EU 2020: La diferencia son las instituciones
Es una tradición que el Presidente electo de Estados Unidos llegue, con su esposa, a tomar un café a la Casa Blanca en la mañana del 20 de enero. Es recibido por el saliente y, juntos, viajan en el mismo automóvil al Capitolio, para proceder a la ceremonia de juramento del cargo.
En enero de 1952 el republicano Dwight D. Eisenhower, que como general fue de los verdugos del nazismo en la Segunda Guerra Mundial, llegó a la Casa Blanca, pero rehusó bajar del automóvil. El presidente Truman y su esposa se vieron forzados a salir y hacer el viaje sin la cortesía de por medio. El viaje transcurrió sin que se dirigieran una sola palabra Truman y Eisenhower.
¿Concederá Trump?
Todo indica que Trump romperá con diversas tradiciones estadounidenses. Los partidarios de Richard M. Nixon pelearon con fuerza en varios estados pidiendo recuentos (la victoria de John F. Kennedy fue muy estrecha en entidades con muchos votos electorales como Illinois y Texas). Ciertamente, al parecer hubo fraude en la ciudad de Chicago, lo que entregó el estado a Kennedy (aunque Nixon habría perdido igual si lo hubiera ganado, también necesitaba Texas). Lo cierto es que Nixon reconoció su posible derrota al día siguiente de las elecciones, expresando su apoyo a Kennedy como el nuevo Presidente.
Albert Gore, peculiarmente, concedió su derrota ante George Bush Jr., para retractarse cuando el estrechísimo margen de Florida fue evidente. Pero llegó la concesión, de nuevo, cuando la Suprema Corte detuvo la pelea por el estado, que determinaba al ganador.
Lo que hoy se vislumbra improbable es que Donald Trump siga esos pasos. Es el primer Presidente en funciones que habla con absoluto desparpajo, como si fuera algo normal, de fraude electoral. También el primero que, con furia, dice que no aceptará la derrota. Su equipo legal sigue las rutinas de la pelea en tribunales, pero esa pista es al parecer secundaria para el neoyorkino.
Detener, incluso revertir, un reconocimiento de derrota (como hizo Gore) no necesariamente sería un problema, pero Trump ha optado por un circo atípico en la política estadounidense y más habitual en repúblicas bananeras. Es más fácil imaginarlo que abandona a regañadientes la Casa Blanca el 19 de enero (o incluso es obligado a dejarla) que haciendo un discurso concediendo su derrota y felicitando a Joe Biden.
La diferencia institucional
Un circo sin duda poco edificante, y que puede llevar a problemas con ciertos partidarios extremistas de quien, finalmente, ha sido un Presidente que se ha enfocado en polarizar. Pero no hay peligro constitucional alguno. De llegar algún litigio a la Suprema Corte (lo que parece improbable) no hay muchos indicios de que su decisión pueda llevar a una inesperada victoria de Trump.
Porque es la diferencia que dan las instituciones, el imperio de la ley y, también, el respeto a ciertas tradiciones que parecen extrañas. Entre las últimas, que son medios informativos los que declaran el ganador inmediato en una elección. Ciertamente, la Associated Press o CNN parecen instancias peculiares comparadas con un Instituto Nacional Electoral, pero nadie cuestiona ese rol, al menos no dentro de Estados Unidos. Lo que Trump no puede hacer es litigar en Twitter. Sin apoyo judicial, podrá hacer mucho ruido, pero sin nueces.
La prudencia de Biden
Biden ha optado por la mejor estrategia posible: dejar a su oponente desgañitarse en Twitter, en tanto trabaja como Presidente electo. Es prudente y además sensato. Trump es un buen peleador en el lodo, y sería una batalla sucia y desgastante, aparte de inútil. Tiene poco más de dos meses para armar una Administración, probablemente sin los apoyos habituales (informativos, logísticos y presupuestales) que tiene un Presidente electo, al menos en las siguientes semanas.
Trump al parecer ha emprendido un camino sin retorno: el de acusar sin pruebas y mantener, por siempre, que ganó la elección presidencial de 2020. Por ello, la declaración oficial del ganador en las elecciones mediante el voto del Colegio Electoral a mediados de diciembre puede no ser tan relevante, aunque quizá impulse a muchos republicanos (particularmente en el Congreso) a, por fin, desmarcarse de su persona.
Donald Trump mostró la capacidad de comunicarse con un electorado que muchas veces se siente ajeno a sus políticos, explotando esa brecha entre progresía de grandes ciudades y trabajadores en el resto del país. Esa fuerza la mantuvo, de hecho los Republicanos ganaron asientos en la Cámara de Representantes, pero esta vez se enfrentó a demócratas que se unificaron en torno a su candidato… y que salieron a votaron (o lo hicieron por correo) en masa.
Si algo quedó claro es que los demagogos pueden conquistar el poder incluso en una nación rica y al menos medianamente educada, pero que instituciones firmes matan demagogia. Es una lección que ojalá muchos otros países aprendan.