Nearshoring: ¿Por fin crecimiento inclusivo o más de lo mismo?

La carrera entre la capacidad de procesar cómo este fenómeno nos impactará, cómo poder aprovecharlo mejor, y sobre todo, qué aprender de nuestro propio proceso de globalización apenas comienza.
30 Mayo, 2023

El 17 de diciembre de 1992, a menos de un año de la disolución de la Unión Soviética y tres años después de la Caída del Muro de Berlín, el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush; de México, Carlos Salinas y el primer ministro de Canadá, Brian Mulroney, se reunieron en Washington, D.C. para atestiguar la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

La firma supuso la culminación de años de negociación de un acuerdo comercial con el que México y sus socios norteamericanos se alistaban a entrar a una nueva era de integración que prometía el ansiado camino hacia la prosperidad. El resultado, más de 30 años despúes, fue muy diferente a lo que se pensaba que sucedería.

Para quienes crecimos en los años 90, el TLCAN era la promesa de un mejor país. No solo eso, era la forma en que nuestro país se conectaba al mundo, entrando por la puerta grande, como socio en igualdad de condiciones de la potencia más importante del mundo. La nueva era de la globalización coincidía además con la caída de la Unión Soviética y el surgimiento de un mundo unipolar. El politólogo norteamericano Francis Fukuyama, veía en este nuevo mundo una oportunidad en la que el ser humano avanzaría, por fin, hacia un futuro próspero y democrático: nos encontrábamos ante el Fin de la Historia.

El TLCAN no era un hecho aislado. La Unión Europea nacía con una visión que iba más a allá del mercado común y se creaba la Organización Mundial del Comercio como garante de una nueva globalización. Estos hitos, tendrían importantes repercusiones en el mundo. El primero y más directo, fue la recuperación sin precedentes del comercio global. Resulta dificil creerlo, pero este mundo globalizado en el que hoy vivimos fue la excepción más que la regla durante el siglo pasado. Basta recordar que el comercio internacional pasó de representar el 25% del PIB global en 1970 a casi un 57% en 2020. Quedaban superados los nacionalismos y las agendas proteccionistas que habían dominado gran parte del siglo XX, limitando la integración comercial. En términos de impacto económico, la globalización apuntaló el crecimiento global. Por ejemplo, se estima que por cada 1% que se incrementa el comercio internacional, el PIB se incrementa en 0.16% en Norteamérica, 0.26% en la eurozona y 0.15% en el sureste asiático.

Sin embargo, el crecimiento no fue simétrico. Uno de los principales resultados de la teoría del crecimiento económico es que las economías tendrían que converger en sus niveles de ingreso. Esto implica que las economías menos desarrolladas crecerían más rápido que las más desarrolladas. Sin embargo, no se tiene evidencia de que este proceso de convergencia suceda. Más bien, se observa una dinámica de divergencia en la que cada país alcanza un nivel de ingreso particular, en función de sus características socioeconómicas. ¿Está la globalización detrás de este proceso? No necesariamente, ya que estudios económicos sugieren que la divergencia que observamos no son causa directa de la globalización, sino que otros factores pueden estar involucrados.

Por otro lado, la desigualdad en el ingreso se ha incrementado notoriamente al interior de los países. Estudios económicos sugieren que el proceso de apertura comercial genera desigualdad, aunque de poca magnitud, sin embargo, otros procesos asociados a la globalización tales como el libre flujo de capitales y la difusión tecnológica podrían estar contribuyendo a incrementar este efecto. Dani Rodrik, profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard, concluye que la globalización, combinada con la automatización y las diferencias en los niveles educación, son los causantes de la desigualdad dentro de los países.

Hay que considerar otras visiones sobre la desigualdad. Por ejemplo, la sociología admite que la desigualdad es un proceso sumamente complejo que involucra, además de factores económicos, procesos políticos y culturales que operan simultáneamente. En un ensayo reciente, Rawi Abdelal, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, propone que la idea de la globalización ha estado conectada en el discurso político con cambios sociales, tales como el multiculturalismo, la inmigración, el liberalismo social y el cuidado al medio ambiente, por ejemplo.

Sin embargo, en este entorno hay una historia de aquellos que se sienten “olvidados” por la integración de los mercados de bienes, servicios y capitales. Aquellos “olvidados” sienten que han perdido el respeto y la dignidad, contribuyendo al surgimiento de un creciente sentimiento anti- globalización. No se requiere mucho esfuerzo para unir los cabos y asociar este sentimiento al surgimiento del Brexit, Trump y los nuevos nacionalismos que recorren al mundo.

Para México, los resultados de la globalización son agridulces. Como pocos países, México logró integrarse a las cadenas de valor de los Estados Unidos, incrementando el valor de sus exportaciones de un modesto 15% del PIB a la firma del TLCAN, hasta cerca de un 40% en 2020. Sin embargo, el resultado, si bien no es malo, dista mucho de ser un milagro económico. La tasa de crecimiento promedio del país entre 2001 y 2019 fue tan solo de 1.9%.

Además, la inserción de México en la economía global ha sido un proceso sumamente asimétrico. La integración comercial dio lugar a una historia de dos Méxicos. Por un lado, el México del Norte y Centro, donde la industria pudo integrarse a las cadenas de valor de Norteamérica, donde hay empleo y crecimiento y ha sido posible avanzar en el desarrollo social. En el otro extremo está el México del Sur y Sureste, donde la promesa del crecimiento nunca llegó y aún predomina la pobreza y la marginación.

La razón directa de este fenómeno es que la productividad no creció en el país. Mucho se ha dicho sobre por qué esto no sucedió. Cuellos de botella en infraestructura, falta de capital humano, la necesidad de reformas estructurales que mejoren la eficiencia o la necesidad de un nuevo sistema fiscal y de seguridad social. La realidad es que nadie lo sabe con certeza. El premio Nobel Paul Krugman dijo al respecto: “El desempeño insatisfactorio de México es un misterio [..] ¿por qué México no es Corea?, ¿por qué México no ha podido despegar económicamente al estilo de una nación asiática? Nadie lo sabe.”

Desde finales de 2022, la relocalización de las cadenas de valor o nearshoring, ha tomado por asalto la agenda económica en México. El nearshoring es uno de los posibles modelos de relocalización de cadenas de valor, el cual se refiere a una estrategia en que las empresas buscan acortar dichas cadenas, acercando los centros de producción a los mercados finales. Ahora, un nuevo entorno internacional parece ser favorable al país, con inversiones millonarias que prometen, ahora sí, detonar el potencial dormido de México.

¿Es el nearshoring una nueva oportunidad para el desarrollo del país? ¿Por qué el nearshoring tendría que ser diferente a nuestra experiencia de las décadas pasadas? Y lo más importante, ¿Esta oportunidad realmente puede cerrar las brechas de desarrollo de nuestro país y alcanzar un crecimiento inclusivo para todos? No son preguntas fáciles y la realidad es que nadie, ni políticos, empresarios, o académicos tenemos una respuesta contundente.

La carrera entre la capacidad de procesar cómo este fenómeno nos impactará, cómo poder aprovecharlo mejor, y sobre todo, qué aprender de nuestro propio proceso de globalización apenas comienza. Es imperativo que empresas, gobierno y academia unamos esfuerzos para dimensionar mejor el fenómeno del nearshoring, alejarnos de lugares comunes, fobias y fundamentalismos, para que esta vez podamos reaccionar con las mejores políticas en favor de un crecimiento más sólido e inclusivo.

 

*Este artículo recoge reflexiones del grupo de trabajo de la escuela de negocios, de EGADE Business School, Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno y de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tec de Monterrey.

 

Roberto Durán-Fernández Roberto Durán-Fernández Roberto Durán Fernández es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Es economista por el ITAM, cuenta con una maestría en economía por la London School of Economics y se doctoró por la Universidad de Oxford, especializándose en desarrollo regional. Ha sido consultor para el Regulador de Pensiones del Reino Unido, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y la Organización Mundial de la Salud. En la iniciativa privada colaboró en la práctica del sector público de McKinsey & Co y la dirección de finanzas públicas e infraestructura de Evercore. En el sector público fue funcionario en la SHCP y en el Banco de México.