Las cuentas de vidrio del desarrollo

De acuerdo con sus propios estándares, el Ejecutivo tendrá que informar que la economía mexicana no está dando muestras de un mayor desarrollo.
28 Agosto, 2019

El oro, que alguna vez se obtuvo a cambio de cuentas de vidrio en tiempos de la conquista, fue considerado por siglos la riqueza de un reino. La acumulación de metales preciosos, perseguida por medios militares y comerciales, era la medida del poderío de un estado.

La economía política mostró lo limitado de esta idea señalando el declive de países que fútilmente atesoraron oro y plata. Fue entonces que la producción de mercancías por arriba de lo necesario para producirlas, el excedente económico, pasó a ser considerada la verdadera riqueza de una nación.

La economía, a secas, incorporó a la riqueza lo inmaterial que se compra para satisfacer deseos: los servicios. Las sociedades capitalistas adoptaron esta perspectiva al inventarse el Producto Interno Bruto en la primera mitad del siglo XX, si bien los países socialistas se adhirieron a una contabilidad de lo palpable.

No es coincidencia que las primeras nociones del proceso de desarrollo a mediados del siglo pasado se enfocaran en el aumento del PIB por habitante con imaginarios despegues del atraso o con el paso de una agricultura poco productiva a una industria que ‘jalaba’ y ‘empujaba’ al progreso a sectores enteros.  

Tampoco es casualidad que las visiones no ortodoxas o radicales de hace sesenta años, que enfatizaban el intercambio desigual, el colonialismo o la dependencia económica como factores de subdesarrollo, también pensaran el atraso en términos del PIB per cápita, aunque recalcando sus disparidades.

En los años sesenta y setenta del siglo pasado se enfatizó la preocupación por la pobreza como carencia de ingresos, y en consecuencia por la desigualdad, reconociendo que parte del desarrollo era la redistribución de lo producido. Esto, sin embargo, era insuficiente para dar cuenta de las necesidades básicas no monetarias que podían quedar insatisfechas pese a un PIB más alto y mejor repartido.

Desde los años ochenta, el desarrollo se piensa fundamentalmente en términos de lo que pueden ser o hacer las personas con los medios a su alcance, como llevar una vida larga y saludable u obtener conocimientos valiosos. En ello el PIB per cápita es un medio para un fin y no un fin en si mismo. La libertad efectiva de las personas, y no lo que poseen y registran las cuentas nacionales, se asocia a un mayor desarrollo.

Desde el inicio del presente siglo, la igualdad de oportunidades para elegir la vida que se valora ha sido un ingrediente esencial del desarrollo, más que la redistribución del ingreso. Se trata de concebir un piso social en el que la recompensa obtenida por las personas dependa del esfuerzo que realizan y no de sus circunstancias de origen. La felicidad que deriven de ello será la valoración subjetiva de sus logros.

 

Desde el inicio del presente siglo, la igualdad de oportunidades para elegir la vida que se valora ha sido un ingrediente esencial del desarrollo, más que la redistribución del ingreso

 

En esta breve historia, las ideas del presidente López Obrador, de que importa más la distribución que el crecimiento del PIB per cápita, se sitúan no muy lejos de las del Banco Mundial hace casi medio siglo.  Por supuesto, el presidente no tiene por qué saber esto, para ello están sus asesores en materia de desarrollo y bienestar.

El problema, sin embargo, es que de acuerdo con sus propios estándares el Ejecutivo tendrá que informar que la economía mexicana no está dando muestras de un mayor desarrollo. El PIB per cápita se ha contraído alrededor de 1% en la primera mitad de 2019 y la única desigualdad del ingreso que se puede rastrear trimestralmente, la del ingreso laboral, permanece inalterada. Contracción sin redistribución.

Estas frágiles cuentas, como de vidrio, no se aclaran observando si más mexicanos llevan vidas más seguras, más sanas y con mayor calidad educativa que se traduzcan en una mayor igualdad de oportunidades para el bienestar. 

Ante esta precariedad, quizás entonces sirva de consuelo que, en lo que va de la presente administración, aumentaron las reservas de onzas troy de oro fino, aunque sea un 0.01%.

 

@equidistar

Rodolfo de la Torre Rodolfo de la Torre Actualmente es Director de Movilidad Social del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). Ha sido coordinador de la Oficina de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Director del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad de la Universidad Iberoamericana, y Director de El Trimestre Económico, del Fondo de Cultura Económica (FCE). Fue parte del Comité Técnico para la Medición de la Pobreza en México. Es economista por el ITAM, y maestro en Filosofía de la Economía por la Universidad de Oxford.