Muchas personas irán a ver al papa durante su visita a México.
Yo no seré una de ellas. La ordenación de las mujeres me importa demasiado y es uno de los temas que más defiendo en mis textos y en mis discursos.
Así es, el papa Francisco se ha mostrado dispuesto a hablar de todo tipo de temas internos de la Iglesia, especialmente los que tratan cuestiones más administrativas que doctrinales, es decir aquellos temas que ayudarían a abrir los candados de la burocracia.
Ha facilitado los procedimientos de anulación y ha otorgado mayor autoridad a obispos locales. También ha delegado autoridad a todos los sacerdotes para que absuelvan el aborto. Incluso está dispuesto a dialogar con las conferencias de obispos sobre el matrimonio en el sacerdocio.
Pero no importa lo que diga sobre “una presencia femenina más incisiva” en la Iglesia, no está dispuesto a cambiar su postura respecto al ordenamiento de mujeres como sacerdotes.
El caso es que probablemente no puede hacerlo. Desde hace mucho tiempo, la creencia arraigada en las iglesias católicas es que Jesús sólo eligió a apóstoles masculinos, que ellos fueron los únicos presentes cuando Jesús instituyó la Eucaristía en la Última Cena y por ello la Iglesia de hoy no tiene la autoridad para ordenar a las mujeres al sacerdocio.
Miles de páginas de textos académicos—es más, cientos de miles de páginas—han seguido esta lucha hasta nuestros días. Todas se basan en una sola frase que aparece en las leyes canónicas: “Sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación”. La enseñanza católica es que la puerta legal para las mujeres sacerdotes está cerrada con candados doctrinales.
Pero el sacerdocio no es mi tema. Yo estudio a las mujeres diáconos. El hecho es que existe una historia bien documentada de mujeres que han sido ordenadas como diáconos por el cristianismo, desde mucho antes de se dividiera, y la historia continúa hasta la fecha.
Prácticamente todas las iglesias del catolicismo—la Iglesia Católica Romana y las aproximadamente 22 iglesias católicas orientales—cuentan una historia verificable de mujeres ordenadas sacramentalmente como diáconos.
¿Qué es un diácono?
Conforme la Iglesia fue creciendo, empezó a necesitar individuos que atendieran las necesidades caritativas de sus miembros. Las escrituras documentan que los apóstoles pusieron sus manos sobre siete hombres que fueron designados por miembros de la Iglesia, y que aquellos que asumieron sus ministerios se convirtieron con el tiempo en los llamados diáconos.
Tanto las escrituras como los primeros documentos legales de la Iglesia hablan de mujeres diáconos que tenían a cargo específicamente los ministerios para otras mujeres: catequesis, bautismo, dirección espiritual, unción de los enfermos y de personas que estaban por morir.
Algunas iglesias cristianas ortodoxas recuerdan todavía esta tradición, pero las iglesias católicas no parecen tener interés en recordar su propia historia.
Algunos simpatizantes sostienen, respecto a las mujeres en el sacerdocio, que las mujeres tienen el derecho a ser tratadas como iguales en la Iglesia y a acceder al poder clerical. El argumento que sostiene la restauración de las mujeres en el diaconado ordenado puede parecer similar, pero no es igual.
La restauración de la tradición de mujeres diáconos no es realmente una cuestión de derechos—salvo el derecho de todas las mujeres de recibir ministerios. Y tampoco es una cuestión de poder—salvo que las mujeres ordenadas sacramentalmente como diáconos puedan, cómo clérigos, obtener oficios eclesiásticos que hasta ahora están reservados para clérigos masculinos.
En la actualidad, la ordenación sagrada de las mujeres como diáconos resolvería un problema y al mismo tiempo crearía otro. ¿Cómo explicar que las mujeres que reciben la ordenación sagrada como diáconos no pueden ser ordenadas entonces como sacerdotes?
La Iglesia puede o no creerse sus propias enseñanzas. Si por motivos de doctrina, una mujer no puede ser ordenada como sacerdote, entonces no debería existir objeción alguna ante la ordenación de mujeres diáconos, para después hacer lo que aparentemente Francisco quiere hacer: colocar a las mujeres en otras posiciones de autoridad en la Iglesia. Como clérigos ordenados, las mujeres diáconos estarían calificadas para desempeñar cargos que hasta ahora sólo los hombres pueden obtener.
¿Algún día sucederá?
Algunos obispos y cardenales no tienen miedo de hablar sobre las mujeres diáconos. Otros anteponen cualquier razón para evitarlo. No hay duda, la necesidad de una solución para el problema de las mujeres en el ministerio está irremediablemente enmarañada en una red de poder burocrático que pasa por la Curia, el centro nervioso administrativo del Vaticano y hasta los escritorios de cada obispo en el mundo.
Las mujeres diácono—incluso restringidas a sus antiguos papeles de ministrar a otras mujeres—llevarían al ministerio de la Iglesia de manera más directa a los individuos que prefieren recibir la enseñanza, escuchar el consejo y ser ungidos por mujeres.
Las mujeres diácono podrían, entre otras cosas, bautizar solemnemente, atestiguar matrimonios y predicar la homilía en Misa. Las mujeres diáconos podrían desempeñar plenamente los deberes de un canciller o un vicario diocesano. Las mujeres diáconos podrían convertirse incluso en cardenales.
Pero es improbable que esto ocurra hasta que la guardia del palacio papal permita que el papa se reúna con mujeres y hombres que quieran hablar sobre la ordenación de mujeres como diáconos. Todavía me pregunto si alguna vez recibió mis solicitudes.
*Phyllis Zagano ocupa el cargo de senior research associate-in-residence en Hofstra University. Es la autora de "Holy Saturday: An Argument for the Restoration of the Female Diaconate in the Catholic Church" [Sábado santo: un argumento a favor e la restauración del diaconado femenil en la Iglesia Católica].
*Traducción de Benjamín de Buen