Ya se llegó a un nuevo (¿?) acuerdo comercial con EU. Felicidades a los negociadores. Falta conocer la letra chiquita y hacer un análisis riguroso de qué sectores (y sus trabajadores) pierden y cuáles ganan; hay información de que se cedió de más, pero hay que esperar.
Con el tiempo lo iremos conociendo. Conviene ahora reflexionar en el marco de este anuncio, qué sigue.
Hace un tiempo en este mismo espacio comenté que uno de los problemas de las bajas tasas de crecimiento económico de México era que se había puesto todas las canicas en el TLCAN, como si éste solucionara también los obstáculos internos.
Cuando vino la amenaza de Trump, pues se evidenció que no habíamos hecho la tarea de solucionar nuestras contradicciones locales y que nuestro crecimiento descansaba demasiado sobre dicho tratado.
Si bien una estrategia orientada “hacia-afuera” ha probado históricamente su éxito en el mundo, sobre todo en países asiáticos, también es cierto que en esos países dicha estrategia incluyó una serie de acciones que permitieron una diversificación de la economía interna, que a la postre desarrolló el mercado interno.
Este argumento lo presenté con más detalle en un artículo publicado en el International Trade Journal1 . En ese escrito realicé una comparación entre México y algunos países que utilizaron la estrategia de “crecimiento hacia-afuera”.
Ese análisis sugirió que no basta con abrir la economía comercialmente, sino que los países exitosos no solo descansaron en la apertura comercial, sino que desarrollaron esquemas novedosos de innovación tecnológica (para ese momento), y de concatenación del comercio con el resto de la economía.
Como lo mencioné ahí, esos países se valieron del comercio internacional para absorber y mejorar tecnología. Con ello pudieron desarrollar su propia industria al grado que algunos de ellos alcanzaron un liderazgo en patentes a nivel mundial y le arrebataron liderazgo en la producción de algunos bienes a los países avanzados, utilizando ya nueva y propia tecnología, así como insumos locales.
Es decir, pasaron de ensambladores a productores.
La apertura mexicana se realizó sin un apoyo paralelo a la innovación tecnológica y es de los pocos países que se abrieron al comercio exterior de manera radical cuyo número de patentes prácticamente no registró un incremento.
El poco sentido innovador fuera de los sectores comerciables (las industrias automotriz, electrónica y aeronáutica, cuya verdadera innovación se dio en los países de origen) no permitió una diversificación de la economía interna. En turno, esto fue un elemento en el crecimiento de la informalidad.
Es decir, ante una creciente oferta laboral proveniente de una estructura demográfica que demandaba la creación de más de un millón de empleos anualmente, los sectores comerciables mencionados no fueron capaces (y eso era más que previsible) de absorber esa mano de obra y no tenían por qué.
Al final, el número de trabajadores informales (los que fueron orillados a trabajar “por cuenta propia”) comenzó a crecer porque el resto de la economía no creció a la par de esas industrias.
La fórmula recién reseñada seguida por los países asiáticos no necesariamente es replicable en nuestros días. La fiesta es distinta hoy día.
Por esto México necesita repensar cómo incentivar el crecimiento económico, más allá de lo que el TLCAN ha impulsado. Medidas y políticas complementarias son muy importantes. La automatización de algunas de las actividades productivas presionará, irremediablemente, la decisión de un individuo, sobre todo aquéllos poco calificados, de integrarse a la informalidad.
El nuevo gobierno cuenta con capital político (y expectativas de la ciudadanía) para implementar algunas políticas innovadoras encaminadas a promover la innovación, más allá del trillado discurso de que México necesita insertarse en la nueva economía del conocimiento, verdad de Perogrullo.
No es solamente con mayor gasto público como hasta ahora se ha planteado (el famoso 1 por ciento del PIB en C&T, que hasta en el actual Programa de Ciencia y Tecnología erróneamente se plantea como estrategia, cuando no es en sí mismo una estrategia) que el desarrollo tecnológico va a despegar. Hasta este momento pareciera que es la única herramienta con que se cuenta, lo cual es absurdo.
De hecho, hubo cierto incremento en el gasto público en ciencia y tecnología en esta administración y no se registró un cambio estructural en, por ejemplo, el número de patentes. Esta administración ha utilizado indicadores que en efecto han mejorado, pero no por un aumento en la investigación de calidad, sino por una estrategia de registro y de obligar al acceso abierto de las publicaciones nacionales.
Lógicamente con éste la visibilidad aumenta, pero no la cantidad ni la calidad necesariamente. La acción en sí no es mala. Lo malo es que era un complemento a una más estructural, que nunca llegó.
Una política de innovación va más allá de lograr el 1 % del PIB; requiere de una política industrial apropiada, del impulso de Universidades de Clase Mundial, de promover la generación de conocimiento universal (se ha abusado de que el conocimiento tiene que ser hecho a la medida para
México, lo cual es una falacia que ha terminado por reproducirse en las universidades mexicanas en los últimos 20 años), de plantear los incentivos adecuados a la creatividad de la población. Es pues, una concatenación de toda la economía.
Para decirlo más coloquialmente, se necesita pasar de “hecho en México” a “innovado y desarrollado en México” como lo plantee en una columna en este mismo espacio.
Debo decir que esto es solo un elemento que considerar. Hay muchos más. Hoy hay una oportunidad de reflexionar que el TLCAN es bueno, pero es solo una pieza del rompecabezas del crecimiento. Hay que ponerse las pilas para detonar las ventajas de ese tratado comercial.
1 https://ideas.repec.org/a/taf/uitjxx/v32y2018i1p5-20.html