¿Sigue siendo el nearshoring una oportunidad viable para México?

Durante décadas, la promesa de un mundo abierto, eficiente y conectado alimentó expectativas de prosperidad compartida. Pero a medida que la globalización se repliega y las tensiones geopolíticas reconfiguran el mapa económico, emergen nuevas formas de reorganizar la producción que, aunque eficaces, no siempre son justas. En este contexto, el nearshoring revela tanto sus posibilidades como sus límites.
Durante mucho tiempo creí —como muchos economistas formados en las certezas del libro de texto— que si lográbamos construir un sistema eficiente, el resto vendría por añadidura. Que la maximización del bienestar podía alcanzarse, casi por definición, si los recursos eran bien asignados, si las señales del mercado se leían correctamente, y si las políticas públicas sabían no estorbar. Era una visión elegante, limpia, y en cierto sentido, tranquilizadora.
Sin embargo, con los años —y tras vivir distintas crisis— comprendí que hay algo profundamente incómodo en esa narrativa: la eficiencia puede convivir perfectamente con la injusticia. No hay contradicción entre un modelo que funciona “óptimamente” y una sociedad profundamente desigual. A veces, incluso, la eficiencia la reproduce. Lo que parecía una promesa técnica de bienestar generalizado, terminó normalizando desigualdades estructurales como si fueran daños colaterales inevitables.
Esa tensión entre eficiencia y equidad no es reciente. En realidad, tiene raíces profundas en la historia reciente del orden económico global. Cuando cayó el Muro de Berlín hace más de tres décadas, el mundo celebró lo que parecía ser el triunfo definitivo de la democracia liberal y el libre mercado. Francis Fukuyama proclamó el “fin de la historia” y muchos creyeron que habíamos encontrado la fórmula universal para la prosperidad. Se hablaba de un mundo interconectado, sin fronteras, en el que el comercio y la tecnología resolverían los problemas sociales.
Pero esa visión optimista, que prometía beneficios para todos, pronto mostró sus límites. La globalización sí aumentó el comercio y sacó a millones de personas de la pobreza, especialmente en Asia. Sin embargo, también profundizó desigualdades en otras regiones. El famoso "Gráfico de Elefante" del economista Branko Milanović lo ilustra de manera cruda: mientras las élites globales y las clases trabajadoras asiáticas prosperaban, las clases medias en Occidente quedaban estancadas o rezagadas. Esta brecha ha alimentado un creciente descontento social que se expresó en fenómenos como el Brexit, el auge del populismo y un renovado escepticismo hacia el orden económico internacional.
Lejos de consolidarse una globalización sin fronteras, el mundo actual enfrenta barreras crecientes y un regreso a políticas abiertamente proteccionistas. La tecnología, que alguna vez se imaginó como un vehículo para la integración social y la resolución de conflictos, ha contribuido también a la polarización, al debilitamiento del consenso democrático y a la propagación masiva de desinformación. En el plano ecológico, la expectativa de que el crecimiento económico permitiría superar los límites planetarios ha sido desafiada por una crisis ambiental cada vez más urgente.
En medio de este giro global hacia el repliegue nacional y la rivalidad geoeconómica, algunos países han encontrado nuevas ventanas de oportunidad. México, por su cercanía geográfica, su vinculación histórica con la economía estadounidense y su posición dentro del T-MEC, emergió como un actor relevante en la reconfiguración de las cadenas globales de valor.
Durante los años previos a 2024, la creciente fragmentación del comercio internacional permitió que el país ganara visibilidad como una alternativa viable ante la creciente tensión entre Estados Unidos y China. Este fenómeno, llamado nearshoring, el cual ha sido ampliamente debatido en la agenda pública nacional, puede interpretarse como la manifestación más tangible de un cambio estructural más amplio en las políticas comerciales globales.
Contrario a lo que suele suponerse, el fenómeno del nearshoring no se caracterizó por una relocalización masiva de empresas desde China hacia México, sino por la reconfiguración de cadenas de valor globales que buscaron diversificar geográficamente su producción para reducir su dependencia de China. México logró capturar una parte importante de esta relocalización, aunque otras regiones, especialmente en el sudeste asiático, también registraron un papel destacado.
La paradoja del nearshoring para México radica en que, en un contexto donde el entorno de negocios presentaba retos relevantes, el país se convirtió en una ubicación atractiva para la industria global en comparación con China, una situación que anteriormente no había sido posible. La explicación de esta paradoja reside en que el nearshoring puede entenderse como una estrategia de gestión de riesgos en un entorno internacional caracterizado por tensiones geopolíticas y disrupciones logísticas. En ese contexto, el riesgo relativo de México fue menor que el de otros países, principalmente debido a que en 2018 logró firmar un tratado comercial con la administración Trump. A pesar de que las condiciones internas no eran las más positivas, la posición relativa del país frente a sus competidores resultó favorable en un entorno internacional adverso.
Este reposicionamiento de México ocurrió a pesar de que las condiciones internas no eran necesariamente óptimas, lo que subraya el peso que los factores externos han tenido en su consolidación. En ese sentido, el futuro del nearshoring dependerá de las mismas condiciones subyacentes. Si, bajo la nueva política comercial de Estados Unidos, México logra mantener una posición de acceso al mercado estadounidense, relativamente mejor que la de sus competidores, el país podría beneficiarse nuevamente. Un ejemplo ilustrativo fue el anuncio de aranceles recíprocos en abril de 2025, bajo los cuales México enfrentaba mejores condiciones que China o el sudeste asiático. Si el resultado del proceso arancelario actual deriva en un entorno global más cerrado, con aranceles elevados, y México logra preservar al menos las condiciones actuales de acceso a los Estados Unidos, el nearshoring podría resurgir en el mediano o largo plazo.
Un escenario menos optimista contemplaría que México logre mantener el acceso preferencial libre de aranceles únicamente para industrias con alto contenido regional norteamericano. En la práctica, esto mantendría el acceso arancelario preferencial únicamente para aquellas industrias ya integradas en cadenas de valor consolidadas, lo que dificultaría el surgimiento de nuevos sectores. Incluso, nuevas empresas dentro de industrias ya existentes en el país enfrentarían obstáculos para acceder al beneficio arancelario desde el inicio de sus operaciones, dado que esto implicaría abastecerse exclusivamente de proveedores locales, lo cual resulta complejo en la práctica. Aun bajo este escenario, México podría mantener sus industrias en el corto y mediano plazo, aunque el crecimiento a largo plazo podría verse comprometido.
Finalmente, existe un escenario en el cual la renegociación del tratado conduzca a la exclusión de industrias clave como la automotriz. Esto tendría un impacto estructural en la economía nacional, forzando una reconfiguración profunda del aparato industrial. El riesgo que enfrentaría el país sería significativo, comprometiendo no solo el crecimiento futuro, sino también el nivel de desarrollo industrial actual.
El nearshoring ha sido parte integral del proceso de cambio en la política comercial global, por lo que no debe sorprender que, ante nuevas transformaciones, este fenómeno también evolucione. No está necesariamente agotado, y existen escenarios en los que podría consolidarse nuevamente.
Pero más allá de los lugares comunes que ha generado la conversación sobre el nearshoring, estamos obligados a plantearnos una pregunta más profunda: ¿es suficiente con ser eficientes en un entorno adverso, o necesitamos construir una visión de desarrollo que también sea justa y sostenible?
México debe mirar más allá de la lógica del bajo costo y la proximidad geográfica, y apostar por una integración que fortalezca su base productiva, reduzca sus vulnerabilidades internas y distribuya los beneficios de forma más equitativa. De lo contrario, corremos el riesgo de repetir el mismo patrón de desarrollo histórico que hemos seguido durante décadas: atraer inversiones sin transformar las condiciones que impiden que sus beneficios lleguen a la mayoría.
