Regla de oro: No destruir valor social

Un Estado del Bienestar no se alcanzará sin estado de derecho y mucho menos destruyendo valor social; decidir por encima de la ley y de la razón, destruye un enorme valor social: el de la democracia.
26 Mayo, 2020
Sinapsis

La primera regla en la biblia de un regulador es NO destruir valor social.  Eso que llamamos interés público: un bienestar social que incluye bienestar de productores y consumidores, sustentabilidad, innovación, igualdad y pleno ejercicio de derechos fundamentales.

La segunda regla es maximizar la creación de valor social. Primero eliminando barreras a la competencia y, segundo, si hay fallas de mercado y ante la necesidad del Estado de tutelar jurídicamente derechos fundamentales, económicos, sociales, culturales y las libertades humanas, el Estado regula para resolver un problema, aminorar un riesgo, proteger a las personas y sus derechos: los servicios de salud, la educación, los recursos naturales, los bienes públicos escasos, los menores de edad, la seguridad pública, etc.

Los intereses de grupo frecuentemente están en tensión con el interés general, y el gran reto es alinear los primeros al segundo sin destruir valor social.

Si bien hoy día cuando hablamos de reguladores, pensamos en agencias especializadas, técnicas, expertas en una o varias materias como las telecomunicaciones, la energía, la competencia económica, el cuidado del medio ambiente, etc., todos los Poderes de la Unión y toda autoridad pública que legisla, reglamenta, ordena o prohíbe ciertas conductas, está en realidad regulando en un sentido amplio, con un impacto igual o mayor al de las agencias reguladoras.

La gran diferencia es que las primeras, se allegan de información, la analizan, ponderan riesgos, consultan y escuchan a los regulados, a los consumidores y a todas las partes cuyas reglas pueden impactar, mientras que los legisladores, y el poder ejecutivo, lo hacen desde una visión política, de corto plazo, en una apuesta a aumentar la aprobación de sus votantes, o ante la presión de grupos específicos que le representan una amenaza política creíble. A veces, pueden ser acertadas esas decisiones, a pesar de no ser técnicas, pero el riesgo de que no lo sean, es altísimo.

Lo que es imperdonable es destruir el valor social construido, después de décadas de ajustes, mejoras, fallas y enmiendas. Los logros en una sociedad entera tardan años, la consolidación de instituciones con excelencia conlleva diseñar, ejecutar, corregir o reafirmar, actualizarse, incesantemente, y así en interaciones incesantes. Nada en la vida es estático ni perenne.

Un discurso basado en falacias, en manipulaciones, en demagogia indoctrinante, destruye valor social y libertades humanas por las que nuestros predecesores lucharon durante siglos.

 

Lo que es imperdonable es destruir el valor social construido, después de décadas de ajustes, mejoras, fallas y enmiendas. 

 

Abandonar obras públicas costosísimas para empezar otras con iguales problemas de opacidad, destruye valor social. Eliminar instituciones que medían, apoyaban, reforzaban y corregían programas antipobreza, destruye valor social y daña a los beneficiarios de por sí  vulnerables. ¿Prevalecía prácticas y funcionarios corruptos? Se eliminan y sancionan, no se destruyen las instituciones, se corrigen sus fallas, y se revisan los incentivos que facilitan la corrupción.

Nada permanece estático en el universo, todo es dinámico, las reglas y las instituciones deben cambiar y adaptarse a las realidades y tendencias de la vida, en la economía, en la tecnología, en lo sociocultural y sobre todo en lo que las personas valoran como importante proteger o tutelar, o bien transformar.

Los cambios son inevitables e importantes para adaptarse a las nuevas realidades.

Esa es la tercera regla de oro de un regulador: Adaptabilidad cuando la información sólida te revela que las circunstancias, necesidades y aspiraciones han cambiado, es momento de revisar las reglas. De lo contrario, las reglas se vuelven caducas, inútiles y se vuelven un riesgo, no una solución. Adaptar las reglas sin destruir lo valioso, es fundamental.

Desigualdad infame, corrupción, impunidad, y un estado de guerra interna, ineficacia del gobierno, prebendas y clientelismo, monopolios ineficientes y una educación de muy mala calidad, déficit de capital humano en ciencia y tecnologías y en investigación académica de alta calidad afligen a México y eso tiene que cambiar pero el remedio no está en destruir el valor social desempolvando reglas y figuras del pasado que no resuelven los problemas y retos del siglo XXI.

Regular la educación para indoctrinar, controlar, uniformar mentes destruye el valor social de mentes libres, inquisitivas, curiosas, ávidas de aprender y crear.

 

El remedio no está en destruir el valor social desempolvando reglas y figuras del pasado que no resuelven los problemas y retos del siglo XXI

 

Minimizar la generación de energías limpias para proteger a un monopolio oxidado, ineficaz, parasitario de la sociedad mexicana, destruye valor social. Todo monopolio, estatal o privado es rentista, un ente que sube precios y reduce oferta porque no tiene un rival y tiene y usa su poder para extraer rentas del público consumidor, igual que lo hace -imitándolo- su sindicato. Hay un interesante estudio del Banco Mundial sobre sindicatos de monopolios y los compara con los sindicatos de trabajadores en empresas que sí compiten. La diferencia es abismal.

Privar de apoyos y estímulos fiscales del Estado para los oferentes pequeños y medianos que no pueden funcionar ante una pandemia catastrófica y a las personas que dejaron de tener ingresos, ahora que no pueden producir, destruye valor social que llevará décadas reconstruir.

Haber ignorado desde hace 15 años la necesidad y urgencia de evolucionar e incentivar inversiones y capacidades digitales en la economía, la telemedicina, teleeducación, el gobierno digital y abierto y la seguridad pública, hoy destruye valor pues privó a quienes no pueden conectarse al Internet y otras tecnologías de la comunicación, de la posibilidad de aprender, enseñar, producir, vender y comprar y acceder a información de salud y cualquier otra.

Cambios sí, bienvenidos para evolucionar como Nación y como individuos, para crear valor social, no destruirlo. ¿Cómo abatir la desigualdad sin no creamos valor social primero? Si hay queja en contra del mercado, por qué entonces no se forjó un Estado robusto, mas no obeso, capaz de brindar servicios públicos de calidad, como los de salud y educación y generar condiciones habilitantes para diversos tipos de economías: local, nacional y global?

Puedo simpatizar con un modelo mucho más evolucionado y justo que el mero crecimiento perpetuo del consumo y la producción que no es sostenible. No alcanzará el agua, el alimento, menos aún el alimento cárnico, si la meta es aumentar las tasas de crecimiento del consumo hasta el infinito, pero hoy ante una mega recesión global, producir, generar empleos es esencial pues crea valor. Se requiere además producir y consumir en forma sustentable, sin seguir depredando los recursos naturales.

Pero entonces, el Estado mexicano tendría que plantear como bien lo mencionó Eduardo Sojo en un tuit reciente, un modelo elaborado por conocedores, como lo hizo Sarkózy en 2008 quien encargó a tres grandes economistas, (los dos primeros premios Nobel) Amartya Sen, Joseph Stiglitz y Jean Paul Fitoussi, que desarrollaran indicadores del bienestar y progreso sociales más allá del PIB. Otro día hablaremos de ello.

Algo es indudable: un Estado del Bienestar no se alcanzará sin estado de derecho y mucho menos destruyendo valor social. Decidir por encima de la ley y de la razón, destruye un enorme valor social: el de la democracia. Prácticas añejas de cuatismo, clientelas políticas actos de autoridad por encima de la legalidad y la razón, no son un buen comienzo, ni abonan en favor de la igualdad.

La inclinación ideológica de una medida o programa tampoco es una vara aceptable para evaluar una política pública, me temo, pues ni derechas ni izquierdas son un parámetro válido para juzgar la calidad de una decisión de autoridad, la ideología per se nunca ha garantizado el bienestar de nadie. Pregunten a ucranianos y polacos, rumanos y cubanos sus niveles de bienestar, y preguntemos a brasileños y argentinos, bolivianos de hoy y a mexicanos y mexicanas de ayer y hoy su nivel de bienestar.

Las respuestas variarían dependiendo de su cercanía con el poder cupular o de si su gobierno propició la movilidad socioeconómica o no y respetó las libertades o no, generando valor social, no de si gobierno en el poder era de derecha o de izquierda. Solamente los fanáticos de la extrema derecha podrían decir que Hitler fue mejor que Stalin y solo los fanáticos bolcheviques podrían sostener lo contrario.

Lo que no es admisible, en cualquier caso, es que so pretexto de sepultar una ideología, -como conquistadores sepultando todo vestigio de la cultura mexica-, hoy en pleno siglo XXI un gobierno destruya valor social de las mexicanas y mexicanos.  Eso solo lleva a la involución, la expansión de la pobreza y la irracionalidad. Ello cancela un futuro próspero para la juventud mexicana.

Adriana Labardini Adriana Labardini Abogada mexicana, especialista en regulación, competencia y políticas públicas de TIC para el desarrollo. Asesora y consejera de la organización Rhizomatica. Fundadora y Vicepresidenta de Conectadas, Red de mujeres líderes por la igualdad de género. Fulbright y Ashoka fellow. Consejera Académica en la UIA- Derecho. Egresada de la Escuela Libre de Derecho con grado de maestría de la Universidad de Columbia en Nueva York. Interesada en el comportamiento humano, la empatía, los modelos disruptivos de desarrollo, culturas y lenguas originarias, neurociencia, innovación por diseño, historia de las ciencias de la computación y danza.