Razones de peso para aumentar el mínimo

Que el salario mínimo esté por debajo de la línea de pobreza y que sea claramente inconstitucional –además de inmoral– tiene sin cuidado a quienes defienden a los pobres empresarios.
19 Agosto, 2014

Abundan en estos días las opiniones respecto a la posibilidad de incrementar el salario mínimo; la mayoría, me parece, se pronuncia en contra de la propuesta del jefe de gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, que busca además desvincularlo como unidad de medida para las multas e hipotecas, con lo que ha quitado a sus detractores, uno de los argumentos predilectos en contra del alza salarial.

Quedan, sin embargo, otros argumentos como los del gobernador del Banco de México, Agustín Carstens (periódico Reforma del 14 de agosto), quien sostiene que ante un aumento “artificial” del salario mínimo, las empresas que puedan implementarlo, trasladarán el costo a los precios y las que no puedan, despedirán a los trabajadores o recurrirán a la informalidad.

Es raro que no aparezca en su lista la inflación, no sé si por aburrimiento o porque muchos países latinoamericanos han demostrado que aumentos razonables no la generan.

En la misma línea carstensiana, Luis Rubio, a quien la ironía no le va muy bien, propone incrementar el mínimo a mil pesos diarios (Reforma, 17 de agosto) para resolver de un jalón todos los problemas de la economía. Concluye –supongo que ya sin ironía– que la culpa de los bajos salarios la tiene la improductividad de la mayoría de nuestras empresas. Es, a no dudarlo, el argumento de moda.

A nuestros ilustres pensadores liberales se suma Germán Martínez Cázares, a quien le duele que el PAN apoye la propuesta de aumentar el mínimo (Reforma, 18 de agosto) y le sugiere que busque la desaparición de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (CNSM), “ese viejo brazo gubernamental por burocrático, antiliberal e inútil”.

La verdad es que lejos de defender el poder adquisitivo de los trabajadores, ese órgano corporativo ha sido tremendamente eficaz para mantener por los suelos los salarios en general, y no sólo los mínimos, puesto que sus resoluciones han sido siempre el parámetro principal para determinar el comportamiento de todos los salarios, salvo los de unos pocos privilegiados, que aumentan alegremente, a pesar de que trabajan en las mismas empresas improductivas que no pueden pagar mejores salarios a los demás trabajadores.

Estos argumentos prescinden de evidencias tales como el distinto comportamiento de los salarios de los obreros y de los altos ejecutivos –quienes paradójicamente resultan ser los principales responsables de la baja productividad– así como la terrible desigualdad social, que deriva no solamente de esas diferencias salariales, sino sobre todo, de un reparto inequitativo entre el capital y el trabajo, de lo mucho o poco que se produce. 

Es obvio además, que la productividad no se ha reducido, al menos no al mismo ritmo de los salarios, y que las empresas exitosas tampoco han aumentado los salarios en forma proporcional.

Que el salario mínimo esté por debajo de la línea de pobreza y que sea claramente inconstitucional –además de inmoral– tiene sin cuidado a quienes defienden a los pobres empresarios, que no pueden pagar salarios dignos, no al menos sin sacrificar sus ganancias.

En una línea muy distinta, José Merino y Eduardo Fierro destacan que en una muestra de 113 países, México tiene el octavo mínimo más bajo respecto a su nivel de riqueza y el peor de todos los países de la OCDE en comparación con su productividad laboral (Animal Político, 14 de agosto). 

Señalan que al confrontar el salario mínimo con el PIB per capita, el de México está muy por debajo de la tendencia mundial y agregan que cada vez se aleja más del PIB per capita nacional. Por lo visto, la baja productividad se castiga mucho más en México que en otros países y no hace falta decir que los castigados son los menos culpables.

Las manos invisibles de nuestros ilustres liberales, como Carstens, Rubio y Martínez Cázares, rechazan un aumento artificial del salario mínimo y sostienen que el mercado debe determinar su valor. Casualmente todos los gobiernos “liberales”, desde De la Madrid hasta Peña Nieto, han manipulado la economía, pero siempre en favor de los empresarios, reduciendo el valor real de los salarios.

Si algo nos debe quedar muy claro es que un incremento razonable al salario mínimo estaría muy lejos de ser artificial y que mucho ayudaría a una economía que durante más de tres décadas se ha hartado de demostrar que una política pública de salarios bajos es la peor enemiga tanto del mercado como de la productividad.

Eso sí, debo reconocer que es atinada la propuesta de Martínez Cázares para desaparecer la CNSM; me temo, sin embargo, que los panistas no estarán de acuerdo. Después de todo, uno de los primeros en rechazar la propuesta de Mancera fue precisamente el representante de los trabajadores en esa Comisión. ¡Qué vergüenza…!

Carlos de Buen Carlos de Buen Licenciado en Derecho y Maestro en Sociología por la Universidad Iberoamericana. Director general de Bufete de Buen. Autor de la Ley Federal de Trabajo. Miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados y del Instituto Latinoamericano de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social. Director general de Asuntos Jurídicos de la Secretaría de Desarrollo Social entre 2000 y 2003.