El giro hacia la izquierda de la América Latina: ¿lograrán la igualdad?
Es un consenso hoy que la gente se cansó de los políticos tradicionales, quienes no lograron abatir la pobreza y tampoco pudieron “nivelar la cancha” en la esfera social.
Seguimos dependiendo de la cuna en que nacemos para poder desarrollarnos. Una niña que nace hoy en un hogar en extrema pobreza tiene 90 veces menos oportunidades de completar la educación superior que una que nace en un hogar de Bosques de las Lomas en la CDMX, sin importar que la que nace en desventaja se esfuerza más muchas de las veces. Esto es lo trágico de la desigualdad, para los que no la comprenden.
Esto sucede en prácticamente toda la región de la América Latina, que se ha pintado de rojo, es decir, los gobiernos que se autodenominan de izquierda (solo se autodenominan) han ganado terreno como nunca (ni siquiera durante el boom de las “commodities” a inicios del presente siglo). Esta expansión se da precisamente justo antes y durante la pandemia (en México, Chile y Colombia). Pero esta problemática la enfrentan todos los países, de ingreso alto, medio y bajo.
La promesa de prácticamente todos esos “ganadores” ha sido la de abatir la pobreza, eliminar los privilegios de los “ricos” y acabar con la corrupción. La esperanza de los votantes es enorme. ¿Se podrá lograr?
Como vamos, no lo creo. Alcanzar esos objetivos requiere de un Proyecto de Nación integral, congruente, inclusivo y sobre todo con sentido humano. Es cierto, en política se debe aprovechar el momentum, que las más de las veces viene de un descontento social con la estructura política prevaleciente, pero si bien eso puede dar para ganar una elección, no es suficiente para la solución de la pobreza extrema. Se necesita, reitero, un Proyecto de Nación.
En ninguno de los casos en los que la izquierda ha ganado se aprecia una dirección y los instrumentos (esa palabra despreciada por ellos) apropiados para la consecución de los objetivos. Los valores de la izquierda son ante todo sociedades justas, igualitarias, comprometidas con la diversidad y el medio ambiente. Los programas de gobierno que he revisado no lo reflejan y se concentran en acciones muy limitadas en su alcance y dudosas en cuanto su viabilidad futura.
El ejemplo de esto es el excesivo uso de la transferencia social, que si bien es un instrumento necesario y humano, debe complementarse para que las personas vulnerables no dependan de ellas en el mediano plazo. No veo esto último.
Uno hubiera esperado un sistema universal de protección social, ordenado, viable y organizado; con una ruta crítica para que los sistemas de salud no estén fragmentados, y para que las pensiones sean verdaderamente viables financieramente en el tiempo. No lo hay. Las acciones tomadas intentan disfrazar que sí lo hay, pero no atacan los problemas de raíz para que ello suceda y perdure en el tiempo. La desigualdad persistirá, no hay duda.
Asimismo, los gobiernos que han ganado las elecciones desde la izquierda no han sido capaces de ser inclusivos (y la excusa fácil es que los anteriores tampoco lo eran), y por el contrario han polarizado a la sociedad. La ley de talión nunca acaba bien. Para muestra un botón. Las sociedades polarizadas invierten menos. En México, por ejemplo, históricamente hay un enorme rezago de la inversión privada que se ha acentuado en la presente administración. Si no se entiende que la polarización tiene efectos económicos tangibles, el crecimiento económico no vendrá.
Las paralipsis que he escuchado lo mismo en boca del colombiano Petro, que en la del chileno Boric, y del mexicano AMLO desde la tribuna deben evitarse, pues solo alimentan el antagonismo y actúan contra la inversión. Si las élites infringen la ley, hay que hacerlas que sufran las consecuencias, pero el discurso no es un arma idónea.
Los gobiernos de izquierda, pues, tienen que diseñar proyectos de Nación integrales, congruentes, inclusivos y sobre todo humanos. Todas las piezas del rompecabezas deben embonar. Es necesaria una reconciliación y un establecimiento de nuevas reglas del juego donde efectivamente desaparezcan los privilegios de las élites económicas, políticas y gremiales, pero que a la vez provea las mismas oportunidades para todos. Solo así.
Por lo pronto, creo que repetiremos la historia. La izquierda, al no poder cumplir esas promesas, empezará a perder terreno más temprano que tarde y la región se pintará otra vez de otro color, igual o más inepto, pero del otro lado del espectro. Ha sido la historia del continente. Puro determinismo histórico que nadie ha sabido cambiar.