La paradójica 4C

La transformación digital o la cuarta revolución industrial está aquí y no se irá, ni de regímenes estatistas ni de libre mercado, y está redefiniendo toda actividad humana pública y privada.
22 Septiembre, 2020
Sinapsis

Conservadora, clientelar, censora, centralista, así es en la realidad la “4T”.

No transformadora ni progresista, sino aferrada al pasado, al estado de los 70s, aferrada a la conservadora forma de hacer política, con ideologías vetustas, patriarcales, con clientelas en las cúpulas y en las bases.

Las primeras protegidas con pactos que tanto daño han hecho a los trabajadores sindicalizados y a la competencia de nuevas empresas chicas y medianas; las segundas, tales como la juventud  mexicana  del milenio y  generación Z, cuyo futuro hoy depende del desarrollo de habilidades digitales de cuarto nivel, no de indignas dádivas que cancelan su futuro independiente, un futuro radicalmente distinto al de la juventud de hace 50 años.

La verdadera transformación no ha llegado a México ni en el discurso ni en los hechos, cambió de amigos y villanos, de clientelas y de formas, de empresarios, intelectuales y activistas favoritos o asediados, pero no transforma el sistema patriarcal, colonialista y conservador.

La 4C no podrá transformar a México si continúa ignorando el factor único que no podía soslayar, el que para bien o para mal nos define hoy como personas y como sociedad: la transformación digital y las brechas que en México existen para hacerla realidad.

Aquélla transformación de la última década, que partiendo de Internet y una economía globalizada va transformando los medios de producción y distribución y, con ellos, los mercados, el empleo y la fisonomía del desempleo: se automatizan tareas mecánicas, repetitivas de manufactura, se demandan nuevas tareas necesarias en el ecosistema digital como la programación, el análisis de datos, la generación de software, contenidos, plataformas, ciberseguridad, nube, procesos en blockchain, curaduría de algoritmos, neuromarketing, sistemas inteligentes para la agroindustria, la oficina, el hogar, las ciudades y su movilidad, la difusión de información, publicidad y propaganda personalizadas a partir de los datos que obediente y sistemáticamente los consumidores cedemos a los oligopolios que los saben usar y explotar.  

Filosófica y legalmente podemos cuestionar el impacto personal, legal y social de la automatización de la toma de decisiones que la inteligencia artificial permite con la dócil sumisión de empresas y gobiernos que les dan esa autoridad.

La supremacía de algoritmos que deciden a quién censurar como acaba de revelar el Financial Times respecto de contenidos bloqueados en You Tube, o que determina a quién admitir en un empleo o en una universidad o para acceder a un crédito basándose en historiales de perfiles  aglomerados en bases de datos, llenos de sesgos discriminatorios, esos sí, humanos.

Lo que no podemos cuestionar es que la transformación digital o la cuarta revolución industrial está aquí y no se irá, ni de regímenes estatistas ni de libre mercado, y está redefiniendo toda actividad humana pública y privada; comercial, gubernamental, cultural, política y social, científica y religiosa.

Si ya venía siendo así, la pandemia por COVID-19 y el encierro prolongados vinieron a catalizar y reforzar la necesidad imperante y urgente de tener acceso a banda ancha rápida y asequible  en todo lugar y momento, saber usar las herramientas digitales básicas y avanzadas para acceder a todo lo demás y aprender a hacer análisis críticos de las diversas tecnologías para no ir como zombies cautivos de plataformas y aplicaciones invasivas entregando sumisamente todo remanente de libre albedrío y privacidad.

Pero también se hicieron patentes en este 2020 las consecuencias aún más graves que a partir de COVID-19 habrá en la vida, salud, bienestar, empleo, sustentabilidad y gobernabilidad democrática de personas y sociedades que aún no puedan acceder y hacer uso de estas herramientas digitales, para trabajar, educarse, gobernar, comunicarse, comerciar, cobrar y pagar, informarse y alzar la voz a distancia para disentir.

A pesar de los alarmantes sesgos, adicciones  y manipulación de la hiperconectividad de algunos, la hipoconectividad de muchos, resultado de omisiones graves, tolerancia a prácticas monopólicas, pobreza, corrupción y falta de visión y autonomía tecnológicas, tiene peores riesgos y maldades: aumentará  la desigualdad, la pobreza y desempleo, la falta de competitividad país, dejando a individuos, productores, pymes, agricultores,  grupos vulnerables  y gobiernos en tal grado de aislamiento, incompetencia, dependencia  e  insostenibilidad  que cualquiera se asustaría. No la 4C.

Tener acceso a redes, medios, plataformas y soluciones digitales con una adecuada política pública que favorezca la igualdad, el acceso universal a educación  y salud de calidad y el apoyo del gobierno para que mujeres y hombres se capaciten técnicamente  en las competencias técnicas y digitales necesarias para ganar autosuficiencia y estimular la economía  y cultura locales debe ser prioridad  nacional para  detonar una transformación real para México en el siglo XXI.

El futuro de la juventud mexicana sin educación de calidad, no cambiará con un subsidio en efectivo que la hace dependiente y sumisa, ciertamente no en este contexto de  transformación digital que caracteriza al siglo XXI.

Apoyar a jóvenes, adultos y adultos mayores empieza por incentivar a que haya más cobertura de servicios de banda ancha en los lugares más remotos y marginados a través de incentivos fiscales, regulatorios que fomenten la inversión de pequeños o medianos operadores y proveedores de Internet que son los que están en mejor posición de atender a poblaciones rurales de baja rentabilidad para los grandes operadores cuyos costos de operación y exigencias de sus accionistas son mayúsculos. 

Y a los grandes operadores tampoco debemos levantarles las barreras encareciendo el espectro, mejor alentemos al IFT a rediseñar su política de gestión del espectro para hacerla acorde a las necesidades de inclusión del país. La fácil solución de crear empresas gubernamentales monopólicas para enfrentar los retos de conectividad y transformación digital será contraproducente, pues las carencias de éstas en materia tecnológica y sus incentivos para seguir en el pasado del monopolio natural y el presupuesto público sin consecuencias negativas si fallan es una mala receta

Si no funcionó ese modelo en la época en que el estatismo de la economía estaba en boga, no funcionará ahora que la hegemonía mundial la disputan Silicon Valley y China, pero ciertamente hay medidas regulatorias y de política pública que una auténtica 4T puede detonar para catalizar una transformación digital en México, de forma holística y tropicalizada a nuestras necesidades, idiosincrasia y culturas.

¿Por qué entonces vamos en sentido inverso al de todo el mundo (norte y sur)? ¿Por qué desaparecemos la Subsecretaría de Comunicaciones y Desarrollo Tecnológico, atacamos la autonomía del IFT, creamos en CFE una entidad para proveer Internet usando viejas e ineficaces recetas cuando no ha logrado demostrar un solo logro?

¿Por qué subimos el costo de los derechos del espectro radioeléctrico sin medir el impacto social en pérdida de bienestar social e ignorando la innovación tecnológica para asignar, gestionar y usar el espectro no como propiedad privada sino como un auténtico espacio aéreo público y  compartible, que propicia un uso eficiente sin el riesgo de interferencias  perjudiciales?

¿En dónde está la Agenda Digital Mexicana que el COVID y la recesión,  a gritos nos piden para crear puestos rurales de telemedicina y crear empleos basados en modelos digitales que igualan y empoderan?  La semana pasada Argentina y Sudáfrica por mencionar solo dos ejemplos del “sur global” presentaron su agenda digital. Aquí un esquema sintético de una de ellas:

 

 

 

 

 

 

 

La de México sigue en blanco hoy y hasta la Unión Internacional de Telecomunicaciones desde Ginebra, se adelantó a hacer una estimación apenas el pasado viernes: México requiere $14,000,000,000 de inversión para conectar a los desconectados e ingresar a la era digital. Las cifras pueden estar basadas en un modelo y asunciones revisables, pero el punto es que México no tiene en el radar el rumbo que debe tomar para no quedar fuera del mundo digital.

Transformar para solucionar viejos y nuevos problemas requiere de innovación política, técnica y presupuestal.

La receta conservadora de todo al Estado o todo al mercado, es cosa del pasado. El estado proveedor de servicios básicos no funcionó en México como tampoco el mercado cuyo lema número uno es eliminar competidores y buscar el proteccionismo. 

Hay un tercer pilar, apropiado para necesidades locales y de subsistencia, está en el desarrollo económico local o comunitario, y puede cerrar varias brechas de acceso ahí donde los mercados globales no quieren ir por no ser rentable, y donde el estado proveedor es ineficaz, opaz e insostenible como lo fue e-México y lo será CFE IpT.

Hoy el mundo es otro y sus sobrevivientes también y forzados por la pandemia trasladamos, los que pudimos, la vida entera a modo digital y virtual dentro de nuestra comunidad.

Adriana Labardini Adriana Labardini Abogada mexicana, especialista en regulación, competencia y políticas públicas de TIC para el desarrollo. Asesora y consejera de la organización Rhizomatica. Fundadora y Vicepresidenta de Conectadas, Red de mujeres líderes por la igualdad de género. Fulbright y Ashoka fellow. Consejera Académica en la UIA- Derecho. Egresada de la Escuela Libre de Derecho con grado de maestría de la Universidad de Columbia en Nueva York. Interesada en el comportamiento humano, la empatía, los modelos disruptivos de desarrollo, culturas y lenguas originarias, neurociencia, innovación por diseño, historia de las ciencias de la computación y danza.