¿Crisis de fin de sexenio?

México es de los pocos países con un gobierno sexenal. Muchos son de máximo cuatro años o quizá cinco, aunque hay algunas naciones africanas con siete años, como era notablemente el caso de Francia (ahora reducido a cinco). Un ciclo político inusualmente largo y en que los errores pueden magnificarse, sobre todo los económicos. En 1976, 1982 y 1994-95 hubo fuertes crisis. La excepción intermedia, 1988, realmente no lo fue tanto: fue un buen año de cierre el de Miguel de la Madrid tras cinco años de una grave crisis heredada desde el gobierno anterior.
Por supuesto, la última crisis sexenal está casi 30 años en el pasado. Puede decirse que los derrumbes de fin de sexenio son una maldición que no se repetirá en 2024. ¿Puede ocurrir un problema económico grave el año entrante en el contexto de la elección y el cambio de gobierno? Nada puede descartarse, pero el hecho es que no sería como las crisis anteriores.
La diferencia: el régimen cambiario
Porque en 1976, 1982 y 1994, sin excepción, el detonante fue el tipo de cambio que el gobierno se obstinó en mantener fijo (1976) o casi fijo (1982 y 1994). El respectivo gobierno trató de sostener el peso con un endeudamiento externo impresionante (1976 y 1982) o convirtiendo deuda interna en externa (1994). En los tres casos el déficit de mercancías y servicios con el exterior, la cuenta corriente de la balanza de pagos, alcanzó magnitudes extraordinarias como porcentaje del PIB.
Eventualmente, también en los tres casos, el gobierno no tuvo más alternativa que dejar flotar al peso para que encontrase un nuevo nivel, lo que en los hechos significó una brutal devaluación a la que siguió un estallido inflacionario, particularmente notables en 1982 y 1994. En los tres casos, México acabó pidiendo apoyo financiero de emergencia tanto al gobierno de Estados Unidos como al Fondo Monetario Internacional.
Pero a partir de diciembre de 1994 se hizo algo diferente: nunca se volvió a fijar el peso, o a tratar de administrarlo de alguna manera. Se abandonó un tipo de cambio en que el precio lo determinaba el gobierno. Al parecer hasta 1996 se consideró la posibilidad de fijarlo de alguna forma, pero se constató que funcionaba bien, y que no había nada por arreglar.
Sigue funcionando hasta el día de hoy, en meses recientes con el peso apreciándose en forma extraordinaria. Pero incluso con un superpeso, es altamente improbable que el déficit en cuenta corriente explote a los niveles de crisis. En los colapsos de fin de sexenio anteriores, un déficit equivalente a por lo menos 5% del PIB era un foco por lo menos amarillo. Dicho déficit en 2022 fue equivalente a 0.9% del PIB. Pero además un déficit al alza y preocupante traería como resultado una depreciación del peso, esto es, un ajuste natural.
Por ello se puede afirmar con certeza que no puede haber una crisis de fin de sexenio debido a un déficit externo elevado. El peso sobrevaluado que se evitaba devaluar a toda costa hace décadas que no existe, por lo que tampoco hace falta el endeudamiento masivo para tratar de sostenerlo, aparte de que la administración López Obrador rechaza el endeudamiento elevado. Lo peor que puede ocurrir es que el peso se deprecie en forma abrupta, pero eso no puede catalogarse como una crisis ni mucho menos, sobre todo si lo hace desde una fortaleza inusual.
La incertidumbre política
Una crisis por el tipo de cambio y el desequilibrio exterior puede por ello descartarse. No así una súbita pérdida de confianza ante una incertidumbre política que cause una estampida de inversionistas y tenedores de deuda mexicana. Ahí sí hay semejanzas posibles, por desgracia, con 1994. Por ejemplo si:
* Estalla violencia política que lleve a asesinatos de candidatos, incluyendo a la presidencia;
* El presidente López Obrador se rehúsa a reconocer al ganador si su corcholata pierde, y clama fraude electoral. Dice que no le entregará el gobierno a ese triunfador, y trata de forzar un desconocimiento de la elección y un interinato que siga a su gobierno y convoque a nuevas elecciones.
Por otra parte, hay un precedente peculiar a citar. En 2006 el perdedor de las elecciones se rehusó a reconocer el resultado y clamó fraude electoral. Ocupó por semanas calles importantes de la Ciudad de México y trató de evitar la toma de posesión de Felipe Calderón. Además, López Obrador se proclamó nada menos que “Presidente Legítimo”. Ante todo esto, no pasó nada con las variables económicas, ni siquiera con el tipo de cambio, que se mantuvo con una estabilidad notable.
Si hay una posibilidad de crisis de fin de sexenio por el lado político, el gran enigma es si podría repetirse otro 1994, o bien algo similar a 2006.
