Entre las muchas ideas equivocadas que tiene Andrés Manuel López Obrador sobre la economía en general, aplicada a México en lo particular, es que el petróleo puede representar una potente palanca para el desarrollo. Al contrario, como también amante de la poesía, debería recordar como algo premonitorio el poema del zacatecano Ramón López Velarde, La Suave Patria, al menos las primeras dos estrofas del primer acto:
Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.
El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros del petróleo el diablo
No es México, han sido varios los países que han enfrentado la maldición del petróleo. De Venezuela a Nigeria, tenerlo en cantidades masivas generalmente ha representado un freno al desarrollo. Como una persona con poca capacidad para manejar su vida cuando se gana la lotería, así se acaba: peor que antes de ganar el premio.
Emulando a JLP
Venezuela se tropezó dos veces, y cayó de bruces, con la misma piedra. Un Presidente con inmenso poder e igual arrogancia, Hugo Chávez, creyó que podía evitar los errores de Carlos Andrés Pérez. Hoy el gobierno mexicano, con poder y arrogancia similares, emprende el mismo camino, ignorando lo sucedido en el sexenio de José López Portillo (1976-82).
AMLO ya declaró su ideal de política económica: el posneoliberalismo, que se supone es algo opuesto al neoliberalismo, pero que por alguna razón no quiso llamar anti-neoliberalismo. ¿En qué consiste exactamente? El Presidente remarcó que se irá desarrollando con el tiempo, esto es, no tiene nada concreto a presentar. Tampoco importa, porque sí es posible entender su pensamiento a partir de las acciones concretas que ha tomado.
El Presidente quiere regresar a los tiempos de JLP. Ni antes, ni después, el petróleo fue considerado como una palanca para el desarrollo. Luis Echeverría (1970-76), al parecer, nunca fue informado sobre el gigantesco depósito de crudo que estaba en la aguas de Campeche (que sería conocido como Cantarell), y por ello no enfocó recursos a explotar esa riqueza cuando el precio del crudo trepó, desde fines de 1973, hacia la estratósfera.
Su amigo de juventud y sucesor sí tenía conocimiento de ello gracias a Jorge Díaz Serrano, al que puso a cargo de Petróleos Mexicanos. Enloquecido por el petróleo que manaba en abundancia, López Portillo soñó que México podría llegar a lograr la “autodeterminación financiera”, que el despegue permitiría al país ser una “potencia media” (como Francia, según decía), y que ocuparía un sitio destacado en el concierto de las naciones. Claro, el reto ya no era administrar miserias, sino la abundancia. El oro negro volvía factible lo que antes parecía imposible: borrar el “sub” del subdesarrollo mexicano.
La borrachera petrolera
López Portillo era un Presidente apostador, mientras que el actual López es un ejecutivo ideologizado. AMLO cree en el poder omnímodo presidencial y el Estado como actor central de la economía para lograr un mayor bienestar. El actual López está cometiendo el mismo error que su antecesor: apostar muchas fichas al petróleo, desviando los recursos de otras áreas que serían mucho más productivas.
El tabasqueño sufre de una profunda confusión: la prosperidad temporal que vio como joven adulto (tenía entre 24 y 28 años en el boom petrolero, esto es, entre 1977 y 1981) no era desarrollo, sino una burbuja de prosperidad hinchada por el crudo, y que como toda burbuja tenía que explotar. Era la alegría de la borrachera, producto de dinero a raudales que corría por el sureste.
AMLO no vio lo que en realidad pasaba, y su amor por la historia al parecer no llega a cuestiones económicas. Sobran textos que detallan lo sucedido. López Portillo endeudó al país siempre pensando que sobraría dinero para pagar. Subsidió todo aquello que estaba a su alcance, dando una sensación adicional de riqueza. Permitió que se sobrevaluara el peso a un grado extremo, frenando la manufactura y fomentando la fuga de capitales (lo que requería más deuda). Los años del boom fueron de una prosperidad con pocos paralelos, y es lo que el actual Presidente añora.
El inquilino de Palacio Nacional al parecer ignora el fin de la historia, en el último año del sexenio de su antecesor López: el país en recesión, con una inflación de tres dígitos, y una deuda que dejó al país lastrado el resto de la década. Pero para AMLO no fue la cruda de la borrachera, sino ese detestado neoliberalismo que acabó con el sueño. Por ello condena los periodos presidenciales que iniciaron en 1982, pero nunca critica los correspondientes a 1970-82.
Para una persona a la que tanto le gusta presumir de honestidad (personal y de su gobierno), la tremenda corrupción lopezportillista debería ser referencia obligada. No hay mención al respecto. Quizá López Obrador debería darse cuenta que, también, está cometiendo el mismo error. Los contratos entregados sin concursos o transparencia, con tal de aumentar la producción con rapidez, llevan la semilla de potenciales corruptelas. Quizá, imposible saberlo, considere que es un precio que bien vale la pena pagar con tal de recuperar la “soberanía energética”.
El freno de los mercados
El presidente López Obrador nunca lo ha entendido, ni puede esperarse que lo haga ahora (su obcecación intelectual es extrema). En su imaginación México iba lanzado al desarrollo gracias al petróleo pero el neoliberalismo, empezando con Miguel de la Madrid, lo descompuso todo. No comprenderá que se trató de limpiar la casa tras la larga fiesta, y el enorme costo de hacerlo.
AMLO tampoco entiende el imperativo de los tiempos. El petróleo es importante, pero ya en clara vía de salida energética. Los precios son aceptables, pero no astronómicos, y no hay un Cantarell. La producción de Pemex lleva 15 años en declive, y las reservas ya casi dos décadas. En otras palabras, es 2019, no 1979. Quiere tirar dinero a raudales a un agujero tan negro como el crudo, pero Pemex ya no goza de crédito internacional por sus planes, y es la petrolera más endeudada del mundo.
El costo de la estrategia será elevado en términos de bienestar, pero al menos los mercados (como son los inversionistas y las ya detestadas agencias calificadoras) marcarán un freno a la locura. López Portillo hizo mucho más daño porque tenía margen para gastar y además endeudarse como loco. Pero con todo, no deja de ser una lástima lo que México perderá por tomar (de nuevo) el camino equivocado. Lo que puede afirmarse sin duda es que el petróleo no es una palanca para el desarrollo, sino un obstáculo. Como un conductor novato, AMLO pisará con fuerza el freno pensando que se trata del acelerador, y el coche es México.