Estados Unidos exporta déficit, pero importa confianza: ¿hasta cuándo?

El verdadero dilema no que el dólar esté bajo presión, sino que el sistema global parece haber olvidado cómo imaginar un mundo sin él.
6 Mayo, 2025
Dólar estadounidense.
Dólar estadounidense.

Reducir el déficit comercial se ha convertido en una verdadera cruzada para la administración Trump. A cuenta de esto ha puesto patas arriba el sistema global de comercio: aranceles, amenazas, repliegues. La narrativa oficial es clara: el mundo abusa de la apertura estadounidense. Pero cuando se mira de cerca, la realidad es, como casi siempre, más complicada.

Para entender qué hay detrás de este malestar comercial hay que analizar el cuadro completo que nos da la balanza de pagos, que registra todas las transacciones de un país con el exterior. En el caso de Estados Unidos, es además una radiografía de su papel en la economía global. Para algunos, ese documento refleja un desequilibrio crónico. Para otros, es el precio (y el beneficio) de ser el emisor de la moneda en la que el mundo ahorra: el dólar.

La balanza de pagos se divide en tres grandes cuentas: la corriente, la de capital y la financiera.

  • La cuenta corriente recoge el comercio de bienes y servicios, así como el flujo de ingresos por inversiones y transferencias como remesas;
  • La cuenta de capital registra movimientos menos frecuentes, como transferencias de capital, patentes o condonaciones de deuda; y
  • La cuenta financiera capta los flujos de inversión directa, inversión en cartera, movimientos de otros activos y cambios en reservas internacionales.

Estas cuentas están entrelazadas. Si un país gasta más de lo que gana, como hace sistemáticamente EE. UU., tiene que atraer capitales para cubrir ese déficit. Siempre cuadra.

Los números de 2024 lo confirman: Estados Unidos tuvo un déficit en cuenta corriente de 1.13 billones de dólares, cerca del 4% del PIB. El comercio de bienes sigue en rojo profundo —más de 1.2 billones— aunque los servicios ayudan a maquillar un poco el balance. La cuenta de ingresos primarios también fue negativa, y las transferencias netas hacia el exterior (remesas, ayuda, seguros) sumaron otros 200 mil millones en salidas.

Pero lo realmente fascinante está del otro lado: la cuenta financiera. Porque mientras EE. UU. gasta más de lo que produce, también sigue recibiendo capitales a manos llenas. En 2024, los inversionistas extranjeros compraron más de 2 billones de dólares en activos estadounidenses. Bonos, acciones, todo. ¿Por qué? Porque, guste o no, el dólar sigue siendo el refugio global y esto le permite a EE. UU. hacer algo que pocos países pueden: mantener déficits crónicos sin que los mercados huyan despavoridos.

Este es el punto clave: Estados Unidos tiene déficit... porque puede. Porque emite la moneda en la que todos confían. Porque no solo exporta bienes; exporta dólares y porque en un mundo que tiembla con cada sobresalto geopolítico, los inversionistas siguen apostando a la estabilidad estadounidense. O al menos, así era hasta hace poco.

En los últimos meses, el dólar ha mostrado señales de debilidad y esto está causando cierto desconcierto porque en un mundo cruzado por guerras, tensiones comerciales y desconfianza política, uno esperaría que el dólar se fortaleciera. Pero no, se está debilitando, lo que apunta a una erosión en la confianza en el dólar.

Robert Triffin lo advirtió en los años 60: el país que emite la moneda de reserva debe generar déficits para proveer liquidez global, pero esos mismos déficits acaban por minar la confianza. Es un equilibrio inestable por diseño. Hoy, lo vemos con más claridad: los déficits no preocupan tanto por su tamaño como por lo que insinúan sobre el futuro. Ya no es solo una cuestión de flujos financieros, sino de clima político, de incertidumbre fiscal, y del creciente uso del dólar como arma en conflictos geopolíticos.

Algunos economistas sugieren que este debilitamiento no es un error, sino una jugada pensada. Un dólar más barato abarata las exportaciones, reduce el déficit comercial y presiona a los socios de EE. UU. para que acepten menores tasas de retorno sobre sus tenencias de deuda. Todo bajo el paraguas de seguridad que ofrece Washington. No es una política oficial, pero sí una tentación lógica. Cuando observamos los hechos recientes (subidas de aranceles, amenazas de retirar apoyo militar, endurecimiento fiscal) cuesta no ver un patrón. Un Estados Unidos más introspectivo, menos comprometido con las reglas del juego que él mismo diseñó. Más dispuesto a usar su peso económico como palanca geopolítica. El resultado: nerviosismo y sí, también fuga de capitales.

Ahora bien, que el dólar se debilite no significa que esté en retirada. No hay alternativa sólida: el euro está fragmentado, el yuan no es convertible libremente, y el oro no paga intereses ni funciona para financiar déficits. El dólar sigue reinando, pero empieza a mostrar grietas.

¿Qué podemos anticipar? A corto plazo, una moneda más débil si persisten las dudas sobre el rumbo fiscal y monetario de EE. UU. A mediano, una arquitectura más fragmentada, con más acuerdos bilaterales en monedas locales. A largo plazo, un dólar que seguirá siendo central... pero ya no incuestionable.

Este es el verdadero dilema: no que el dólar esté bajo presión, sino que el sistema global parece haber olvidado cómo imaginar un mundo sin él. La hegemonía monetaria de EE. UU. era parte del trato implícito del orden multilateral. Hoy, ese trato está en revisión. Lo que asusta no es tanto el cambio, sino qué no estamos viendo claramente cuál será la alternativa.

Delia Paredes Mier Delia Paredes Mier Delia Paredes apoya la toma de decisiones a inversionistas internacionales, líderes empresariales y gestores de activos a través del análisis económico desde hace casi 20 años. Es socia en TransEconomics, firma que brinda servicios de planificación patrimonial y gestiona activos alternativos. Es docente en la Universidad de Anáhuac y en el Tec de Monterrey. Miembro del Comité de Estudios Económicos en el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF) y del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI). Delia Paredes es Maestra en Economía por la London School of Economics (LSE).