¿Por qué todavía nadie responde con represalias a los aranceles de EU?

El 7 de agosto, Estados Unidos activó un paquete de aranceles que alcanza a más de 60 países y a la Unión Europea. A México le dio una prórroga de 90 días para su entrada en vigor. En teoría, el manual de la Organización Mundial del Comercio (OMC) es claro: si un socio comercial rompe lo pactado -imponiendo aranceles por encima de lo acordado o creando barreras injustificadas- la parte afectada puede contestar con “medidas de represalia”. Esto es, gravar las exportaciones del infractor, y hacerlo en sectores con carga política.
Así funciona… normalmente. En 2018, cuando la Casa Blanca de Trump también se escudó en la “seguridad nacional” para aplicar aranceles del 25% al acero y del 10% al aluminio, la UE reaccionó rápido: whisky bourbon, motocicletas Harley-Davidson y otros símbolos estadounidenses pagaron el precio.
Hoy, sin embargo, la película es distinta. En la actual ola de proteccionismo, el resto del mundo guarda un silencio que no es resignación. Es cálculo. Es estrategia; pero, sobre todo, es probable que sea temporal.
Estados Unidos es demasiado grande para castigarlo… aunque esto no siempre ha frenado a otros
Estados Unidos sigue siendo el mercado más codiciado: 25% del PIB mundial y 14% de las importaciones globales. Para Alemania, México, Corea del Sur o China, perder ventas ahí sería como cerrarle la llave de oxígeno a su industria exportadora.
Este argumento también valía en 2018 y no evitó las represalias. La diferencia ahora es que el tablero es más frágil y la partida, más cara. La OMC está en crisis, las cadenas de suministro tensas, y el dólar -que en otros tiempos blindaba a los socios- ahora está más débil frente a sus principales pares. Esto último encarece las exportaciones hacia EU y deja a muchos con un dilema: responder con aranceles, sí, pero a costa de erosionar más sus propios márgenes.
El incentivo para “pelear” se diluye si el costo de la pelea llega antes que el beneficio político.
Miedo a la escalada…ahora con menos margen de maniobra
En 2018, el mundo crecía a buen ritmo. Había espacio fiscal y monetario para amortiguar el golpe de una guerra comercial. Hoy, no.
La economía global arrastra bajo crecimiento, inflación más alta de lo deseable y bancos centrales con poco margen para actuar sin desestabilizar. Las cadenas logísticas -tras pandemia y guerra en Ucrania- siguen vulnerables. Una escalada arancelaria podría provocar desabasto en sectores críticos en cuestión de semanas.
La conclusión es incómoda: en este contexto, EU aguantaría más que sus socios un intercambio de represalias. Esto convierte a la prudencia en la opción “menos mala” para muchos gobiernos… aunque se vea como debilidad.
Un árbitro fuera de juego
En el papel, la OMC sigue siendo el foro para dirimir estas disputas. En la práctica, no. Desde 2019, EU bloquea el nombramiento de jueces al Órgano de Apelación, dejando inoperante la última instancia del sistema.
Litigar sigue siendo posible, pero es un ejercicio casi simbólico: no hay quién haga cumplir un fallo. En 2018, la represalia podía ir de la mano con una narrativa de defensa legal; hoy, cualquier medida de fuerza sería unilateral y más difícil de justificar. Sin árbitro, el juego se vuelve una negociación directa con Washington y ahí, Trump tiene todas las cartas para imponer un “toma y daca” permanente.
¿Un nuevo orden comercial?
La moderación actual puede parecer prudente, pero tiene un costo: consolida una ruptura con el orden comercial que ha regido por más de siete décadas.
- Aranceles como espada de Damocles: Trump no usa los aranceles como palanca temporal, sino como amenaza constante. La incertidumbre es parte del diseño: obliga a los socios a negociar sin saber cuándo caerá el siguiente golpe.
- Europa y China, aguantando… por ahora: Tras los nuevos aranceles, la UE negoció un acuerdo que limitó el gravamen general al 15% en sectores clave -autos, semiconductores, farmacéuticos- a cambio de compromisos de inversión por 600 mil millones de dólares en EU y mayores compras de energía y armamento. Un respiro, sí, pero condicionado: el techo del 15% puede desaparecer si Washington dice que Europa no cumplió. China, por su parte, se reserva medidas potencialmente disruptivas -control de exportaciones de tierras raras, trabas aduaneras- que aún no despliega. Ambas potencias están midiendo sus tiempos.
La capacidad de represalia existe. Lo que falta es la voluntad política de usarla… todavía.
¿Por qué importa?
Aunque hoy no haya una respuesta inmediata, y todo apunte a que los socios de EU intentarán aguantar el mayor tiempo posible antes de contraatacar, el efecto macroeconómico no se queda en pausa. El solo hecho de operar bajo la amenaza de aranceles permanentes y de un comercio sujeto al humor político genera un entorno menos propicio para crecer.
En términos macro, esto se traduce en: menor crecimiento global, por el desvío comercial y las ineficiencias en la asignación de recursos. Mayor incertidumbre, que frena decisiones de inversión y dificulta la planificación empresarial. Más inflación, porque reconfigurar cadenas logísticas cuesta y encarece insumos. Menos inversión, ante la combinación de riesgo político y costos más altos y más volatilidad financiera, conforme los países intenten amortiguar el golpe con políticas fiscales o monetarias.
Conclusión: una tregua con fecha de caducidad
La ausencia de represalias masivas no es señal de rendición, sino una estrategia para ganar tiempo. Europa y China están conteniendo su respuesta, calibrando cuándo y cómo actuar. Pero esta moderación no durará. El nuevo régimen arancelario de Trump ha convertido el comercio internacional en una negociación permanente, donde el acceso al mercado estadounidense dependerá de cumplir exigencias que pueden cambiar en cualquier momento.
No estamos ante un alto el fuego, sino ante una tregua condicional bajo la sombra de una espada de Damocles y la cuerda que la sostiene se tensará hasta romperse. Cuando eso ocurra, las represalias llegarán no en discursos, sino en aranceles, bloqueos y trabas regulatorias. Entonces, la economía global no retrocederá lentamente: se fragmentará, se encarecerá y se volverá más volátil, marcando el fin del orden comercial que ha sostenido la prosperidad de las últimas siete décadas.
