¡No más promesas! Más allá de las certezas en esta elección

En el proceso electoral de 2024 seguimos bajo la lógica de ofrecer certezas, asegurando que su propia visión es la correcta sobre la del contrincante. Pero, la realidad nos supera.
3 Mayo, 2024
No más promesas
No más promesas

Hace algunos años, mi abuela tuvo un problema médico, una pequeña fisura en el fémur. En esos tiempos, mi abuela se acercaba a los 80 años de edad, por lo que no era un problema fácil. El primer médico que visitó, con completa certeza y seguridad, afirmó que mi abuela necesitaba ser operada. Era lo que la literatura médica recomendaba. En una segunda opinión, otro doctor nos dijo que, si bien la operación era el procedimiento estándar, para una persona de edad avanzada se tenían que sopesar riesgos y evaluar si un tratamiento menos agresivo era mejor. No había una respuesta correcta, la medicina no tenía una certeza sobre qué era lo mejor para mi abuela. Lo que sí tenía era evidencia para sopesar riesgos, beneficios y tomar una acción informada y responsable. Al final, la última palabra no era del médico, sino de mi abuela. Ella optó por no operarse, vivió 10 años más hasta cerca de los 90 años sin volver a preocuparse por este problema.

Muchas veces, cuando tenemos algún problema y acudimos a un especialista, lo hacemos esperando certezas, respuestas directas, claras y recomendaciones que juegan a lo seguro. La realidad es mucho más compleja. Muchas veces, los problemas no tienen una respuesta única y los resultados enfrentan incertidumbre. Quien espera certezas probablemente termine decepcionado.

Al igual que en la medicina, las sociedades enfrentan problemas que demandan soluciones. Los problemas son complejos y la realidad es que las respuestas a estos problemas enfrentan un alto grado de incertidumbre. Aun así, las sociedades demandan certezas. En las ciencias sociales, al igual que en la medicina, tienden a formarse especialistas que, al igual que el primer médico que examinó a mi abuela, creen que su deber es dar certezas y recomendar acciones como si fueran recetas, obviando las complejidades de nuestro mundo.

Fui estudiante de economía hace 20 años. La economía que me enseñaron era una economía de certezas. Sabíamos perfectamente la receta para que los países prosperaran, sabíamos qué funcionaba y qué no. Sabíamos que había problemas secundarios alrededor del desarrollo económico, como la desigualdad y la degradación ambiental, pero eran problemas menores que la prosperidad económica terminarían resolviendo. ¿Esas certezas sobre cómo organizar una sociedad eran válidas? ¿O eran una ilusión?

Dos décadas después, enseño economía a una nueva generación. Mi curso lo empiezo preguntando por qué hay sociedades prósperas y sociedades que no logran serlo. Desde el primer día, adelanto mi respuesta: no lo sabemos, y quien diga que lo sabe, está mintiendo. Eso no significa que no sepamos qué factores pueden influir en el desarrollo de las sociedades, qué políticas han probado ser más exitosas y cuáles generalmente no funcionan. Sin embargo, la realidad es que no hay ninguna receta para la prosperidad que asegure un camino al desarrollo. Hay más preguntas que certezas.

Al igual que los médicos que atendieron a mi abuela, un especialista en economía podría estar tentado a simplificar la realidad, obviar detalles (como la edad de mi abuela en ese ejemplo) y reducir la compleja realidad de un país a un catálogo de obstáculos sin contexto, que podrían ser resueltos con recomendaciones genéricas. Ofrecer certezas sobre la base de un conocimiento que en realidad no puede ser tan definitivo es sumamente peligroso. El peligro radica en que el ofrecer certezas sobre las soluciones a nuestros problemas, muy probablemente traerá el desencanto de la sociedad, cuando estas soluciones fallen. Y muchas fallarán, simplemente por la naturaleza incompleta de nuestro conocimiento.

¿Qué hace un paciente cuando ha visitado decenas de médicos? ¿Cuándo cada uno le ha dicho que tiene la certeza de brindar el tratamiento correcto? ¿Cuándo ninguno de ellos funciona? A la larga se cansará, y acudirá a la medicina alternativa, al homeópata, a la acupuntura, a la herbolaria. Finalmente, acudirá a la última fuente de certeza, la que es imposible de negar o afirmar: la religión.

Depositar la fe en la religión no tiene nada de malo, pero en un contexto social, ante los fallos de los expertos, surgen movimientos que rechazan todo el conocimiento establecido, sustituyéndolo por la certeza de un cambio sin fundamento, por ejemplo, la transformación o hacer grande de nuevo a la nación. Tenemos muchísimos ejemplos de esto: los Estados Unidos de Trump, el Brasil de Bolsonaro, la India de Modi y muchos más.

México no se queda atrás. Desde mediados de los años ochenta, nuestros expertos en economía nos ofrecieron la certeza de un país próspero: apertura comercial, reformas estructurales, construcción de un Estado de derecho. Por más de 30 años aplicamos estas recetas con resultados bastante mixtos. Si bien, regiones e industrias prosperaron, esto no funcionó para todos. La desigualdad, la pobreza, la degradación ambiental y la seguridad realmente no entraban dentro de estas recetas. Tras un último esfuerzo de reformas hace ya 10 años, la sociedad decidió que era momento de probar otra cosa. Ahora, vivimos bajo la certeza de la transformación, de que la voluntad de cambio nos llevará a superar la complejidad de nuestros problemas.

En el proceso electoral de 2024 seguimos bajo la lógica de ofrecer certezas, asegurando que su propia visión es la correcta sobre la del contrincante. Pero, la realidad nos supera. ¿Realmente alguien puede ofrecer certezas en este mundo que vivimos? Estamos en medio de lo que parece ser el mayor cambio geopolítico desde la Segunda Guerra Mundial, el cual ya está teniendo repercusiones sobre la configuración de las redes de comercio global. Estamos en los inicios de una gravísima crisis ambiental, que ya afecta la economía, la salud y el bienestar social. No tenemos idea de adónde nos llevará la tecnología, el impacto de la inteligencia artificial sobre la educación o los mercados laborales. Apenas son cuatro años desde que vivimos una pandemia global que eventualmente se repetirá. ¿Y qué decir de la seguridad y el avance del crimen organizado como un actor global no solo en México sino en todo el continente?

¿De verdad alguien puede ofrecer certidumbre? Tristemente, parece que la demanda de certidumbre en realidad es un reclamo de ciertos actores sociales que buscan que un nuevo gobierno garantice privilegios, en un entorno donde absolutamente nada es seguro. ¿Un gobierno realmente puede ofrecer certeza a los empresarios y sus inversiones? Puede ofrecer un clima de negocios favorable, puede mitigar riesgos, pero no puede ofrecer certezas, a menos que esté dispuesto a entregar un cheque en blanco que incluya el rescate del sector privado cuando todo salga mal. ¿Puede un gobierno dar certeza a los derechos sociales de la población? Tampoco, puede asegurar que siempre contará con recursos y capacidades para mantener beneficios sociales, a menos que esté dispuesto a echar los equilibrios fiscales por la borda cuando las cosas no vayan bien.

En un mes, viviremos el proceso electoral más importante del país. Las campañas se esfuerzan en ofrecernos certezas, asegurando que cada una de las opciones en la boleta tiene la respuesta a nuestros problemas y la solución. Nuestro mundo se volverá más complejo, los problemas más difíciles de resolver, nuestras sociedades enfrentarán más incertidumbre y cada vez será más difícil ofrecer certezas. Este año no sucederá, pero tal vez en 2030 tendremos una oferta política que decida hablarle a la ciudadanía como adultos, reconozca que no es posible ofrecer certezas, pero sí responsabilidad, autocrítica y rendición de cuentas.

A medida que nos acercamos a estas elecciones cruciales, es esencial que como ciudadanos exijamos más que simples promesas y garantías vacías. Debemos buscar líderes que no solo se atrevan a admitir la complejidad de los desafíos que enfrentamos, sino que también estén dispuestos a actuar con transparencia y responsabilidad. El futuro no se trata de evitar la incertidumbre, sino de aprender a navegarla con prudencia, integridad y un compromiso inquebrantable con la verdad.

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.

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