El holocausto japonés

La bomba atómica ha dejado una marca indeleble en la cultura japonesa, en la que no son raros los discursos en los que se destruye Tokyo o Japón, parcial o totalmente. Si se examina la filmografía del holocausto nazi se va uno a encontrar con miles de películas, pero cuando se trata de la bomba atómica, hay apenas un puñado.
17 Agosto, 2020
El holocausto japonés en el cine.
El holocausto japonés en el cine.
Cinetlán
Cerezo en flor…
Nunca olvides que estás
donde cayó la bomba.

 Haiku de Yasuhiko Shigemoto

 

Este 6 de agosto de 2020 se cumplieron 75 años del holocausto desatado por los Estados Unidos en Japón. Fue un 6 de agosto de 1945, cuando el B-29 “Enola Gay” liberó a Little Boy sobre la ciudad de Hiroshima, matando a 170,000 mil personas. Está casi por demás decir que eran ciudadanos inocentes, civiles, bebés, niños, jóvenes, mujeres y hombres, de todas las edades, familias completas, calcinadas -holocausto en estricto sentido- o heridas fatalmente, y otras tantas que sufrieron una muerte lenta y abominable los siguientes días.

El 9 de agosto de 1945, el presidente Truman de los Estados Unidos ordenó un segundo bombardeo sobre la ciudad de Nagasaki matando a 80 mil pobladores. Los daños posteriores de la radiación, que no se sabía que era mortal, terminaron matando a otras 160 mil personas, sin mencionar los incontables suicidios por la desgana vital y las depresiones traumáticas.

Uno de los hechos más deleznables de la historia universal, un crimen de lesa humanidad de escala masiva, se ha minimizado o justificado a través de los años, bajo el pretexto de la obstinación del Imperio Japonés -ergo del gobierno japonés- de rendirse incondicionalmente en los estertores de una guerra que tenía más que perdida.

¿Por qué el holocausto nazi sería más abominable que la bomba atómica? Si se examina la filmografía del holocausto nazi se va uno a encontrar con miles de películas, pero cuando se trata de la bomba atómica, hay apenas un puñado.

Actualmente hay muy poco en pantalla. Sigue en HBO el documental producido desde 2007 -hace 13 años- Luz Blanca / Lluvia Negra: la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, que incluye testimonios de supervivientes de la bomba y de algunos oficiales americanos que tripulaban los aviones que la arrojaron sobre Hiroshima. Sin melodrama ni sentimentalismo el documental te transporta al infierno en la tierra que fue sobrevivir a la hecatombe, y a las escenas dantescas que presenciaron aquellos que lograron llegar al nuevo siglo después de padecer la bomba, y presenciar la calcinación de la familia completa, o la muerte paulatina de todos ellos, y quedar como único y solitario testigo de la crueldad americana.

Me gustaría describir aquí algunas de las escenas que describen los supervivientes, pero le quitaría interés al documental. Baste decir que es conmovedor y hórrido a un mismo tiempo. Punto aparte, cuando los oficiales americanos que participaron en la ignominia afirman que nunca han pensado en ello, ni tenido pesadillas, que fue una misión miliar bien cumplida, no puede uno menos que recordar La banalidad del mal y las declaraciones de Adolf Eichmann sobre que sólo había cumplido con su trabajo. ¿Que clase de persona eres si ayudas a aniquilar a 180 mil personas y no afecta en nada tu conciencia?

Aunque sobran actualmente los términos del derecho internacional en materia de derechos humanos para referirse a este hecho, bastaría aclarar lo que es un crimen de lesa humanidad para entender la caída de las bombas. Puede leerse en páginas web de la ONU:  "(…) los crímenes contra la humanidad engloban los actos que forman parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil. Se entienden como crímenes de lesa humanidad asesinatos, exterminios, esclavitud, deportación o traslado forzoso de población, encarcelación o privación de libertad física que viole el derecho internacional, torturas, violaciones, prostitución forzada o violencia sexual, persecución de un colectivo por motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos o de género, desaparición forzada de personas, apartheid y otros actos inhumanos que atenten contra la integridad de las personas.”

Los subrayados son míos, puesto que la destrucción de una ciudad implica el asesinato de cientos de miles de personas civiles, y las consecuencias de la radiación son literalmente inhumanas por los daños físicos, genómicos que se derivan de su uso en población superviviente, efectos pavorosos y tortuosos, y la justificación es a la vez política y racial no veo ningún paliativo para no utilizar este lenguaje en el uso de las bombas, y Harry S. Truman debe ser calificado como un genocida. El documental, de buena calidad, es una manera de sumergirse en el tema, y quizá la única buena opción en la oferta televisiva actual.

En Netflix se encuentra “Twice” sobre Tsutomu Yamaguchi, un hombre que padeció las dos bombas atómicas, primero en Hiroshima y después en Nagasaki, y sobrevivió para dedicar los últimos años de su vida al activismo antinuclear. Un documental interesante aunque de mala factura y menor eficacia. Y hasta ahí. Sólo dos películas sobre el holocausto japonés en el streaming, de las compañías líderes en contenido audiovisual.

Por otro lado la bomba ha dejado una marca indeleble en la cultura japonesa, en la que no son raros los discursos en los que se destruye Tokyo o Japón, parcial o totalmente. Se ha hablado de la prolífica saga Godzilla como motivada por el terror inconsciente a la destrucción masiva. Yo recuerdo entrañablemente el “Akira” de Katsuhiro Otomo, donde un joven de mal carácter, Tetsuo Shima, destruye media ciudad con sus poderes paranormales. En el anime “Neon Genesis Evangelion” de Hideaki Anno, unos monstruos llamados ángeles, producen una hecatombe mundial. Y así…

Netflix acaba de estrenar “Japón se hunde” dirigida por Masaaki Yuasa basada en una novela japonesa homónima de los años setenta, que narra como podría sucumbir la isla -desaparecer bajo el océano pacífico- frente al acomodo de las placas tectónicas, demoledores terremotos y tsunamis. La historia sigue a un pequeño grupo de supervivientes a este cataclismo. Como relato de catástrofe o de apocalipsis, la serie cautiva en sus primeros episodios, su discurso parece universalista hasta el episodio final, que contiene una alta dosis de nacionalismo, que contradice su tesis -durante la cual se crítica severamente el nacionalismo racista.

Pero la serie falla en su estructura de credibilidad. Es poco verosímil, por decir lo menos, que las Naciones Unidas o el mundo en general, en la era global, no apoyen a la población japonesa; es poco verosímil que el gobierno japonés mismo no se organice y no organice a su población; que la población desaparezca súbitamente, pues Japón pareciera de pronto un pueblo de 1,000 habitantes; los personajes de pronto parecen recorrer el mundo de Oz y no un Japón en crisis. Y pues sí, hay varias escenas donde se exige demasiado la condescendencia del espectador. Una tragedia de esas dimensiones -la desaparición de Japón- no puede tener el final encomiástico de la serie, exigía una reflexión más de fondo, y en el ánimo universalista del resto de la serie.

Aquí cabe muy bien la reflexión del poeta inglés John Donne:

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo./ Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. /Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. / Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

Es por eso mismo que todos los holocaustos de la humanidad me afectan, judíos, hutus, armenios, hugonotes, chinos, yaquis, y un largo etcétera. La bomba atómica que explotó sobre Hiroshima y Nagasaki es un crimen de lesa humanidad, que como hemos visto, no tiene la propaganda y publicidad de otros genocidios. Conmemoremos con un silencio indignado, en espera que algún día la humanidad califique adecuadamente estos acontecimientos.

Luis F. Gallardo Luis F. Gallardo Nació en la Ciudad de México, en medio de los cohetones que echaban los suavos y zacapoaxtlas para conmemorar la batalla de Puebla, un 5 de mayo de 1975. Pertenece a la generación 1996 del CUEC, donde estudió Cinematografía, también estudio Letras Hispánica en la UNAM. Se especializa en guiones de programas de televisión cultural y educativa, de esos que pasan de madrugada. 18 años de experiencia en docencia, capacitación e investigación cinematográfica. Ha visto un par de películas. Baila salsa.