Lectura del mes: “Las sectas en México”
Hace unos treinta años el nuncio papal en México, Girolamo Prigione, hizo una declaración que alarmó a muchos cristianos no afiliados a la iglesia católica: “Las sectas son como las moscas. Hay que acabarlas a periodicazos”. Lo que no pareció controvertido en algún nivel—¿quién estaría a favor de las sectas?—disfrazó intenciones poco tolerantes.
Según Prigione y gran parte de la jerarquía católica mexicana, cualquiera iglesia protestante “no tradicional” era una secta. Por las implicaciones de su análisis las confesiones largamente establecidas, como los metodistas, los presbiterianos, los bautistas y los anglicanos, constituían iglesias protestantes “buenas”, mientras las congregaciones más recientes e independientes eran iglesias “malas”. La distinción fue una cuestión no tanto de teología sino de política y economía: a diferencia de las tradicionales, las iglesias independientes estaban creciendo rápido, sus feligreses aumentados cada vez más por excatólicos.
El contexto de su declaración era la de una creciente preocupación por parte del Vaticano sobre que Latinoamérica, por siglos el gran baluarte numérico del catolicismo, estaba “volviéndose protestante”. En ese entonces, alrededor de 10% de la región ya era protestante. Hoy, según un nuevo reporte del no partidario Pew Research Center, 19% lo son.
Justo antes de que este reporte saliera, Proceso publicó la más reciente de sus ediciones especiales, titulada “Los sectas en México: Fe y fanatismo”, y es de mucha preocupación que en cierta medida la retórica perjudicial de Prigione sigue siendo utilizada.
Eso no es decir que a la edición falta valor. Al contrario, la colección de 18 reportajes que recopila la revista incluye unas investigaciones bien escritas y bien alarmantes sobre organizaciones que se puede llamar “sectas” de manera justa y calificada. Es decir, analizan autonombradas iglesias que exhiben las siguientes características: liderazgo carismático y/o narcisista, tendencias sigilosas, explotación financiera y/o laboral de los miembros, una exclusividad teológica que descalifica a otras iglesias, y la obstaculización a cualquier miembro arrepentido que quiere marcharse.
De preocupación principal, por ser la secta más acaudalada, es la Iglesia de la Cienciología, fundada por el escritor de ciencia ficción L. Ron Hubbard y seguida por Tom Cruise, John Travolta, y otros riquillos hollywoodenses. A pesar de varios desenmascaramientos de sus tendencias explotadoras y amenazadoras—en la revista Time (en 1991), etc.—la Cienciología, también conocida como la Dianética, sigue expandiéndose internacionalmente.
Se le nota menos en Europa, donde varios gobiernos reconocen su carácter verdadero y por lo tanto obstaculizan sus operaciones, pero mucho en países como México donde los políticos tienden a ser más ingenuos. Por eso existe el enorme edificio “Scientology México” en el centro del DF, en la esquina de Balderas y Juárez, inaugurado en 2010. Este evento fue asistido por el entonces Secretario de Turismo del DF, Alejandro Rojas, que públicamente elogió la organización.
La complicidad de políticos y funcionarios en la proliferación de las sectas, o en la falta de represalias legales cuando sus líderes cometen crímenes, es un hilo conductor de la edición. No ofrece pruebas de sobornos, pero bien se puede suponer que los hubo y los hay.
Por otro lado, la edición muestra una gran falta de cuidado en la selección de notas. Hay una sobre la persecución de una iglesia protestante por algunos vecinos católicos en San Martín Texmelucan, Puebla; muy justo el reportaje ¿pero que tiene que ver con las sectas? Hay otra sobre una tragedia en una aldea de San Luis Potosí, donde muchos feligreses bautistas murieron asfixiados por causa de un defectuoso tanque de gas. ¿De nuevo, que tiene que ver?
Un problema relacionado es la inclusión de iglesias como la Luz del Mundo, con sede en Guadalajara, y la Iglesia Universal del Reino de Dios. Iglesias como estas— y se puede nombrar muchas más—exponen lo que se ha venido a llamar “el evangelio de la prosperidad”. Predican que Dios no quiere que uno se quede pobre, y por lo tanto es perfectamente válido orar para que sus esfuerzos en el trabajo rindan mayores frutos.
Bien se puede criticar las prácticas de algunas iglesias de este corte. A muchos líderes les gustan las casonas y los Cadillacs (no muy distinto a muchos obispos católicos, por cierto, aunque tengo entendido que éstos prefieren viajar en Grand Marquis). También les gusta construir enormes templos de estilos francamente dudosos, tal y como la gigantesca iglesia en forma de un tee de golf invertido, visible desde la carretera en Silao. Perteneciente a la Luz del Mundo, demuestra una arquitectura no tanto art nouveau sino art nouveau riche.
Sin embargo, ¿realmente son sectas? Los reporteros de Proceso sólo ven estas iglesias con sospecha. No se tomaron la molestia de entrevistar a sus feligreses, entre los cuales seguramente habrían encontrado historias de vidas transformadas, del alcoholismo vencido, de matrimonios salvados, de pobreza superada.
Uno puede estar en desacuerdo con algunos aspectos de su teología, su manera patriarcal de tratar a las mujeres, su énfasis en diezmos y donaciones, etcétera. Pero una iglesia como la Luz del Mundo— la que hoy muestra el crecimiento más rápido de cualquiera iglesia, con unos 3,000 templos y más de un millón de seguidores mexicanos— merece un análisis más imparcial.

