

Yanis Varoufakis, quien fuera ministro de finanzas en Grecia durante la peor parte de la crisis financiera hace 15 años, en un artículo reciente en Project Syndicate, dice que esta crisis es mucho peor que la de 2008. Y es que, a diferencia de lo que pasó en septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers, hoy no hay ninguna falla regulatoria evidente a la que se le pueda achacar el problema. En 2008 se podía culpar del colapso bancario a las tácticas de préstamo depredadoras de hipotecas, la complicidad entre corredurías, agencias calificadoras y bancos de inversión y conductas cuasi criminales incentivadas por un entorno regulatorio que, en el mejor de los casos, era extremadamente laxo. Es más, esta crisis sucede en el mundo de regulación prudencial de Basilea III, del Fondo de Estabilidad Financiera y de una arquitectura financiera global que supuestamente diseñamos para que 2008 no se repitiera.

Varoufakis tiene razón en el sentido de que esta crisis incipiente parece ilustrar nuestra incapacidad para hacer frente a los riesgos sistémicos que enfrentan la economía y las finanzas. Parece que nuestro edificio institucional y regulatorio es un castillo de naipes que ante el menor movimiento se desmorona. Y al igual que en todas las crisis anteriores, la única red de protección que nos separa del abismo es el horrible gobierno, al cual nos hemos empeñado en desmantelar y restar capacidades.

Me gustaría compartir una reflexión adicional. Resulta sorprendente que tanto el sector privado como las autoridades y la academia vean la actual crisis bancaria como una calamidad que nos ha caído del cielo. Sin embargo, esto no podría estar más lejos de la verdad. Si revisamos la secuencia de eventos lamentables que nos ha llevado a esta situación, encontramos que tenemos un problema en el balance de los bancos, detonado por la subida de las tasas de interés debido a una inflación persistente, que a su vez se detonó por el colapso de las cadenas de valor y los estímulos fiscales, ¡todo originado por la pandemia del COVID-19!

¿Cómo es que la pandemia detonó esta desafortunada gama de eventos? Entre las razones contamos debilidades estructurales en nuestros sistemas económicos y sociales que los hacen sumamente vulnerables ante este tipo de eventos. Resiliencia es una palabra que se puso de moda en 2008, 15 años después seguimos siendo incapaces de construir instituciones resilientes.

¿Qué hacer? Ya con la nueva crisis respirando sobre el hombro de las autoridades financieras, son pocas las alternativas. Bancos centrales y gobiernos del mundo tendrán que asegurar liquidez infinita al sistema bancario y garantizar los depósitos de los ahorradores. Se tendrán que garantizar los bonos a su valor nominal, introduciendo para todos efectos prácticos un sistema con tasas de interés duales y, si llega el momento, rescatar los bancos que deban rescatarse. La alternativa es aún peor.

Sin embargo, debería ser tiempo de que entendamos que eso no arreglará nada. Las vulnerabilidades estructurales que quedaron en evidencia con la pandemia continúan existiendo y los riesgos que enfrenta la sociedad global están lejos de disminuir. Si un virus fue capaz de poner en jaque al mundo y todavía estamos experimentando sus efectos económicos tres años después en forma de pobreza, rezago social, inflación y ahora crisis financiera, es preocupante imaginar el verdadero impacto que podría tener algo mucho mayor como el cambio climático en nuestros sistemas económicos ya vulnerables.

Tanto el Banco Mundial como la Organización Mundial de la Salud han estimado que se necesitan 10.5 mil millones de dólares al año para evitar una nueva tragedia como la pandemia del COVID-19. Para recolectar estos fondos, el grupo de países del G20 creó un fondo de intermediación financiera en el Banco Mundial el año pasado. Sin embargo, hasta el momento solo se ha logrado reunir menos del 10% de la meta. La situación con el cambio climático es aún peor.

Para ponerlo en perspectiva, el "no-rescate" de la Fed de las últimas semanas ascendió a 400,000 millones de dólares. Si seguimos poniéndole parches a nuestros sistemas económicos, en lugar de invertir en cambios estructurales que construyan sistemas económicos y sociales más resilientes, continuaremos enfrentando estas crisis recurrentes cada vez frecuentemente y a un mayor costo.

 

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.

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