La alarma extrema y el bien humanitario

23 Octubre, 2019

Podría haber sido otro lugar, pero la ciudad sitiada fue Culiacán. La oportunidad para equivocarse en materia de seguridad es grande en el considerable territorio donde el Estado ha sido rebasado por el crimen. Los detalles son lo de menos si no se actúa sobre ellos, y el responsable de corregir es el presidente López Obrador 

¿De qué sirve saber quién se equivocó si no se recogen lecciones de los errores y se hace efectiva la responsabilidad de quienes deben evitarlos? No hacer ajustes a la estrategia de seguridad, y al equipo que la ejecuta, le resta autoridad moral al Ejecutivo. Más grave, le priva de instrumentos efectivos de gobernabilidad, le disminuye la razón de ser de su mandato. 

El miedo elemental se palpó localmente, se relató nacionalmente y al final tuvo eco en el exterior. El temor ‘a no contarla’ fue de los culiacanenses, el análisis correspondió a los medios nacionales, y el señalamiento de la fragilidad del gobierno mexicano a la distante prensa extranjera. Ante ello, el gobierno hizo su mejor esfuerzo de comunicación, que en la emergencia no significó mucho, enfatizando el bien superior de proteger a los inocentes.

El sinsentido lógico gubernamental de resaltar el humanitarismo de la decisión de dejar libre a Ovidio Guzmán se resume en una clara falacia de petición de principio: como se salvaron vidas, es evidente que se privilegió el bien. El punto sin embargo es que para “salvarlas” primero se pusieron en peligro vidas, y entonces no arriesgarlas aún más se convirtió en virtud. 

 

¿De qué sirve saber quién se equivocó si no se recogen lecciones de los errores y se hace efectiva la responsabilidad de quienes deben evitarlos?

 

El sentido moral de la prudencia se adultera cuando se hace superflua la incompetencia y es prescindible la responsabilidad. En el surrealismo político, no falta quien ve en la liberación del perseguido un triunfo. Los reflejos ante el súbito espanto del error se confunden con una ética gubernamental generosa, que la mala planeación del operativo no debe opacar, ni mucho menos los errores de ejecución de quienes están tras él. 

La liberación de Ovidio Guzmán no debe confrontarse con la falta de valentía, sino con la falta de inteligencia y capacidad.  No hay que medirla en la balanza del falso dilema de qué es peor, una bandera blanca o un saldo rojo, sino con la vara que nos diga qué tan lejos está la autoridad de hacer cumplir la ley, sin excesos ni riesgos innecesarios. 

¿Por qué jugar con un despliegue de fuerza cuando el jefe del Estado mexicano no tiene un déficit de legitimidad?  ¿Por qué brindar ahora una victoria al país vecino que reclamaba la captura? ¿Por qué convertir en noticia la debilidad del Estado mexicano?

La oposición frecuentemente olvida que su negligencia en asuntos sociales y de seguridad nos ha llevado a tener un Estado débil. Esta es la circunstancia que rodea a las decisiones gubernamentales y que nunca está mal recordarla. Sin embargo, lo que se mostró en Culiacán es la consecuencia de la acción mal ejecutada y peor planeada que reclama responsables.

 

Twitter: @equidistar

Rodolfo de la Torre Rodolfo de la Torre Actualmente es Director de Movilidad Social del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). Ha sido coordinador de la Oficina de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Director del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad de la Universidad Iberoamericana, y Director de El Trimestre Económico, del Fondo de Cultura Económica (FCE). Fue parte del Comité Técnico para la Medición de la Pobreza en México. Es economista por el ITAM, y maestro en Filosofía de la Economía por la Universidad de Oxford.