Resurrección: Ser y Tiempo

La obra fílmica mexicana más importante del nuevo milenio es la de Eugenio Polgovsky: la dimensión estética de sus películas es el espacio donde se da la apertura del ser, donde se devela la verdad.
3 Diciembre, 2018
Eugenio Polgovsky murió a los 40 años el pasado 11 de agosto de 2017 en Londres.
Eugenio Polgovsky murió a los 40 años el pasado 11 de agosto de 2017 en Londres.
Cinetlán

Para nadie es un secreto que el documental mexicano del nuevo milenio ha alcanzado niveles plásticos sublimes, y es Eugenio Polgovsky la gran cima, o una de las más altas cimas, del documental mexicano. Y su última película, su obra póstuma, Resurrección (2018) es una arquitectura infinita, un laberinto que se despliega a un nuevo límite a cada paso que uno da.  Como las grandes obras maestras de la historia del arte, Resurrección es efectivamente una eternidad.

Eugenio Polgovsky murió a los 40 años el pasado 11 de agosto de 2017 en Londres. Al parecer, antes de morir entregó Resurrección terminada. Haciendo cámara, sonido, foto, edición y guion, es perfecto cine de autor en la más alta pureza concebida por la Nouvelle Vague, es una obra sumamente personal, que habla de una comunidad que es él mismo: versa sobre personas en etapas casi terminales de vida, como él mismo. En una geografía devastada, en una rivera marchita, en un río muerto. Es decir, Eugenio esta autocontenido en la película, fisiológicamente (es nietzcheano en ese sentido).

La memoria de una vida idílica en un pasado remoto, en una juventud ya perdida, es un espejo del propio sentir de Eugenio, la película no solo expresa el sí mismo, al mismo tiempo aparece en el encuadre, lo ocupa: he ahí la Resurrección. Y cada que veamos la película Eugenio va a resucitar. Diría el maestro Noel Burch en su Tragaluz del Infinito que Eugenio llevó a cabo la conquista de la naturaleza triunfando sobre la muerte con un sustituto de la Vida Misma: el cine[1]. Aparece en ella como demiurgo, como observadory como personaje. Espíritu, visión y cuerpo: ser en el tiempo.

Esta estética de ser en el tiempo deviene de una notable tradición fílmica iniciada efectivamente por André Bazin, sublimada en las obras fílmicas de Godard, Passollini y Tarkowsky. La sublimación que logra Polgovsky de esta tradición es trascenderla desde el género documental, con las técnicas documentales: si bien Bazin basaba su ideología fílmica principalmente en películas documentales. Las ideas de Bazin son fundamentalmente ideas sobre el tiempocinematográfico, precisamente uno de los conceptos más complejos en cinematografía. El director más cercano al pensamiento de Bazin es Tarkowsky, y Polgovsky a su vez es más cercano a Tarkowsky.

Pero veamos como expresa Polgovsky esta concepción del ser en el tiempo, del tiempo como expresión del ser: no el tiempo real, que en realidad no sabemos que es, no el tiempo mecánico de los relojes, ni el tiempo de los historiadores, ni el de los evolucionistas, ni siquiera el tiempo en la realidad, como sucesión inevitable de lapsos; el tiempo como expresión del ser es el tiempo inmanente al ser, que se traduce en la memoria: la constancia del pasado en el presente. Quienes somos hoy en realidad sino nuestro pasado acumulado. Dice Tarkowsky en Esculpir el tiempo, “el tiempo y el recuerdo están abiertos el uno para el otro, son como dos caras de una sola moneda” y más adelante pone un ejemplo que es para él todo un manifiesto estético: 

“El periodista soviético Ovtchinikov escribe en sus recuerdos del Japón: «Aquí se cree que es el tiempo en sí el que trae a la luz del día la esencia de las cosas. Por este motivo, los japoneses ven en las huellas del crecimiento un encanto especial. Por eso les fascina el color oscuro de un viejo árbol, una piedra horadada por el viento, o incluso los flecos, testigos de las muchas manos que tocaron un cuadro en sus bordes. Estas huellas del envejecimiento las denominan “saba”, palabra que traducida textualmente significa “roña”. “Saba”: la roña inimitable, el encanto de lo viejo, el sello, la pátina del tiempo». Un elemento así de la belleza, como «saba», da cuerpo a la unión entre arte y naturaleza. En cierto sentido, los japoneses intentan con ello apropiarse del tiempo como una especie de material artístico.”

Pero es en realidad Tarkowsky el que se apropia del tiempo como material artístico, a través del “saba” de las cosas, las texturas que delatan la inexorable furia de cronos (la entropía que es un concepto sumamente importante en su cine); y el “saba” interior es la memoria.

Por ello al ver El Espejo siempre existe esta sensación de que estamos en la memoria del propio Tarkowsky, dentro de él en un sentido profundo. En las imágenes de su infancia, en las sensaciones de su infancia, en sus sueños. Ahí realizó esta operación compleja que vemos en Resurrección. Es la trinidad del ser: espíritu, visión y presencia.   

Pero el maestro soviético era optimista, sus historias son relatos de salvación por sacrificio. Su tiempo se expande hacía el futuro y hacía el infinito en un cúmulo de posibilidades. En cambio Polgovsky es absolutamente pesimista, y su tiempo es circular como una rueca: es una prisión de la que es imposible escapar. El tiempo de Tarkowsky es un espejo frente a otro. El tiempo de Polgovsky es una laguna contaminada y muerta cuyo revés, el pasado, es una hermosa laguna prístina y viva pero distante en el tiempo, o sea en la memoria.

Se dice que en Tarkowsky todo esta vivoen el encuadre, por la preminencia del sabade las cosas, casi siempre naturales. En Polgovsky también: todo esta vivo… pero enfermo, podrido, terminal, y al parecer inexorablemente. Como México. Excepto en la memoria, porque el pasado es luminoso.     

Polgovsky se las arregla para mostrarnos una comunidad completa que vive en el pasado. Es un pasado tan idílico, tan edénico, que se añora con rabia, como se añora la infancia. Vertido en fotografías, en diapositivas, en anécdotas, en sellos postales. Toda la película es una tensión entre ese denso pasado (denso porque nos amarga el presente, nos aplasta, nos quita la vida) y el presente horrido, espantoso: somos ahora sólo las ruinas destruidas de aquel pasado. Paredes sin techos, casas tomadas por la vegetación, ventanas devastadas, eso somos. Somos la roña que se expande por la piel, que destruye nuestra infancia.

¿De dónde viene este presente pavoroso? de un pasado que creyó en el progreso: el progreso que era la industria capitalista, la explotación indiscriminada e irresponsable de los recursos naturales,  que terminó por destruir el río y destruir a la comunidad con él, pero en una destrucción lenta, como un cáncer, como un fallo renal. ¿Y qué es un fallo renal? La imposibilidad de limpiar el agua: es un río muerto, que lo contamina a uno y lo va matando. Como el Mundo. Las metáforas de Polgovsky explotan hacía todas partes, como granadas de significado.  

“Ese progreso mal entendido” dice un testimonio del documental “Que nos ha robado el imaginario” “los sueños”. Progreso que ha sido realmente retroceso: destructivo para el país en múltiples sentidos. Y no puedo sacarme de la cabeza el mejor libro que leí el año pasado, de la escritora Cristina Rivera Garza en esa obra maestra del ensayo contemporáneo que se llama Había mucha neblina o humo o no se qué, inatacable estudio genético de la obra de Juan Rulfo, examinando su obra fotográfica reflexiona: “Rulfo no sólo fue el testigo melancólico del atrás que la modernidad arrasaba a su paso, sino también, en tanto empleado de empresas y proyectos que terminaron cambiando la faz del país, fue parte de la punta de lanza de la modernidad corrupta y voraz que, en nombre del bien nacional, desalojaba y saqueaba pueblos enteros para dejarlos convertidos en limbos poblados de murmullos.” Pag. 107. Y de eso trata en realidad Resurreccion, de la perpetuidad de Comala. Que es México. Que es el Mundo. Quizá el futuro del planeta sea Comala, un territorio irrespirable, poblado de fantasmas. He vuelto a este planeta buscando a mi madre, una tal humanidad.  

La obra de Polgovsky es profunda, es compleja, pero al mismo tiempo señala, denuncia, exhibe la realidad. Debe estar en las aulas escolares de todo el país, los maestros deben ponerlas a sus alumnos, porque constituyen el testimonio más brutal y directo del México enfermo, terminal, que nos tocó vivir: La Resurrección permanente de la ignominia y la desesperación en este mundo moderno.

 

[1]La cita completa es la siguiente: “Y, por supuesto, la voluntad de Edison de asociar a su fonógrafo un aparato capaz de grabar y reproducir las imágenes a fin de qué, como soñaba, las óperas «pudieran darse en el Metropolitan Opera de New York… con artistas y músicos muertos desde hace tiempo», lo que no solamente es la ambición de un hábil líder industrial, sino también la búsqueda del fantasma de una clase convertido en el de una cultura: llevar a cabo la «conquista de la naturaleza»triunfando sobre la muerte de un ersatz de la Vida Misma.” Burch, Noël. El tragaluz del infinito: contribución a la genealogía del lenguaje cinematográfico. Madrid, Cátedra, 1987. Pag. 22. En la tradición filosófica la palabra ersatzsignifica “sustituto”.

Luis F. Gallardo Luis F. Gallardo Nació en la Ciudad de México, en medio de los cohetones que echaban los suavos y zacapoaxtlas para conmemorar la batalla de Puebla, un 5 de mayo de 1975. Pertenece a la generación 1996 del CUEC, donde estudió Cinematografía, también estudio Letras Hispánica en la UNAM. Se especializa en guiones de programas de televisión cultural y educativa, de esos que pasan de madrugada. 18 años de experiencia en docencia, capacitación e investigación cinematográfica. Ha visto un par de películas. Baila salsa.