Ventaja comparativa: El verdadero dilema comercial de México

La cuestión no es convencer a China de comprar lo que no quiere, sino evitar que la falta de reciprocidad comercial y la dependencia de insumos asiáticos debiliten la competitividad de México en su único mercado con verdadera ventaja: Norteamérica.
2 Diciembre, 2025
El verdadero dilema comercial de México.
El verdadero dilema comercial de México.

La ventaja comparativa es una de esas ideas elegantes de la teoría económica. David Ricardo explicó en el siglo XIX que, incluso si un país es mejor en producir todo, le conviene especializarse en aquello donde es relativamente más eficiente y comerciar el resto. Un trato en el que todos ganan… al menos en papel.

Ricardo no exigió que el comercio fuese “recíproco” en un sentido político. Lo que sí asumió, aunque sin decirlo, es que existe un espacio de precios relativos donde ambos lados encuentran algo que vale la pena intercambiar. Si ese espacio se colapsa —por autosuficiencia estratégica, por control estatal de las cadenas de valor o porque uno de los países simplemente no necesita lo que el otro ofrece—, la teoría deja de describir el funcionamiento real del comercio.

Tomemos el caso de México. Durante los últimos 30 años, el país construyó una integración económica profunda con Estados Unidos. Hubo lógica detrás: proximidad geográfica, mano de obra calificada, estado de derecho relativamente estable para los estándares latinoamericanos, acuerdos comerciales y un aparato productivo que aprendió a operar como si el Río Bravo fuera un conector, no una frontera. Industria automotriz, aeroespacial, eléctrica, electrónica, dispositivos médicos: un ecosistema donde lo “hecho en México” y lo “hecho en Estados Unidos” son dos pasos de una misma cadena productiva.

Esto dio lugar a algo que Paul Krugman formalizó décadas después: el comercio intraindustrial. No es vino por telas; es motor por autopartes, tarjetas electrónicas por refrigeradores, piezas que cruzan la frontera varias veces antes de convertirse en un bien final. México importa insumos porque producirlos dentro del bloque norteamericano es eficiente; exporta bienes finales porque su especialización en la cadena es real y competitiva. El círculo se cierra porque ambos lados venden y ambos lados compran. Esa es la reciprocidad económica —no diplomática— que sostiene la integración regional.

México exporta a Estados Unidos más de medio billón de dólares al año. A la vez importa gas natural, combustibles, maquinaria, tecnología y químicos. La balanza bilateral no es simétrica, pero el intercambio sí lo es: las dos economías necesitan lo que la otra produce. Esa complementariedad es la que hace creíble y resiliente la relación.

Ahora miremos a China, donde la película es muy distinta. México le vende menos del 2% de sus exportaciones, y casi todas son materias primas, minerales, desperdicios o insumos industriales. Nada que refleje su sofisticación manufacturera. China importa, pero importa aquello que no puede producir o que le conviene estratégicamente comprar. En esa lista, México no aparece.

Mientras tanto, México importa de China casi 130 mil millones de dólares en maquinaria, electrónicos, baterías, paneles solares y componentes esenciales para prácticamente toda la manufactura nacional. Sin insumos chinos, buena parte de las exportaciones mexicanas simplemente no se podría producir. China utiliza el comercio como herramienta de poder geoeconómico. En esta relación, México depende de Estados Unidos para colocar las manufacturas que sí sabe producir; depende de China para obtener los insumos que permiten fabricarlas. Es decir, depende de ambos para que la máquina siga funcionando.

Resolver esto no pasa por repetir la consigna de que México “debería vender más a China o a otros países”. La realidad es más estructural: la oferta exportable mexicana —autos, autopartes, equipo eléctrico, electrónicos, dispositivos médicos— está diseñada para los estándares y certificaciones de Norteamérica. Fuera de este bloque, la demanda es limitada porque los mercados no buscan este tipo de manufacturas, ni en precio, ni en especificaciones, ni en normatividad.

Ningún país o región está en condiciones de integrarse con México en la escala, profundidad y sincronía que Norteamérica construyó durante tres décadas. No por falta de voluntad, sino porque no existen ni el tamaño de mercado, ni la compatibilidad regulatoria, ni la infraestructura productiva para replicar ese modelo en otro lugar.

Aquí es donde se impone el pragmatismo. Si México quiere reducir vulnerabilidades, tiene que hacerlo donde tiene verdadera agencia: en la región a la que ya pertenece. Más contenido regional en Norteamérica. Más proveedores diversificados en Asia, no más exportaciones a Asia. Más política industrial para desarrollar capacidades propias y, sobre todo, una estrategia realista de nearshoring que no sea publicidad, sino un proyecto de Estado.

La pregunta importante no es cómo convencer a China de que compre lo que no necesita. La pregunta es cómo asegurarnos de que la falta de reciprocidad comercial —y la dependencia tecnológica en insumos asiáticos— no termine erosionando nuestra competitividad en el único mercado donde México sí tiene una ventaja comparativa auténtica: la región de Norteamérica.

El reto para México es definir una estrategia propia en un entorno que ya no funciona bajo los supuestos tradicionales del comercio. Esto implica profundizar la integración norteamericana con más contenido regional, diversificar proveedores sin perder escala, desarrollar capacidades tecnológicas e institucionales que reduzcan dependencias críticas y construir una política industrial que convierta esa integración en fortaleza, no vulnerabilidad. No podemos decidir cómo actúan China o Estados Unidos, pero sí podemos decidir cómo nos posicionamos. Y ahí está la verdadera oportunidad para México.

Delia Paredes Mier Delia Paredes Mier Delia Paredes apoya la toma de decisiones a inversionistas internacionales, líderes empresariales y gestores de activos a través del análisis económico desde hace casi 20 años. Es socia en TransEconomics, firma que brinda servicios de planificación patrimonial y gestiona activos alternativos. Es docente en la Universidad de Anáhuac y en el Tec de Monterrey. Miembro del Comité de Estudios Económicos en el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF) y del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI). Delia Paredes es Maestra en Economía por la London School of Economics (LSE).