La paradoja del dólar barato

El peso se ha mantenido fuerte frente al dólar y es posible que así se mantenga por un buen tiempo. Una percepción que responde más a la prologanda debilidad del dólar que a transformaciones internas de nuestra economía.
Un sondeo que publicó ayer Reuters entre 50 estrategas cambiarios en el mundo -que ha anticipado con bastante precisión la caída del dólar en este año- prevé que la reanudación en los recortes de tasas a partir de septiembre y las preguntas del mercado sobre la independencia de la Reserva Federal, debilitará al dólar y favorecerá a las divisas emergentes como la mexicana.
De hecho, en lo que va del año el peso ya se ha revaluado 10.1% frente al dólar y en el último mes la paridad ha oscilado en un rango muy estable de 18.57-18.89 pesos por dólar. Los pronósticos de los economistas ahora son más optimistas sobre el peso para finales de año y el próximo.
La más reciente encuesta de Banxico prevé un dólar en 19.5 pesos para el cierre de 2025 y en 20.0 para 2026, en caída respecto de los pronósticos anteriores. Banamex calcula que cerrará el año en 19.3 pesos por dólar, gracias a “vientos externos” como la elevada deuda estadounidense y una Fed menos restrictiva. Pero los operadores cambiarios son mas optimistas: Para diciembre, los contratos de futuros del peso se cotizan a 18.92 pesos por dólar.
Lo contradictorio es que la misma encuesta de Banxico revela que el 98% de los analistas percibe a la economía mexicana en peor situación que hace un año: el tipo de cambio luce sólido, pero la percepción de inversión, crecimiento y confianza sigue siendo frágil. En otras palabras: el peso se ve fuerte, pero en una economía débil.
La historia reciente confirma que la paridad peso-dólar responde más a factores externos que a la fortaleza interna. En 2016 superó los 21 pesos tras la elección de Trump, en 2020 rozó los 25 por la pandemia y desde 2022 se apreció con remesas récord, tasas altas y expectativas por el nearshoring. Hoy, las proyecciones de 19.3 o 19.5 pesos parecen sugerir un peso sólido, pero esa percepción contrasta con caídas recurrentes en la inversión y una economía estancada.
Los beneficios inmediatos de un dólar más barato son evidentes: abarata importaciones y ayuda a moderar la inflación en el corto plazo lo que da a Banxico cierto margen para continuar con su ajuste de política monetaria. En cierta medida, genera un entorno de menor volatilidad que favorece la planeación de inversiones. Sin embargo, un peso apreciado también resta poder adquisitivo a las remesas, encarece México como destino turístico, y presiona a sectores exportadores que dependen de un tipo de cambio más competitivo.
El riesgo es confundir esta coyuntura con fortaleza estructural. El peso luce sólido porque el dólar se debilita, no porque México haya resuelto sus problemas de productividad, inversión insuficiente o precariedad laboral. Banxico redujo su tasa de referencia a 7.75%, pero sabe que la inflación persiste y que la estabilidad cambiaria depende del exterior.
México celebra un tipo de cambio favorable, pero basado en circunstancias externas. Si la Fed modifica su estrategia, si la deuda estadounidense deja de ser un factor de presión o si disminuye el apetito por mercados emergentes, la narrativa del “superpeso” podría desmoronarse con rapidez. El desafío no está en festejar un número, sino en aprovechar este respiro que ofrece el dólar para fortalecer la inversión productiva, blindar los mercados internos y reducir la exposición a los vaivenes del dólar. Entonces, se podrá hablar de una fortaleza real, y no de un espejismo.
